Daniel Ortega, un mito que se construyó a sí mismo

viernes, 27 de julio de 2018 · 10:43
El FSLN, que 39 años atrás fue aplaudido mundialmente cuando derrocó a Anastasio Somoza, se convirtió paulatinamente en una máquina destinada a promover el culto a la personalidad de Daniel Ortega y de ensalzar un régimen que, como se ha visto en días recientes, retomó las prácticas de la vieja dictadura nicaragüense y ha dejado varios cientos de muertos en el barrio de Monimbó. El Frente Sandinista, sin embargo, ha tenido fracturas y deserciones que no le auguran un buen futuro. MANAGUA (Proceso).- En los alrededores del viejo estadio nacional de beisbol de la capital nicaragüense está el Parque Museo de la Victoria Sandinista Carlos Fonseca, espacio plagado de fotos y leyendas históricas, orientado a que los visitantes conozcan la historia del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), desde su fundación en 1962 hasta la etapa final de la insurrección contra el dictador Anastasio Somoza, en 1978 y 1979. Pero ese museo no se ajusta a la verdad histórica. Daniel Ortega, presidente de Nicaragua por segunda vez en los últimos 11 años y secretario general del FSLN desde 1994, aparece omnipresente en los paneles, dirigiendo y combatiendo en casi todos los frentes guerrilleros.  Lo cierto es que luego de su liberación –era preso político– por un comando del FSLN en 1974, Ortega permaneció primero en La Habana y luego en la capital costarricense hasta que la guerrilla tomó el control de la ciudad de León; entonces volvió a la cabeza de la Junta de Gobierno Provisional que entró triunfante a Managua el 19 de julio de 1979. Uno de los protagonistas de esa acción de liberación es el comandante Luis Carrión Cruz, miembro de la Dirección Nacional del FSLN hasta 1995, quien entre abril y julio de 1979 dirigió el Frente Guerrillero Oriental Carlos Roberto Huembes. “El FSLN y el orteguismo se fusionaron; no existe FSLN separado de Ortega. Él destruyó al FSLN como partido, lo convirtió en un instrumento de su poder y de su familia. No tiene órgano de dirección, no hay debate, no hay grupos decisorios, no hay nada. Sólo existe su voluntad y todos los demás son ejecutores, operarios, de sus órdenes”, comenta Carrión en entrevista.  Agrega: “El FSLN no tendría vida después de Ortega, excepto que algunos sectores sanos puedan agruparse y reconstruir un FSLN que no sea orteguista; pero es una gran incógnita si eso va a pasar o no”. Carrión se integró al FSLN en 1972 y en marzo de 1979, en vísperas de la ofensiva final contra Somoza, se incorporó a la Dirección Nacional Conjunta, integrada por nueve comandantes. Ese fue el máximo órgano de dirección en el FSLN al triunfo de la revolución, hasta que en 1994 Ortega se erigió como su único líder. El martes 17, cuando en Nicaragua se celebra el Día de la Alegría (en esa fecha, en 1979, Somoza huyó del país), Ortega concluyó la ofensiva contra el barrio indígena de Monimbó, el último bastión de la rebelión cívica iniciada tres meses antes.  El operativo se inició hacia las 06:00 horas y a mediodía las fuerzas orteguistas –gracias a su superioridad numérica y de poder de fuego– tenían bajo control al aguerrido Monimbó, en la ciudad de Masaya. Ese día en las redes sociales oficialistas se viralizó el hashtag #DanielSeQuedaChallenge, en el que se ven tuits de militantes, simpatizantes, policías y parapolicías encapuchados y bailando una cumbia llamada Aunque te duela, en la que le gritan vivas a Ortega y reiteran que permanecerá en el poder, porque “el pueblo está con él”, como dice uno de los estribillos de la pieza. Hasta el martes 17 la Comisión Interamericana de Derechos Humanos contabilizaba ya 285 muertos, la mayoría civiles.  “Ortega decidió acabar con la protesta a sangre y fuego. La represión es su manera de resolver la crisis. Pero, la inmensa mayoría del pueblo está repudiando a Ortega y al FSLN, porque se ven como una y la misma cosa. Por eso digo que la caída de Ortega significará la caída del FSLN”, afirma Carrión. Desde abajo Tras la derrota electoral de 1990 frente a Violeta Barrios de Chamorro, Ortega entendió que para volver al poder debía apropiarse primero del liderazgo del FSLN, desplazar a cualquier potencial adversario interno y tejer una imagen de líder único y combativo, “gobernando desde abajo”, encabezando las luchas sociales y políticas contra el gobierno de transición de la viuda de Pedro Joaquín Chamorro.  