El coronavirus que paraliza la economía

sábado, 7 de marzo de 2020 · 09:53
La eficacia y puntualidad de China, esa fábrica global, está comprometida por el coronavirus y los efectos de la enfermedad ya se sienten en todo el globo. El impacto causado por una obligada cuarentena sanitaria se nota en las bolsas del mundo, y sectores como el turismo o la manufactura de bienes de lujo –que dependen del factor chino– están en niveles mínimos. Esta crisis muestra hasta qué punto la economía se ha globalizado y la importancia actual del gigante asiático en el conjunto. BEIJING (Proceso).- En el distrito de Guomao, el vibrante corazón financiero de esta ciudad, tras la jornada laboral un río de oficinistas fluía hacía los elitistas restaurantes del área. Hoy esos sitios muestran un aspecto desolador, confirma el gerente de un local: sirven una quinta parte de los cubiertos habituales, la normativa prohíbe mesas de más de cuatro comensales y a la falta de clientes se suma la del personal. “Sólo tenemos a los que no se fueron de la ciudad en las vacaciones de Año Nuevo. Los demás no han podido regresar y cuando lo consigan tendrán que someterse a una cuarentena obligatoria de dos semanas en sus casas”, lamenta.  La crisis, vaticina, va a enterrar muchos negocios. El coronavirus agripó a la economía china y golpeará la global con una intensidad aún por calibrar. Ya superó la crisis del SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Severo) en 2003, porque tanto China como el mundo han cambiado: el gigante asiático ha virado su modelo económico al gasto privado y su economía está más imbricada en el engranaje global. Los mil 400 millones de consumidores chinos encerrados en casa, gastando apenas en comida y mascarillas, son un problema serio para Beijing y para el mundo. China ha aligerado las draconianas cuarentenas en buena parte del país y ordenado una escalonada reactivación de la industria. Las autoridades afrontaban un dilema shakesperiano: fomentar el regreso al trabajo o blindarse ante el virus. Los vagones de metro y los autobuses semivacíos sugieren que la población prioriza la segunda. La crisis alcanza a Beijing en un momento complicado: está recuperándose de la guerra comercial con Estados Unidos y tiene reformas estructurales pendientes. En 2020 debía alcanzar logros largamente publicitados, como la erradicación de la pobreza o doblar el Producto Nacional Bruto de hace 10 años.  Ahora se amontonan las dudas: el crecimiento económico del primer cuatrimestre se da por perdido y el anual, según los expertos, rondaría 5%. El 6.1% del pasado año ya fue el más bajo en tres décadas. En juego está la “sociedad de bienestar” que había prometido su presidente, Xi Jinping. Un virus amenaza con arruinarle la planificación a un gobierno célebre por cumplirla al milímetro. “El impacto económico será mucho mayor que el del SARS, lo multiplicará al menos por 10”, calcula Scott Kennedy, sinólogo del Centro de Estudios Internacionales. “Esperamos un gran golpe en la economía china en la primera parte del año, que reverberará en todo el mundo y especialmente en las regiones más dependientes de China”, continúa. La crisis del SARS, con un cuadro de pánico y parálisis similar, recortó el crecimiento del segundo trimestre de 2003 de 11.1% a 9.1%, pero en los siguientes ya cabalgaba de nuevo sobre los dos dígitos.  La hemeroteca muestra que el impacto económico de una epidemia es tan devastador como efímero, pero el cuadro actual es más preocupante. Primero, porque China padece una deuda elefantiásica que desa­conseja los paquetes de inversión con los que tradicionalmente vadeaba las crisis. Segundo, porque aquellos crecimientos de esplendorosa adolescencia han dejado paso a otros más maduros y modestos. Y tercero, porque su patrón económico ha basculado de las manufacturas baratas al del autoconsumo, el más dañado en tiempos de cuarentenas.  Los servicios concentran 52% de la economía nacional y el turismo ha pasado de 2% a 5%. Y si la pandemia se agrava, el gasto público en sanidad absorberá los recursos de otras partidas.
Crisis histórica
La epidemia supone la mayor crisis sanitaria desde la fundación de la república, en 1949, aclaró esta semana Xi. La situación es “sombría y compleja”, añadió el presidente, quien recordó que el país ha salido más fuerte de “todas las dificultades de la historia”.  Las dificultades sanitarias se antojan tan difíciles de gestionar como las económicas, pero Xi se mostró confiado. “Debemos recordar que los objetivos de largo plazo de nuestra economía no han cambiado. El impacto de la epidemia sólo será en el corto plazo y China no se verá intimidada por los actuales problemas y dificultades”, afirmó. Son tiempos ajetreados para la cúpula del partido: el Comité Permanente del Politburó, que solía reunirse cada año, ahora es convocado cada semana. La parálisis es absoluta en Hubei, donde el coronavirus no da tregua y perpetúa el cerrojo en una de las provincias más lozanas del país. Su capital, Wuhan, es un nudo de comunicaciones por el que pasaba buena parte de las mercancías de la China central antes de que sus fronteras fueran selladas. Su crecimiento económico el pasado año alcanzó 7.8% (casi dos puntos por encima de la media nacional), ahí están presentes 300 de las 500 compañías mayores del mundo y fabrican multinacionales, como General Motors u Honda. La caída de contagios en el resto del país ha alejado el miedo a una pandemia nacional y permitido que el gigante se desperece. El sector tecnológico y las grandes compañías ya engrasan su maquinaria, pero las empresas pequeñas y medianas, que concentran 60% del PIB, viven la tormenta perfecta: les faltan trabajadores, clientes y suministros. Dos de cada tres de ellas sólo disponen de reservas para aguantar dos meses si no regresan los ingresos, alertaba a finales de febrero una encuesta de las universidades de Tsinghua y Beijing.  No son sólo un pulmón económico, también son la última trinchera de una estabilidad social que el gobierno subraya como prioritaria. En las últimas semanas abundan las noticias de despidos, recortes de sueldos y vacaciones sin remunerar.
