Quinientos años de 'La vida de Castruccio Castracani de Lucca”, de Nicolás Maquiavelo (Primera parte)

jueves, 20 de agosto de 2020 · 11:50
A principios de julio de 1520, es decir, hace exactamente 500 años, Nicolás Maquiavelo se hallaba en Lucca, la ciudad amurallada. Por su filiación republicana había caído en desgracia ante los Médicis, príncipes de la ciudad de Florencia. Para sobrevivir aceptaba cualquier encomienda que le redituara algún dinero. Fue enviado a ese lugar a gestionar el pago de algunos créditos que un ciudadano luquense tenía con importantes comerciantes florentinos. En esa encomienda pasó los meses de julio y agosto de ese año. Maquiavelo, hallándose en Lucca, se dedicó a cumplir con su encomienda y, de paso, se dio a la tarea de investigar la vida de un antiguo condotiero de esa ciudad: Castruccio Castracani. Cuando se habla de investigar en Maquiavelo, no se alude a hurgar en los archivos o fuentes de información; se trata de algo más simple: recabar información entre los vecinos del lugar. Frecuentemente su imaginación suplía sus deficiencias como investigador. Lo que escribió en su estancia en Lucca derivó en la única biografía que en forma monográfica escribió. Algunos han comentado que una buena parte de esa obra son invenciones del autor o, en el mejor de los casos, consideraciones generales en relación con los gobiernos tiránicos de su época o con la forma de conducirse de los condotieros o soldados de fortuna. La obra fue escrita en julio y agosto de 1520; Zanobio Buondelmonti, amigo y compadre de Maquiavelo y uno de los dos a quienes la dedicó, en una carta fechada el 6 de septiembre de 1520, acusa recibo de otra carta, del 29 de agosto, de Maquiavelo, a la que se acompañó el original de la obra. El otro a quien la dedicó fue Luigi Alamanni, también amigo de él (Machiavelli, tutte le opere, Sansoni Editore, 1971, p. 1199). Anteriormente el propio Maquiavelo había dedicado al mismo Zanobio Buondelmonti y a Cosimo Rucellai sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio. El trazar rasgos generales de ciertos personajes fue práctica común en Maquiavelo. A lo largo de sus obras aparecen datos biográficos de varios personajes de la antigüedad, como Ciro y Agatocles; de su época, como César Borgia, hijo del papa Alejandro VI; Oliverotto, tirano de Fermo; y Ramiro de Orco, agente y delegado de César Borgia. También hizo bosquejos de los papas Alejandro VI y Julio II. Son dibujos a vuelo de pájaro; retratos al carbón de un genial dibujante. Sus retratos refieren acciones o hechos de su personaje; los complementa con rasgos de su carácter. El físico de ellos rara vez le interesa. Aunque conoció y trató a César Borgia, no dijo cómo era. Aludiré a algunos retratos: De Agatocles afirma: “…No sólo de privada sino de ínfima y abyecta condición, llegó a ser rey de Siracusa … Éste, hijo de un alfarero, llevó siempre, en todas las etapas de su existencia, una vida malvada, sin embargo, acompañó sus maldades con tanta virtud de ánimo y de cuerpo que, volviéndose a la milicia, por los sucesivos grados de aquélla llegó a ser pretor de Siracusa”. De sus acciones dice: “…Convocó una mañana al pueblo y al senado de Siracusa, como si con ellos hubiese tenido que deliberar cosas concernientes a la república y, a una señal convenida, hizo asesinar por sus soldados a todos los senadores y a los más ricos del pueblo…” (De principatibus, VIII, 4 a 6). A César Borgia lo pone como modelo a imitar; tenía grandes ambiciones y miras altas; dice que fue un hombre desafortunado: “Y aunque aquí se haya mostrado algún destello en alguno, para poder creer que estaba destinado por Dios para su redención, no obstante, se ha visto, después, cómo, en el punto culminante y decisivo de sus acciones, ha sido reprobado por la fortuna” (De principatibus, VII, 47 a 49; XXVI, 3). El retrato de Oliverotto de Fermo: “…Ingenioso y de persona y ánimo gallardos” (De principatibus, VIII, 13). De la manera en que fue privado de la vida se explaya más, juega con el suspenso, deja el verbo al final: “Y habría sido su expulsión difícil como la de Agatocles, si no se hubiese dejado engañar por César Borgia, cuando en Sinegaglia, como ya se dijo, apresó a los Orsini y a los Vitelli; ahí, preso él también, un año después de cometido el parricidio fue, junto con Vitellozzo, a quien había tenido como maestro de sus virtudes y maldades, estrangulado” (De principatibus, VIII, 21). Del carácter de Ramiro de Orco dice poco: “…Hombre cruel y expedito”. De su muerte dice un poco más: “…Una mañana lo hizo (César Borgia), en Ceseña, exponer partido en dos pedazos, en la plaza, con un leño y un cuchillo ensangrentado al lado” (De principatibus, VII, 29). De Vitellozzo Vitelli dice: “Y, aun cuando … estuviese bastante remiso, ya que la muerte del hermano le había enseñado que no se debe ofender a un príncipe y luego fiarse de él”. Más adelante dice: “Vitellozzo, desarmado, con una capa forrada de verde, todo afligido, como si conociera su próxima muerte, daba de sí (conocida la virtud del hombre y su pasada fortuna) cierta admiración”. (Descripción de cómo procedió el duque Valentino para matar a Vitellozzo Vitelli, Oliverotto de Fermo, al señor Pablo y al duque de Gravina Orsini, 29 y 40). Del papa Alejandro VI dice: “…Mostró mejor cuánto un papa, con dinero y con fuerza, podía prevalecerse (…) no hizo jamás otra cosa ni pensó nunca en otra cosa más que en engañar a los hombres, y siempre encontró sujetos con quien poder hacerlo. Y nunca hubo hombre que tuviese mayor eficacia en aseverar y con mayores juramentos afirmase una cosa, y que la observase menos, no obstante, siempre le resultaron los engaños según sus deseos, porque conoce bien este aspecto del mundo” (De principatibus, VII, 42; XI, 13; y XVIII, 14 y 15). También describe la reacción de una multitud enardecida: “Entre tanto, la muchedumbre había arrastrado hasta la plaza al señor Nuto y lo había colgado por un pie en una de aquellas horcas. En un momento, puesto que todos y cada uno de los que estaban a su alrededor le habían arrancado pedazos, no quedó de él más que dicho pie.” (Istorie fiorentine, libro tercero, XVI).