Henry Petrie, excoordinador nacional de la Juventud Sandinista 19 de Julio y exsecretario de organización del FSLN de Managua, recuerda que tras la derrota de 1990 –en la que Barrios venció con 54.7% de los votos– hubo una deserción de dirigentes, cuadros políticos y militantes del FSLN, lo que tuvo el impacto de un tsunami político.  “Fue una estampida de cuadros, tanto dentro de la Juventud Sandinista como del Frente, pero fue más dramático en el partido. Muchos compañeros abandonaron las estructuras, así que fueron reemplazados por combatientes históricos, con disciplina y trayectoria militar, que rápidamente reconocieron el liderazgo de Daniel (Ortega) y se subordinaron a su voz de mando”, refiere Petrie en entrevista. Para cohesionar al sandinismo, que todavía estaba pasmado por la derrota electoral, Ortega dirigió la lucha social en las calles. La primera acción llegó el 15 de mayo de 1990, cuando enarboló la exigencia de aumentos salariales para los trabajadores públicos organizados en la Unión Nacional de Empleados, brazo gremial del FSLN.  “Las calles de Managua comenzaron a llenarse de grupos o piquetes de sandinistas de todas las organizaciones de base… Bloquearon el tránsito con pilas de llantas en llamas y levantaron barricadas con adoquines y chatarra. Las consignas, las pañoletas cubriendo las caras y los puños en alto parecían atizar llamaradas de una nueva insurrección”, escribió entonces Antonio Lacayo –ya fallecido y quien fuera ministro de la Presidencia en el gobierno de Barrios– en su libro La difícil transición nicaragüense. En el gobierno con doña Violeta. Posteriormente, el 6 de julio del mismo año, Lacayo refiere en su libro que estalló una segunda asonada, esta vez promovida por Ortega mediante el Frente Nacional de los Trabajadores (FNT), brazo también del FSLN. “Ortega optaba constantemente por ‘montarse en la ola’, poniéndose siempre al lado de los que protestaban, tuviesen o no la razón. Me quedó la impresión que Daniel nunca valoró la paz. Más importante para él parecía ser el mantener su liderazgo sobre la maquinaria sandinista. No importaba que esto fuese a costa de la estabilidad nacional”, escribió Lacayo. Divisiones y golpes de mano En su rol de oposición política surgieron contradicciones en el FSLN, que se acentuaron en la bancada sandinista en el Poder Legislativo, que encabezaba Sergio Ramírez, exvicepresidente y compañero de fórmula de Ortega en la contienda electoral de 1990.  Tales contradicciones se fueron acentuando hasta que Ramírez, acompañado de un número importante de cuadros sandinistas, hizo público el manifiesto “Por un sandinismo que vuelva a las mayorías”, en febrero de 1994. En ese texto se cuestionó el concepto del FSLN como “partido único de vanguardia” en los ochenta, que trajo consigo una conducta verticalista, una formación política excluyente, de militancia cerrada. Y de cara a la sociedad planteó que el Frente debía abrir un debate para reconocer los errores de concepción y acción política que trajeron consigo la división de la sociedad y la pérdida del consenso popular, que facilitaron la pérdida del poder político en 1990. Entre los firmantes hubo cuadros que hoy están subordinados a Ortega, entre ellos Alba Luz Ramos, actual presidente de la Corte Suprema de Justicia, y la magistrada Yadira Centeno. Además, Ernesto Martínez Tiffer, actual ministro del ente regulador del sector energético.  Petrie reconoce que para enfrentar ese movimiento crítico y disidente, que luego tomó el nombre de Movimiento Renovador Sandinista (MRS), dentro del FSLN surgió el movimiento Izquierda Democrática, liderado entonces por la comandante guerrillera Mónica Baltodano y otros cuadros, entre ellos el propio Petrie, quienes tenían el control de las estructuras y del tendido orgánico del partido en todo el país, y que se subordinaban al liderazgo de Ortega.  Baltodano se separó del FSLN en 1999 –decepcionada por los pactos de Ortega con el entonces presidente Arnoldo Alemán– y fundó el Movimiento por el Rescate del Sandinismo. “Surgió como contraposición a la tendencia renovadora. Estábamos por un partido que se consolidara poco a poco, desde la propia organicidad. Ellos, en cambio, planteaban abrirlo a las mayorías”, dice Petrie. A ese movimiento se sumaron el FNT y el resto de organizaciones sociales subordinadas a Ortega.  El clímax de la lucha interna se perfiló de cara al Congreso Extraordinario del FSLN, celebrado en mayo de 1994 y donde por primera vez se escogería por votación al secretario general, cargo máximo de dirección al que aspiraban dos contendientes: Ortega –apoyado por toda la maquinaria territorial del Frente y por la tendencia Izquierda Democrática– y el comandante Henry Ruiz, líder histórico con trayectoria en la lucha contra Somoza.  “Daniel llegó con una gran mayoría al Congreso, porque los congresistas eran electos territorialmente y las estructuras estaban dominadas por Ortega. Los renovadores, en cambio, no tenían mayor representatividad entre las estructuras”, confirma Petrie.  De tal forma que Ortega fue electo por mayoría de votos como secretario general del FSLN y de inmediato fueron expulsados de las estructuras de dirección partidaria Carrión, Ramírez, Dora María Téllez y otros cuadros sandinistas. El golpe final llegó inmediatamente después, con las elecciones de los organismos de dirección a nivel territorial, en todos los municipios. “Se terminó de remachar la victoria de Daniel. Así copó el liderazgo del partido y de los distintos sectores afiliados al sandinismo”. Con el control del FSLN y de sus organismos sectoriales y sociales, Ortega se dispuso a competir como candidato presidencial en 1996 frente a Arnoldo Alemán, candidato de la Alianza Liberal, quien finalmente lo venció.  “Después de la derrota electoral del 96, Daniel ve amenazado su liderazgo, así que empieza a construir un andamiaje de mayor lealtad y fidelidad. Para mí, ahí nace el caudillismo de Daniel en el seno del FSLN”, valora Petrie. Dos años después, agrega, tuvo lugar la denuncia de abusos sexuales a Zoilamérica Ortega Murillo, su hijastra, por parte del líder sandinista. Rosario Murillo, su madre, defendió públicamente a Ortega y puso en entredicho la salud mental de su hija. La demanda fue desestimada por una juez sandinista, hoy magistrada de la Corte Suprema de Justicia. “Esa fue la cereza del pastel. Desde entonces Rosario Murillo asume un protagonismo y liderazgo en las filas del FSLN nunca antes visto y empieza a tejer un linaje que la ubica como descendiente de Rubén Darío y de Sandino, y a él, como un semidiós”, dice Petrie. Un liderazgo agónico Dora María Téllez dirigió en 1978 y 1979 la insurrección en la ciudad de León y luego la liberación y proclamación de esa ciudad como “Capital de la Revolución”. Hace 39 años entró triunfante a Managua, encabezando el Frente Guerrillero Occidental Rigoberto López Pérez.  En 1994, junto a Ramírez y un número importante de cuadros sandinistas, lanzó la proclama del MRS que planteaba la necesidad de emprender un proceso democratizador dentro del FSLN. “Debemos tener un partido verdaderamente democrático en todos sus niveles, con amplios espacios de participación, debate y discusión. Un partido en el que los dirigentes electos respondan de sus actos a sus electores; un partido con una dirigencia renovada y capaz de asumir los retos de transformación que el sandinismo demanda. Una dirigencia con nuevos estilos, sin caudillismo de ningún tipo”, plantearon en esa proclama.  No obstante ese planteamiento no cuajó en el verticalismo del FSLN ni en el liderazgo de Ortega. Téllez recuerda que concluyeron que no podrían generar ese cambio en el partido, así que fundaron el MRS. “Daniel (Ortega) primero copó el poder dentro del FSLN y luego construyó un andamiaje sobre la base de presiones, medidas de fuerza y construyó una correlación que le permitió volver al poder” con apenas 38% de los votos, dice Téllez al reportero. Agrega: “Daniel demolió el FSLN. No hay dirección colectiva, no hay congresistas, no hay debate interno y se consagró como dictador del Frente, al concederse la facultad de escoger y nombrar a su compañero de fórmula presidencial en 2016 y escoger a Rosario Murillo, su esposa. Ahí confirmó que no conoce límites”. Tras tres meses de protestas y de lucha cívica, que se iniciaron en reclamo de una reforma a la seguridad social y derivó luego en la demanda de la salida de la pareja presidencial del poder a causa de la brutal represión, Téllez está convencida de que Ortega tiene los días contados al frente del país. “El futuro del FSLN va a depender de Daniel Ortega, pero también de la decisión que tengan los líderes dentro de esa organización. Pero creo que el orteguismo va a morir, como fenómeno estructurado, organizado, así como desapareció el somocismo como aparato de poder. El orteguismo está totalmente condenado a muerte y quien lo ha condenado es la propia familia Ortega Murillo”, concluye Téllez. Este reportaje se publicó el 22 de julio de 2018 en la edición 2177 de la revista Proceso.

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