Exenciones fiscales
A Yang le anunciaron hace dos semanas una reducción salarial de 70%. Su compañía, con una treintena de trabajadores, gestiona centros comerciales abiertos pero vacíos.  “Hemos trabajado desde la casa y el lunes volveremos a la oficina. No quiero pensar qué va a pasar si el negocio sigue hundido”, lamenta. Acaba de comprar una caja de 50 unidades de las obligatorias mascarillas por 300 yuanes (830 pesos) que, a razón de dos diarias lo obligará en apenas un mes a peregrinar por farmacias desabastecidas. Y le esperan trayectos de media hora en bicicleta de ida y vuelta a la oficina, porque le aterroriza el riesgo de contagio en el transporte público. Beijing ha aprobado una batería de medidas para dar aire a los sectores más deprimidos, como exenciones fiscales, subvenciones o líneas de crédito blando. Es probable que la extrema gravedad fuerce a las autoridades a posponer políticas vigentes. La lucha contra el endeudamiento tendrá que esperar, porque urge estimular la economía con proyectos de infraestructura.  El gasto directo es su única opción, confirma Alicia García Herrero, economista jefe de Asia Pacífico en Natixis. “Pero los gobiernos locales necesitan proyectos concretos que vengan dictados por Beijing, porque han tenido problemas durante la campaña anticorrupción y tienen miedo de cometer errores”, señala.  También, añade, frenará el control sobre la banca en la sombra, el conjunto de intermediarios del mercado financiero que escapan a la regulación pero que inyectan dinero a los sectores que la banca tradicional rehúye. La entrada en vigor de la ley ha sido retrasada. Para los citadinos como Yang, en todo caso, es más sencillo regresar al trabajo que para el ejército de migrantes laborales de la China rural que cruzan el país hasta la boyante costa oriental. Muchos siguen anclados en sus hogares desde el final de las vacaciones de Año Nuevo. Las limitaciones al transporte de personas y mercancías se confabulan contra la normalidad productiva.  Willy Shih, experto en logística de la Harvard Business School, no cree que se llegue bien a junio. “Las cadenas de suministros son complejas, tienen múltiples niveles de actores que alimentan a otros actores. La fábrica que ensambla el producto final necesita recibir los productos de múltiples suministradores, así que el bloqueo casi absoluto de los transportes nacionales y las dificultades de las compañías para recuperar a sus trabajadores significan que llevará mucho tiempo antes de que todo vuelva a fluir de forma coordinada”, señala.  De lo que tarde en recuperarse dependerán los daños globales. La China continental y Hong Kong asumieron toda la factura del SARS, pero el cuadro ha variado mucho en casi dos décadas. La economía china entonces superaba ligeramente a la italiana y hoy iguala a la de la Unión Europea; en apenas 16 años ha trepado del sexto puesto (1.6 billones de dólares) al segundo (13.6 billones de dólares). Es la mayor exportadora hacia Estados Unidos y Japón y la que más importa desde la Unión Europea. También recibía y enviaba oleadas de turistas antes de que muchos gobiernos desaconsejaran a sus nacionales viajar o cerraran sus fronteras. Cualquier cálculo sobre el impacto global es aventurado cuando la epidemia sigue en expansión y se desconoce su recorrido. Son ya más de 80 mil afectados en una cuarentena de países y hay brotes recientes en Corea del Sur, Italia e Irán.  Algunas bolsas, muy sensibles a la inquietud, han sufrido las más cuantiosas pérdidas desde la crisis financiera de 2007-2009. El Dow Jones bajó el 27 de febrero más de 3%, después de que Washington­ confirmó que la llegada del virus a Estados Unidos es inevitable.  La crisis en el comercio global es más segura de prever por la reacción en cadena de las interrupciones en la producción asiática. Jaguar Land Rover ha alertado de que sus fábricas británicas se quedarán sin piezas la semana próxima y el cierre de las plantas en China de Apple amenaza con secar la producción de iPhones. La eficacia y puntualidad de la fábrica global se ha visto comprometida por primera vez y los efectos se sienten en todo el globo. A Barcelona aún no han llegado los 20 mil bolígrafos que una empresaria había encargado a una fábrica de la provincia oriental de Zhejiang. Los dos meses de retrasos la han obligado a posponer la campaña de promoción anual. “Nos dicen que no saben cuándo podrán enviarlos, que eso escapa a su control y depende del gobierno. Siempre han sido muy serios y cumplidores, pero estamos hablando ya con fabricantes en Turquía y Corea”, revela. El 46% de los cargamentos marítimos entre Asia y el norte de Europa han sido cancelados, según la consultora Alphaliner. China, Japón y Corea del Sur contribuyen a la cuarta parte de la economía global y figuran entre los principales damnificados por el coronavirus. El contagio de un trabajador ha obligado a cerrar fábricas enteras de Samsung y LG en Corea del Sur. Este reportaje se publicó el 1 de marzo de 2020 en la edición 2261 de la revista Proceso

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