Los condotieros

En Italia, en la Edad Media y el Renacimiento, a los soldados de fortuna se les conocía como condotieros; el nombre derivaba del que se daba al convenio que celebraban los principados, ciudades o reinos con el jefe de una partida de soldados mercenarios: conducta. En ellos se consignaban la capitulación o contrato según el cual se prestarían los servicios de mercenario: defender o hacer la guerra. Los condotieros fueron muy famosos; para bien o para mal, sobre todo para mal. Maquiavelo los censura, con mucha razón (De principatibus, XII). Eran auténticos empresarios: contaban con campamentos asentados en territorios que estaban bajo su control; en ellos acampaba la tropa y eran entrenados sus miembros; tenían agentes de venta y una industria de armas. Paulo Vitelli, un condotiero, fue contratado por la ciudad de Florencia para hacer la guerra a Pisa; por su negligencia, apatía o por haber mediado un cohecho, fracasó en su intento. Maquiavelo, que estaba junto a él en su carácter de comisario de su ciudad, envió un informe a sus superiores; por virtud de éste, Vitelli fue juzgado y ajusticiado (De principatibus, XII, 27 a 29). En la Edad Media, la ciudad de Florencia contó con los servicios de           un condotiero inglés: John Hawkwood (1320/1394); los italianos, entre ellos Maquiavelo, lo llamaban Giovanni Acuto, Auguto, Acut, Aucut o Aguto; lo califica de reputado en las armas (Istorie fiorentine, III, 19). Respecto de su actuación, hace el siguiente comentario: “quien no venció fue Giovanni Aucut, del cual, como no venció, no pudo conocerse la lealtad; mas todos confesarán que, de haber vencido, habrían quedado los florentinos a su discreción” (De principatibus, XII, 24). A pesar de no haber triunfado, los florentinos, en agradecimiento, encargaron al pintor Paolo Uccello un fresco que lo representa; éste se halla en la catedral de Florencia, entrando a la izquierda. Ese fresco, con mucha razón mereció, al mismo tiempo, el elogio y la censura de Giorgio Vasari: “sería perfecta si Paolo no hubiese hecho al caballo moviendo las patas de un solo lado, cosa que, naturalmente, no hacen los caballos, porque se caerían. Quizá cometió ese error porque no sabía montar ni estudió a los caballos como a los demás animales. El hecho es que la perspectiva de ese caballo, que es muy grande, es bellísima; y en el pedestal se lee <<Pauli Ucelli Opus>>” (Vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos, Conaculta/Océano, p. 59). En Venecia y Padua hay esculturas excepcionales dedicadas a dos condotieros. La existencia y actuación de los soldados de fortuna se ha presentado en diferentes países y culturas. Se les conoce como condotieros, mercenarios o samuráis; hay otros nombres. En el mundo moderno prestan servicios a todo tipo de Estado, sin importar ideologías, religión u organización política. En México, todavía a principios del siglo XX existían “conductas” que eran empresas que contaban con guardias armados, carros, mulas y caballos que se hacían cargo de transportar el metal extraído de las minas o lingotes fundidos por las empresas mineras. En las novelas del siglo XIX se menciona su existencia. En la actualidad las conductas han sido sustituidas por los modernos servicios de seguridad privados, que funcionan por virtud de licencias que expide la autoridad y con base en contratos que celebran con particulares o con representantes del Estado. Recientemente, por un video, nos enteramos de que un capo cuenta con un ejército particular; éste, al parecer, está debidamente instruido, provisto de armas e implementos ofensivos y defensivos. Este ensayo forma parte del número 2285 de la edición impresa de Proceso, publicado el 16 de agosto de 2020 y cuya versión digitalizada puedes adquirir aquí

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