Las "fake news" que evitaron una guerra

sábado, 16 de marzo de 2019 · 09:07
Enemigos irreconciliables desde mediados del siglo pasado, India y Pakistán han protagonizado ya cuatro guerras… y el mes pasado estuvieron a punto de comenzar la quinta, cuando un atentado terrorista de musulmanes de Cachemira causó muertes y graves destrozos en territorio indio. Los ánimos se caldearon entre la población de los dos países, cada una de las cuales desea ver aplastado al vecino. Pero la propaganda tanto de Delhi como de Islamabad –fake news reproducidas por una prensa servil– hizo creer a la gente que, cada uno, había respondido con valentía y violencia en acciones armadas que, en realidad, nunca existieron. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Cuando India y Pakistán se amenazan, nadie se lo toma a la ligera. No sólo porque ya se han confrontado en cuatro guerras desde su independencia, en 1947, sino porque ambos se han dotado de armas atómicas, desconociendo abiertamente el Pacto de No Proliferación Nuclear. Por eso la última serie de bofetones mutuos, en febrero y principios de este mes, causó gran preocupación y ansiedad, pues no se sabía qué era lo que realmente estaba pasando: cada país daba versiones que contradecían las del otro; y en la confusión se temía que alguien perdiera los nervios y diera la orden equivocada, que provocara una espiral descontrolada hacia la guerra. Pero ocurrió lo contrario: las mentiras hechas noticias –que convencieron a la gente por la determinación nacionalista de creer– ayudaron a ambos gobiernos a satisfacer los deseos belicistas de los sectores más enfebrecidos de sus pueblos, a presentarse como los que jugaron la mejor partida y humillaron al contrario, y así lograr una reducción de las tensiones. Hasta el jueves 7, los intercambios de fuego parecían haber cesado y se abría paso la sensación de que, por esta vez, las fake news evitaron la guerra. México tiene 250 mil hombres en su Ejército y Marina; Pakistán, 700 mil; la India, 1 millón 400 mil. El gasto militar mexicano equivale a 0.5% del PIB; el indio, a 2.5%; el pakistaní, a 3.5%. India y Pakistán son enemigos declarados y su desproporcionado presupuesto militar se arma pensando en la destrucción del otro. Con ello en mente se convirtieron –con Israel y más recientemente Corea del Norte– en las potencias atómicas además de las cinco con asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU: Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña y Francia. Según el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, con sede en Washington, Pakistán tiene entre 140 y 150 cabezas nucleares que puede montar en misiles, como el Shaheen-II, con alcance de hasta 2 mil kilómetros; India posee entre 130 y 140 y nueve tipos de misiles operacionales que pueden llevar su carga hasta a 5 mil kilómetros. No les hace falta tanto: ambos países están completamente dentro del rango de destrucción total. Teatral enemistad  Gandhi soñó que la India independiente comprendería todo el territorio de la colonia británica, pero el país se dividió en tres: India, Sri Lanka y Pakistán. Luego, de este último se escindió Bangladesh. La base de la separación era religiosa: bajo la idea de que los fieles de distintas fes no pueden llevarse bien, intentaron crear territorios para cada una de las más grandes doctrinas, aunque eso era imposible, porque durante milenios habían vivido –y viven– mezclados. En el extremo norte, el principado de Cachemira ha sido el principal motivo de disputa durante 72 años: de mayoría musulmana, los pakistaníes esperaban que se integrara a su país, pero, después de la primera de las cuatro guerras binacionales, en 1947, sólo lograron retener un tercio, y en general han llevado la peor parte en todos los conflictos. En territorio de Cachemira hay bases de grupos terroristas islámicos que a veces son perseguidos, por lo general son tolerados y en ocasiones reciben apoyo del gobierno pakistaní –según