La yihad con pasaporte canadiense

viernes, 24 de julio de 2015 · 21:05
MONTREAL (apro).- El jueves 9, el imán Hamza Chaoui presentó una denuncia por difamación en contra de Denis Coderre, alcalde de Montreal. El clérigo sostiene que el político lo ha vinculado con la radicalización y la promoción de tensiones sociales. También en las últimas semanas, la policía ha brindado mayores detalles sobre la operación que permitió la detención de diez jóvenes en el aeropuerto de esta misma ciudad las noches del 16 y 17 de mayo, antes de que partieran a Siria para enrolarse en las filas del Estado Islámico (EI). Se trata de los más recientes episodios de un asunto alarmante para Canadá: la implicación de algunos de sus ciudadanos en acciones y planes terroristas dentro y fuera del país. Las autoridades han decidido poner en marcha todo un conjunto de leyes para enfrentar esta situación, aunque se les ha criticado por poner en riesgo ciertas libertades ciudadanas y por exponer a la población musulmana en Canadá a la estigmatización. Además, el país participa actualmente en la coalición que bombardea posiciones del Estado Islámico en Siria e Irak. Seguridad comprometida Antes de los atentados ocurridos en octubre de 2014, Canadá ya había sufrido ataques mortíferos, aunque de distinta naturaleza. En diciembre de 1989, Marc Lépine asesinó a 14 estudiantes en el Politécnico de Montreal; también en septiembre de 2006, Kimver Gill mató a dos personas e hirió a 19 más en las instalaciones del Dawson College. En ambos casos las autoridades concluyeron que los desórdenes mentales estaban detrás de los hechos. Luego del 11 de septiembre de 2001, Canadá reforzó sus políticas de seguridad, ofreciendo trabajar al alimón con el gobierno de Estados Unidos para neutralizar las amenazas. Durante varios años, los servicios de información canadienses señalaron que habían evitado atentados en distintas ciudades del país. Uno de los más sonados fue el plan para atacar un tren en Toronto en abril de 2013 a manos de seguidores de Al Qaeda. La preocupación hacia el terrorismo aumentó considerablemente luego de algunos eventos específicos dentro y fuera de Canadá. El 20 de octubre de 2014, un joven atropelló a dos militares en Saint-Jean-sur-Richelieu (Quebec). El conductor fue abatido por la policía unos kilómetros más adelante. Dos días después, un sujeto armado con un rifle abrió fuego en los alrededores del Parlamento de Ottawa, asesinando a un soldado. Posteriormente las balas de los guardias del edificio mataron al perpetrador. En ambos casos quedó documentado que los atacantes vivieron un proceso de radicalización debido a sus relaciones --primero a través de Internet y luego en persona-- con seguidores del islamismo radical. De igual manera, las autoridades comenzaron a conocer la incorporación de jóvenes canadienses en las milicias opositoras al presidente sirio Bashar al-Assad y luego dentro de las filas del EI. De acuerdo con un informe publicado en enero pasado por el Centro Internacional de Estudios sobre la Radicalización y la Violencia Política, con sede en Londres, existen más de 20 mil combatientes extranjeros en Siria e Irak. La lista es encabezada por Túnez (con alrededor de 3 mil individuos) y Arabia Saudita (con cerca de 2 mil 500). En lo que respecta a Occidente, Francia ocupa el primer lugar con mil 200 yihadistas. Este informe indica que hay alrededor de 100 canadienses en los combates. Los servicios secretos canadienses afirmaron sin embargo que hasta finales del año pasado habían identificado a 145 de sus connacionales, y en lo que va de 2015 han sabido que 25 más han viajado a las zonas de conflicto. Si bien el número de yihadistas canadienses no es tan elevado como el de otros países, éste ha sorprendido tomando en cuenta de que Canadá no se distingue cotidianamente por sus problemas con la integración ni por la violencia. Djallil Lounnas, experto en seguridad internacional de la Universidad Al Akhwayn de Marruecos, señala que el reclutamiento de yihadistas no es un fenómeno reciente. Sólo basta recordar lo que ocurrió en Afganistán cuando se combatía a los soviéticos, aunque explica que varios aspectos han cambiado: “La yihad actual guarda pocas semejanzas con el pasado. A diferencia de lo que ocurrió en los años ochenta en Afganistán, donde participaban sobre todo jóvenes de Argelia y Libia de sectores desfavorecidos, hoy los reclutados pertenecen a todos los estratos sociales, con niveles de educación de todo tipo y provienen de muchas zonas del mundo”. En una investigación de los diarios Toronto Star y La Presse publicada el pasado 31 de mayo, se analizaron los perfiles de 33 quebequenses que han viajado a Siria e Irak o que han tratado de hacerlo en los últimos meses. Los periodistas constataron que eran jóvenes en su mayoría –algunos menores de edad--, que estudiaban en diversos colegios, que muchos se conocían entre sí e incluso tenían lazos de sangre con yihadistas. Los hombres estaban dispuestos al combate, mientras que las mujeres cumplirían con tareas en las cocinas y como enfermeras. Diversos investigadores han tratado de brindar explicaciones sobre el éxito de los grupos integristas para seducir a canadienses. Han sido evocados factores como el deseo de compartir un ideal común, la sed de experiencias extremas, la