"Bellas de Noche", historias de éxitos, adicciones, colapsos y reinvenciones

viernes, 2 de diciembre de 2016 · 10:31
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- “Piensas que la juventud va a ser para siempre pero no te das cuenta que es la época más corta de tu vida”, sentencia Olga Breeskin con la sabiduría del Eclesiastés adquirida a través de una larga e intensa vida de éxitos en el espec­táculo, admiradores, riqueza, adicciones, colapso económico y reinvención de sí misma en la fe cristiana. Durante ocho años María José Cuevas siguió, filmó y entrevistó a cinco de las vedettes más famosas de las décadas de los setenta y ochenta. El resultado es el documental Bellas de noche (México, 2016), que se estrena esta semana en cartelera (se exhibió ya en Ambulante); el título hace referencia a la película de Miguel Delgado de 1975 que prácticamente inauguró el llamado género de ficheras. Lyn May, Olga Breeskin, Princesa Yamal, Rosy Mendoza y Wanda Seux añoran su época dorada de aplausos en los escenarios, con plumas y destellos de lentejuelas bajo los reflectores, cuando lo hombres eran espléndidos y regalaban flores y rubíes; a la vez que comentan abiertamente acerca de su deterioro, se vanaglorian de mantenerse activas y luchando por sobrevivir. La realizadora combina material de archivo, posters, fragmentos de películas en las que figuraron, más entrevistas y videos de algunos de sus shows, con momentos de intimidad cotidiana en la actualidad donde una se pone a bailar y cantar mientras tiende la cama, otra se hace arrumacos frente al espejo, y ésta se transforma con maquillaje y un exótico tocado. Si el tema de la decadencia al grado del patetismo –producto tanto del tiempo como de la increíble capacidad de estas diosas caídas para exhibirse y lacerarse frente a la cámara– se presta por momentos al humor involuntario, la dignidad, y hasta una cierta grandeza en la fidelidad a sí mismas, prohíbe la burla o el humor negro. Así, María José Cuevas le deja la responsabilidad al espectador de reír o llorar cuando una de las veteranas inyectando botox a otra de ellas pierde la cuenta y ubicación de los piquetes; o de otra que comenta que dejó de sentirse culpable con los pavo-reales cuando se enteró de que éstos tiran sus plumas y nadie se las arranca. El valor del documental estriba en el ambiente de intimidad que consigue con las vedettes, la manera de estas mujeres fascinantes de seguir de pie, de animarse y complacerse recordando glorias pasadas. Pero Bellas de noche falla totalmente al omitir el contexto tanto del momento del apogeo de estas divas como del valor actual de la construcción y explotación de iconos sexuales; la axiología, la valoración de la actitud social se cuelga de comentarios superficiales de las vedettes, como el de que en ese tiempo gustaban las mujeres exuberantes. Fuera de contexto y sin confrontación ninguna de los códigos, ¿qué puede decirle a los jóvenes de hoy la vida de estas mujeres que orquestaban fantasías sexuales de generaciones remotas para ellos? El cine de ficheras y su celebridad pasajera no puede separarse de la nostalgia y la estrategia comercial en los años setenta y ochenta –con una industria cinematográfica ahogada por el oficialismo–, de revivir el cine de rumberas. Bellas de noche apenas menciona el escándalo de Princesa Yamal implicada, injustamente según afirma, en el aberrante hurto al Museo Nacional de Antropología en 1985; falta aún el documental sobre el despotismo político y la obvia implicación de los prohombres con las divas de aquella época.

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