'Apuntes para hacer canciones”, de Cruz Mejía Arámbulo

viernes, 3 de agosto de 2018 · 08:30
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Nadie tan prolífico como el productor radiofónico sinaloense Cruz Mejía Arámbulo, quien además de su amplia trayectoria difusora de talentos en Radio Educación, ha publicado montonales de discos con temas propios o en pro de las luchas populares, amén de libros históricos (El radio radiante), biográficos (La creciente) y poéticos. https://www.youtube.com/watch?v=Cs4ZGzSnTt0 Este julio de 2018, el invidente Cruz Mejía (La noria, Guasave, 1952) sorprendió a seguidores y extraños, editando por medios propios su reciente estudio de 164 páginas Apuntes para hacer canciones. Ahí nomás para no estar de oquis (Euterpe. Talleres de Gráfica Romeo tel. 4753-1105), con prólogo de Berenice Tovar Saavedra, quien escribe acerca del autor: “Desde que lo conozco, siempre he visto en él a un defensor del producto mexicano, del buen producto mexicano, y como tal, él es un ejemplo de que en México existe gente responsable, interesada en la historia, en la cultura, en la elaboración de lo bien hecho; capaz de crear calidad para los demás, aunque no siempre haya centavos que patrocinen a quienes no se cuadren a las demandas de la mercadotecnia servil a favor del extranjero, o de los poderosos, a quienes no les gusta escuchar verdades.” Apuntes para hacer canciones es una sabrosa investigación abordada por Cruz Mejía con toda seriedad, si bien nuestro músico independiente y ajeno a las dictaduras comerciales no logra evadir ejemplos, del corrido al rap, y vía comentarios chuscos ahonda en las formas poéticas clásicas y sarcasmos hacia los cantautores populares más loados (Juan Ga, José Alfredo, Joaquín Sabina, Serrat, El Buki), con buen humor y chascarrillos típicos a los cuales él nos tiene acostumbrados. Cruz Mejía es de los que piensan que si vamos a emprender el reto de escribir una canción original, primero hay que conocer los cánones y reglas generales de los estilos literarios y las sonoridades del arte; de ahí que divida su libro en los siguientes capítulos: 1.- Rima o consonancia. 2.- La Gramática. 3.- Comencemos a versar. 4.- Lo que dicen las canciones. 5.- La extensión de las canciones y 6.- No se nos vayan a olvidar los niños. Ofrecemos las palabras que anteceden a dichos capítulos de Cruz Mejía en ‘Apuntes para hacer cancione’s, intituladas… Ánimo a escribir Siempre cuesta trabajo empezar, uno siempre que no tiene qué decir, porque parece que todo está dicho; sin embargo, reflexionando un poco y exprimiéndose los sesos, de repente, en el momento menos esperado brota una idea y los pensamientos fluyen como un manantial, encontrando en ellos temas sin control, sin que nos demos abasto a estamparlos en el papel y hasta sentimos que nadie puede decir lo que prendió en nuestro cerebro. Cuando sucede algo semejante, hay que procurar que no se apague la lámpara del genio; cuando después de unas horas o luego de unos días revisamos nuestro texto, puede suceder que reconsideremos nuestra obra descalificando todo o que sobrevaloremos aquello, pensando que fuimos capaces de lograr lo nunca imaginado. Es el momento de decidirnos, tal vez ahí comience la carrera del escritor. T Tratándose de canciones, no hay duda de que cualquiera de nosotros puede hacer una en su vida, aun sin ser compositor; siempre hay un motivo de inspiración: el ambiente en el que vivimos, la contemplación de la naturaleza, un momento de emoción sublime, el encuentro con un animalito. Está demostrado que las mamás le cantan a sus niños, pues los juegos y arrullos siempre surgen de la inspiración espontánea con la dulzura natural de la mujer ante la alegría del momento. Se canta en el trabajo, en la convivencia familiar y con los amigos, en la fiesta… y muchas veces ese canto se va al vacío sin que haya sido registrado por nadie y sucede que en ocasiones le pedimos a quien