crisis de identidad y los estragos de la soledad. Coinciden en que resulta complejo elaborar un diágnostico certero sobre las razones individuales de este fenómeno. Sin embargo, señalan dos elementos que han conseguido persuadir a estos jóvenes. “Adoctrinamiento 2.0” Canadá y otros países del orbe tienen que hacer frente a una práctica nacida en los últimos años, como consecuencia del desarrollo de Internet; algo que los expertos designan como “adocrinamiento 2.0”. Grupos como Al Qaeda y el Estado Islámico han logrado difundir su propaganda y acciones gracias al ciberespacio. Así, las redes sociales y diversos foros han permitido que estos mensajes puedan ser vistos por usuarios de todo el mundo, por lo que ya no es necesario estar presente físicamente en un lugar para ganar adeptos. A pesar de los esfuerzos de los gobiernos para evitar la difusión de estos contenidos, Internet es una zona porosa para los extemistas. Esta forma de proceder preocupa mucho a las autoridades de Canadá, ya que al igual que en otros países, los grupos radicales han logrado convencer a numerosas personas a sumarse a la yihad. La mayoría de los jóvenes canadienses que han viajado a Medio Oriente o han tratado de hacerlo mantenían contactos con grupos radicales a través de las redes sociales. Asimismo, en un video difundido en Internet en diciembre pasado, un yihadista que se presentaba bajo el nombre de Abu Anwar AlCanadi advirtió a los canadienses lo siguiente: “No se sorprendan cuando los musulmanes ejecuten operaciones donde más les duele, en su tierra”. También señaló que los musulmanes canadienses sólo tienen dos opciones: emigrar para apoyar al Estado Islámico o hacer la yihad en Canadá. Periodistas del National Post averiguaron la verdadera identidad de AlCanadi: se trata de John Manguire, antiguo estudiante de la Universidad de Ottawa. Manguire murió en Irak en enero de 2015, tal y como ha sucedido con varios de estos jóvenes canadienses. Otros continúan comunicando sus acciones a través de las redes sociales y también varios de ellos han cortado sus contactos con el exterior. El segundo elemento que preocupa a las autoridades es el actuar de ciertos imanes, a quienes se les ha relacionado con jóvenes deseosos de integrarse a la yihad. La investigación conjunta del Toronto Star y de La Presse señala que varias de estas personas frecuentaban centros religiosos musulmanes dirigidos por algunos clérigos con una reputación vinculada con el extremismo. Uno de ellos es Adil Charkaoui, quien ya fue detenido por las autoridades canadienses en mayo de 2003 bajo sospechas de pertenecer a un grupo terrorista en Marruecos. Fue liberado 21 meses después. En febrero pasado, la prensa canadiense reveló que varios de los jóvenes que han viajado para enrolarse en las filas del Estado Islámico asistieron a los cursos impartidos por Charkaoui en aulas que alquilaba en el Colegio Maisonneuve de Montreal. Otro más es Hamza Chaoui, el clérigo que procedió legalmente en contra del alcalde de esta misma ciudad, ya que el político manifestó su rechazo a que Chaoui pudiese abrir un centro religioso por sus posturas extremas sobre distintos temas. En abril de 2013, el Parlamento canadiense adoptó una serie de leyes más estrictas para luchar contra el terrorismo. En estas leyes quedaron establecidas sanciones para aquellos ciudadanos que abandonen el país con el fin de integrarse a organizaciones terroristas o que busquen hacerlo. Luego de los atentados en Saint-Jean-sur-Richelieu y Ottawa a finales de 2014 y tomando en cuenta el número creciente de canadienses interesados en sumarse al Estado Islámico, el gobierno de Stephen Harper propuso una nueva iniciativa, conocida como “Ley C-51”, la cual permite presentar cargos criminales contra personas que difundan material en apoyo del terrorismo. Asimismo, incrementa las atribuciones de los servicios de información y de los cuerpos policiacos para tener acceso a conversaciones telefónicas y comunicaciones en Internet. Este último punto provocó las protestas de diversas asociaciones, quienes ven en ello una seria amenaza a las libertades de los ciudadanos. La “Ley C-51” fue aprobada en los órganos legislativos y entró en vigor el pasado 18 de junio. Gobiernos provinciales y autoridades municipales también han manifestado que diseñan proyectos para reducir el grado de amenazas terroristas. Ejemplo de ello es que Denis Coderre, alcalde de Montreal (una de las ciudades con mayores vínculos con esta problemática), quien trabaja conjuntamente con corporaciones policiacas, grupos comunitarios, académicos y servicios de salud para abrir en próximas fechas el Centro de Prevención de la Radicalización. Asimismo, Coderre organizó en el pasado mes de junio una cumbre con alcaldes de varias ciudades del mundo que enfrentan este tipo de amenazas para dialogar sobre soluciones comunes, tales como París, Washington, Casablanca y Beirut. Líderes de asociaciones civiles, académicos y diputados de la oposición han criticado varias de las estrategias del gobierno para hacer frente al terrorismo. Además del tema de las libertades individuales, han salido a colación señalamientos respecto de que el gobierno federal tiene un alineamiento demasiado cercano con la agenda exterior estadunidense, específicamente en cuanto a las operaciones en