los cambios de la política local o del ambiente binacional– o de Inteligencia Inter-Servicios, una organización policiaca que lleva agenda propia, como un Estado dentro del Estado. Desde ahí suelen lanzar ataques contra objetivos en suelo indio, lo que provoca represalias, periodos de tensión y, a veces, intercambios de fuego. La enemistad es ya tan añeja y profunda que se ha convertido en un acto teatral, con sabor deportivo, en el paso fronterizo de Wagah, que divide la región del Punjab entre las dos naciones, a medio camino entre las ciudades de Amritsar (India) y Lahore (Pakistán). Todos los días, a las seis de la tarde, en cada lado se reúnen multitudes para observar la ceremonia de cierre de las rejas. Acude tanta gente, que han construido gradas para acomodarla; desde ahí, jóvenes y familias echan porras, festejan cada una de las acciones de su escuadra y cantan sus himnos nacionales. Los soldados de ambos países están muy bien coordinados. Los seleccionadores han hecho un duro trabajo para encontrar a los integrantes del conjunto nacional militar, pues todos deben medir más de 1.80 metros. Tienen que ser, además, flexibles, porque deben levantar la bota derecha, con la pierna recta, por encima de la cabeza, correr luego hacia la frontera con los ojos fijos en el soldado enemigo que viene exactamente en dirección opuesta, detenerse un centímetro antes de chocar, gritándole al otro en la cara… y dar la vuelta para recibir la ovación del público, que festeja como si se hubiera anotado el gol de la victoria. Escalada A las 15:00 horas del 14 de febrero, cerca de Srinagar, capital de la Cachemira india, un militante islamista condujo un vehículo cargado de explosivos hasta aproximarse a un convoy de la Fuerza de Policía de la Reserva Central –organismo paramilitar de seguridad– y provocó la detonación. Según el vocero de esa fuerza, Sanjay Sharma, “la explosión fue tan poderosa que un autobús quedó completamente triturado”. La acción fue reivindicada por el grupo Jaysh-e-Mohammad (JeM, Ejército de Mahoma). Murieron 40 personas, además del atacante. “Le daremos una respuesta apropiada a nuestro vecino”, anunció Narendra Modi, primer ministro indio, “no permitiremos que nos desestabilice”. El golpe tardó 12 días en llegar: el 26 de febrero una docena de cazas Mirage 2000 indios bombardeó lo que aseguró era el mayor campamento de JeM. “Fueron eliminados un gran número de terroristas de JeM, instructores, altos comandantes y grupos de yijadistas que entrenaban para misiones suicidas”, sostuvo el gobierno de Modi en un comunicado. Algunos medios indios dieron la cifra de entre 250 y 350 muertos. “¡Fue un acto de extremo valor!”, tuiteó uno de sus ministros. Se trató del primer ataque aéreo en suelo pakistaní desde 1971 y, habiéndose producido a unos 50 kilómetros dentro de territorio ajeno, fue más allá de las represalias de costumbre. Había empezado la escalada: “Ahora es su turno de esperar y prepararse para nuestra sorpresa”, advirtió el ministerio pakistaní de exteriores. Pero introdujo el primer elemento de confusión: “No le dieron a ninguna infraestructura ni hubo muertos”. Las imágenes que difundió el gobierno pakistaní sólo muestran árboles derribados y cráteres en tierra montañosa. Lo de que atacaron un campo terrorista “es una aseveración impertinente y ficticia, para beneficio propio”, denunció. “Es una acción que realizaron para consumo doméstico en un ambiente electoral (India tendrá comicios generales en abril), poniendo la paz y la estabilidad regionales en riesgo”. Al día siguiente Pakistán informó que su aviación había realizado ataques en territorio indio y derribado dos naves enemigas. Obtuvo evidencia: logró capturar a uno de los pilotos caídos. El gobierno indio, por su parte, aseguró que habían destruido un F-16 pakistaní. El problema es que, de acuerdo con el contrato de venta que Estados Unidos le hizo firmar a Islamabad, los pakistaníes sólo pueden utilizar esos aviones de