cantó, repita lo que le oímos en algún momento, pero ya no lo recuerda, pues como los sueños, algunos de esos cantos se borran de la memoria; aun así, nunca dejamos de cantar. Ahora bien, si pensamos ocuparnos de la composición como un oficio, entonces se recomienda tener en cuenta algunos criterios mínimos que serán de mucha utilidad para obtener mejores logros en este quehacer: decidirse sin miedo, buscar algo qué decir, averiguar lo que se ha escrito de lo que intentamos hablar; si no leemos, no es fácil escribir. Conviene evitar los lugares comunes en nuestro texto, buscar el color de los vocablos; tratándose de canciones, es indispensable cuidar la acentuación de las palabras acorde con la melodía; en verso o en prosa; conviene buscar la elegancia sin rebuscamiento, aceptar el desafío de las emociones y del lenguaje, pues si los músicos siguen haciendo maravillas con una escala de siete notas, o doce como máximo, nadie podrá agotar la bastedad del lenguaje, antes bien, podemos acrecentarlo y, llegado el caso, podemos reinventarlo con nuestras propias imágenes, experiencias, sentimientos y pensamientos para halagar el oído y la percepción de los entes sensibles que se hallen dispuestos a escuchar nuestro canto, pintando todas las dimensiones. A veces no encontramos de qué hablar, por timidez no nos atrevemos, tenemos miedo al ridículo; todo es cuestión de decisión, como cuando queremos brincarle a una chavala, lo peor que nos puede pasar es que nos diga que no, y qué tal si sí; recordemos aquella canción que dice: Las palabras amorosas son las cuentas de un collar, pues saliendo la primera salen todas las demás… Por otra parte, conviene recordar a Juan Rulfo, quien aseguraba que sólo hay tres temas para hablar: el amor, la vida y la muerte; la gracia está en encontrar el modo de expresarse en cualquiera de estos temas y hacerse entender con el oyente. Con un poco de esmero, llegaremos al momento en que pueda asegurarse que con nuestro canto dijimos lo que se quería expresar, ejemplo de ello es la canción “Este bolero es mío”, de Felipe Pirela y Mario de Jesús, interpretado por Javier Solís: Este bolero es mío, por un derecho casual; porque yo soy el motivo de su tema pasional… Chava Flores entendió muy bien el asunto y escribió ‘¿Para qué sirven los compositores?’, explicando que la función de los que hacen canciones es ponerle cebolla al guisado. Cualquier asunto puede ser propicio para darle alas a la inspiración, sólo hay que avivar los cinco sentidos, dar rienda suelta a la imaginación dejando volar el pensamiento de la contemplación del horizonte, el pedacito de cielo a nuestro alcance, escuchar el bullicio de la naturaleza entera, oler, meterse las ideas al pensamiento, observar el comportamiento de los seres animados, el movimiento de las máquinas, el paso de los cuerpos celestes en el firmamento, razonando que los astros al moverse dejan de estar firmes. Conviene recordar la historia de los hombres con sus mitos y sus hallazgos, la evolución del mundo con todo el entorno metido en la cabeza, uno deja de ser uno y se vuelve cualquiera de los muchos mundanos, y sumido en un rincón, puede escribir la suerte de cada bien, vertiendo en su entorno lo que en apariencia sólo fue contemplación, para que pase el tiempo y no se olvide nunca. El compositor debe estar consciente de que todo cuanto haga será por su compromiso asumido con sus semejantes sin pretensiones de gloria, y debe hacerlo bien para merecer con dignidad el reconocimiento de compositor, sus canciones estarán a la orden de quien guste escucharlas y el propósito será llegar a los más oyentes posibles, a fin de que tengan a su alcance lo que no les fue dable por ocuparse de otros menesteres tan útiles a la sociedad como el trabajo del compositor. Si estamos dispuestos a asumir el reto, la sociedad tendrá razón justificada de tenernos en cuenta.

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