contra del Estado Islámico. Sin embargo, los ciudadanos canadienses no se han opuesto en bloque a esta aventura bélica. En declaraciones a la radio de Montreal, Stephan Roussel, profesor de relaciones internacionales en la Escuela Nacional de Administración Pública, señaló que la participación de Canadá en la coalición no tiene nada de sorprendente por las siguientes razones: desde un primer momento el proceder del Estado Islámico provocó gran indignación entre los canadienses; Estados Unidos, Inglaterra y Francia –aliados del país en otras operaciones militares-- mostraron rápidamente su disposición de integrar la coalición; también tuvo que ver el grado de participación de Canadá en esta aventura: el envío de un número limitado de aviones y sin presencia de tropas de infantería. Otras críticas están relacionadas con el hecho de que el gobierno plantea principalmente sanciones criminales. Trabajadores sociales y representantes de organismos comunitarios se preguntan si los jóvenes que decidan volver a Canadá luego de haber viajado a las zonas de conflicto o que se arrepientan de intentarlo serán únicamente juzgados o si se debería trabajar en programas sociales específicos. Igualmente, temen que las estrategias gubernamentales impacten de forma negativa sobre la comunidad musulmana afincada en Canadá. Estigmatización A diferencia de varias naciones europeas, donde las tensiones con la inmigración datan desde hace varias décadas, Canadá ha figurado como un destino alejado comúnmente de este tipo de problemas. Es por ello que la lucha contra la amenaza terrorista en este país cuenta con un tema sensible: la estigmatización de la comunidad musulmana por una rápida correlación entre la práctica de su religión y la violencia. Después del cristianismo, el Islam es la religión más practicada en Canadá. Se estima que hay más de un millón de adeptos a dicha creencia en suelo canadiense y la mayoría de ellos están instalados en la provincia de Quebec. La lengua es un factor que explica en gran medida dicha situación: la mayor parte de los musulmanes proviene de las antiguas colonias francesas del norte de África. El Café Sidou es uno de los sitios más frecuentados por los argelinos en Montreal. Raoul Bouzidi atiende el negocio desde hace más de un lustro y señala lo siguiente: “La gente guarda una imagen muy generalizada de la comunidad musulmana, pero no comprende que tenemos comportamientos muy diferentes. Por ejemplo, entre mis clientes hay personas devotas del Islam y otros están alejados de la religión. Están más preocupados por sus empleos que en apoyar movimientos integristas. Odiamos a esos dementes porque por culpa de sus acciones pagamos todos las consecuencias, pero también nos duele que la prensa insista en casos que nada tienen que ver con nuestra vida cotidiana. La radicalización no es algo propio de una cultura específica”. Diversos académicos han subrayado que muchos de los musulmanes instalados en Canadá abandonaron sus países escapando de los líderes extremistas, y de acuerdo con los trabajos de estos académicos, 40% de la población mahometana cuenta con estudios universitarios, algo que no vacuna necesariamente contra el integrismo en la actualidad, pero que favorece la inclusión social. De igual manera, 60% de los musulmanes no asiste a las mezquitas con frecuencia, practicando su religion de forma más pasiva de lo que comúnmente se piensa. Miloud Chennoufi es profesor en el Colegio de las Fuerzas Armadas Canadienses y se especializa en el estudio de las comunidades musulmanas de Canadá. Contactado por Apro, señala que algunos sectores de la prensa han sido responsables de vincular los recientes hechos violentos con la inmigración, especialmente con la musulmana, y subraya lo que considera el error de este proceder: “Canadá es un país construido por gente de todo origen. Los discursos xenófobos siempre mezclan inmigración con inseguridad. Sin embargo, nunca ha habido un número tan elevado de personas llegadas de otras naciones y cifras tan bajas en criminalidad en suelo canadiense”. Asimismo, Chennoufi explica la contribución de diversos miembros de la comunidad musulmana canadiense en la lucha contra el integrismo: “Hay un número importante de policías y de agentes del servicio secreto que practica el Islam. También algunos atentados se han evitado gracias a la información proporcionada por líderes religiosos”. Diversas asociaciones de mahometanos en Canadá han expresado su repudio ante el integrismo. Como muestra de ello, Ihsaan Gardee, director del Consejo Nacional de Musulmanes Canadienses, señaló que su comunidad continuará denunciando sin tregua cualquier amenaza de este tipo. El gobierno de Canadá hace frente a una ecuación sumamente complicada. Por un lado, busca reducir los riesgos de acciones terroristas en su suelo y evitar que sus ciudadanos viajen para pelear en Siria e Irak, todo esto bajo la posibilidad de que la participación del país en la coalición internacional provoque represalias por parte del islamismo radical. Por otro, esto debe llevarlo a cabo sin estigmatizar a los musulmanes presentes en Canadá y respetando el conjunto de libertades garantizadas por la Consitución. Todo un reto que refleja la complejidad del mundo contemporáneo.

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