combate en misiones defensivas; Pakistán insiste en que respeta el convenio y afirma que las aeronaves que usó son chinas, JF-17: “No utilizamos aviones F-16 en ataques dentro del territorio indio, eso está fuera de discusión”. La cosa no pasó de ahí: aunque en los días siguientes se produjeron algunas escaramuzas fronterizas, a principios de este mes el gobierno pakistaní adelantó la toma de varias medidas contra los grupos armados islámicos y el martes 5 anunció la detención de más de 100 personas, entre ellas militantes de JeM, como dos parientes cercanos del líder, Masood Azhar, y la toma de una mezquita radical. Para el jueves 7 ya eran 182 las escuelas religiosas radicales que había intervenido. Los observadores señalaron que empezaba a disminuir la tensión: “El objetivo de todo esto era forzar a Pakistán a actuar contra los grupos terroristas y eso es lo que está pasando”, dijo Ajai Shukla, experto indio en defensa, en entrevista con Al Jazeera. La confusión ¿Por qué Delhi e Islamabad decidieron desinflar el conflicto? Algunos analistas lo atribuyen al rango nuclear de los contendientes, aunque desde perspectivas opuestas: para unos, la condición de Destrucción Mutua Asegurada (MAD) obliga a evitar las escaladas y abstenerse de amenazar los intereses fundamentales del enemigo; otros señalan la paradoja de la estabilidad-inestabilidad, en la que precisamente el peligro de devastación universal hace creer a los países nucleares que son capaces de manejar los altibajos de conflictos de menor intensidad sin temer la guerra total, y lo consiguen hacer así… hasta que se les va de las manos. Esta vez se detuvieron a tiempo. Unos más piensan, por otro lado, que todo se debió a las noticias falsas, que en este caso fueron utilizadas para satisfacer las exigencias del público sin arrinconar al rival, pues de lo contrario, lo hubieran obligado a escalar el conflicto. Al menos tres análisis distintos de imágenes satelitales han cuestionado la versión india de su ataque contra el campamento: el Laboratorio de Investigación Digital Forense del Atlantic Council comparó las de días anteriores y posteriores, y concluyó que sólo había impactos en zonas boscosas, sin daño visible a alguna estructura. Lo mismo informaron el Instituto de Políticas Estratégicas de Australia y Planet Labs Inc., un operador privado de satélites con base en San Francisco. El “acto de extremo valor” fue una fantasía. Igualmente, el portal de investigaciones forenses Bellingcat analizó fotos y videos del F-16 pakistaní que Delhi dijo haber derribado: encontró que no era un F-16 sino un MIG-21 de la Fuerza Aérea India, uno de los que perdió en esa jornada. Aunque algunos sitios serios de periodismo en India han difundido las evidencias de que todo fue una fabricación, la generalidad de los medios repite la versión oficial. Y el público la recibe con el entusiasmo del patriotismo: el gobierno de Modi le acaba de regalar a su pueblo otra derrota del enemigo de siempre, que ahora está ocupándose de los terroristas como le fue exigido. No es la primera vez que el gobierno de Modi inventa acciones militares: en septiembre de 2016 aseguró que un pelotón de fuerzas especiales entró atrevidamente a Pakistán y destruyó un campamento yihadista… pero Islamabad niega que algo así haya ocurrido; no hay pruebas de ello. “La ventaja de la confusión, especialmente en los momentos posteriores a algún episodio como éste, es que se pueden sostener relatos contradictorios”, declaró al diario The Guardian Vipin Narang, politólogo del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Esto permite que ambos rivales puedan declararse victoriosos y evitar seguir atacando: “Este tipo de ambigüedad puede por el momento reducir la intensidad del conflicto. Una vez que se calmen las aguas podremos discutir los hechos”. Este reportaje se publicó el 10 de marzo de 2019 en la edición 2210 de la revista Proceso.

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