ADELANTO DE LIBROS: "Ética en el diván", de Araceli Gómez

lunes, 23 de febrero de 2004 · 01:00
México, D F, 23 de febrero (apro)- Involucrarse o no sentimentalmente con el paciente en una terapia: he ahí la cuestión, para el psicoanalista no profesional… La ética como bandera de la consulta psicoanalítica es el tema que se privilegia en los once estudios de la antología “Ética en el diván”, compilado por Araceli Gómez Alva (218 páginas, Editorial Lumen, México) Muchas personas que se someten a una terapia de psicoanálisis para resolver sus problemas existenciales han padecido de la llamada “transferencia amorosa”, esto es: una tendencia enfermiza a buscar enamorarse de sus psicoanalistas… O al revés, es decir: los médicos que tratan de “apapachar” en demasía al consultante y en ocasiones, seducen a sus pacientes Gómez Alva ha sido psicoterapeuta psicoanalítica dedicada a la práctica de la psicoterapia privada por más de tres lustros y a la docencia universitaria En esta compilación se reproducen los ensayos de expertos en el campo de la psicoterapia psicoanalítica (recordemos que la palabra psicología proviene de la raíz griega “Psiché”, que significa “alma” o “mente”; de ahí que un psicoanalista sea un “curador de almas”) Con prólogo de Ramón Parres Sánchez, el libro está dividido en tres partes La primera, “Proceso psicoterapéutico y ética” contiene entre otros, los ensayos “Aportaciones del psicoanálisis al campo de la ética”, de Juan Vives Rocabert, y “Una mirada ética desde la terapia familiar”, de Jorge Pérez Alarcón La segunda se intitula “Formación psicológica y ética”, con disertaciones como “Lo ideal y lo real en la selección de candidatos para psicoanalistas”, de Estela Hazán de Jacob y Levy Finalmente, “La explotación sexual de la transferencia erótica”, de Raquel Berman, y “Ética y transferencia amorosa”, del reconocido psicoanalista y psiquiatra didáctico italiano-mexicano Guiseppe Amara Pace, del Instituto Mexicano de Psicoanálisis Precisamente de Amara es el fragmento que enseguida se reproduce, tomado de “Transferencia y contratransferencia amorosas”, el apartado que da comienzo a su ensayo **** La manzana prohibida El “amor de transferencia” induce a pensar que se trata del clásico enamoramiento de la paciente por su analista Pero, como argüía Lionel Blitzsten (citado por Etchegoyen), la paciente raramente tiene una gran capacidad de amar, sino que, al contrario, sufre porque tiene una inapegable necesidad de ser amada, de recibir un amor que tal vez no sea realizable, que no ha descendido de la esfera paradisíaca o idealizada Sin lugar a dudas, resultaría de lo más ridículo suponer que la paciente recurre al analista con el fin de ser amada y ¡aún tiene que pagar por ese amor! Lo paradójico es que, si aun la paciente no pretende ser amada sino comprendida, tiende a desarrollar una transferencia amorosa –que se considera “típica”— hacia el analista masculino Una transferencia típica implicaría el conjunto de proyecciones edípicas positivas hacia el analista, quien tratará de corresponder a las diversas fases del amor de transferencia sólo a través de su amor por el análisis incesante y sin fisuras, el amor inherente a toda comprensión tenaz y profunda, tanto de esa transferencia amorosa como, simultáneamente, de las razones del amor que podría despertarle la paciente en sus fantasías contratransferenciales Por los análisis de Kernberg, vemos que las transferencias amorosas varían según el carácter de las pacientes Las muy narcisistas se inhiben de manifestarla para no sentirse inferiores, ya que en ellas la dependencia amorosa es vivida como humillante En contraste, la mujer pasivo-receptiva suele idealizar al analista poderoso y sabio, para “iluminar” con sus reflejos su yo cotidiano, dependiente, ávido e infeliz Intrigará saber por qué la víctima de incesto o de abusos sexuales temerariamente pretenderá repetir la experiencia insufrible ¿Es por su resentimiento por lo que pretende convertir al analista en víctima, a la vez que ella intenta identificarse con el agresor? ¿O es la compulsión postraumática que la predispone a reinterpretar su papel de víctima fatal? La transferencia amorosa clásica suele presentarse en la mujer con estructura histérica de la personalidad En ella, el amor –narcisista, pasivo e infantil— disfraza la agresividad aguijoneada por la decepcionada pretensión de ser amada por el inalcanzable “objeto edípico” La agresión destructiva, en estos casos, es una extremada defensa ante la propia y funesta culpa por haber deseado y, a la vez, fracasado en su afán de “fusionarse” con el “otro” idealizado, de establecerse en un amor simbiótico La mujer masoquista, por su parte, puede generar en el analista fantasías de ser rescatada; muchas veces, con la premeditación de que el rescate mediante el amoroso “acting out” (“representación de conducta desinhibida”) resultará tan inútil y no menos destructivo que todos los intentos anteriores de ser “salvada por el amor” La paciente propensa a la trasgresión buscará en el tratamiento la felicidad por la vía del amor Este anhelo eterno y ubicuo se opondrá al acceso hacia una vida diferente a través de la dolorosa senda de la comprensión y de la renuncia a la dependencia Al cabo de cien años de psicoanálisis, habrá de reconocerse, con Kernberg, la auténtica fobia a tratar el tema de la cotratransferencia amorosa La presunción ética generalizada exige que el analista sea una especie de hombre probo que, de antemano, en ningún caso se dejará afectar por las pasiones de la paciente Pero Jung en los comienzos, así como algunos psicoanalistas contemporáneos, da por descontado que, sin la disponibilidad para ser afectado, no se abre y estructura un auténtico tratamiento Hoy, sabemos bien que resulta más imprudente que el analista pretenda negar la existencia de sus sentimientos de amor y odio hacia la paciente, que dejarlos desplegarse en su fantasía con el fin de comprender la transferencia y el carácter de ella Aunque, desde luego, la falta ética principal sería dar rienda suelta a tales fantasías hasta actuar la contratransferencia en lugar de analizarla Kernberg ha sido uno de los pocos en admitir que, si la paciente experimenta intensos deseos sexuales hacia el analista, la respuesta contratransferencial puede ser igualmente intensa En cambio, si crece la agresividad de la demanda sexual centrada en el analista, como la que manifiestan las “narcisistas exhibicionistas”, suele disiparse la intensidad de la contratransferencia erótica Un riesgo de la contratransferencia, personificado por Kernberg en el caso de A, lo entraña la fantasía de ocupar el lugar de aquél capaz de corresponder a la altura y el valor de una mujer tan deseada como incomprensiblemente abandonada por tantos amantes fallidos Otro desliz corriente del analista es el de conducirse como el seductor que habrá de “activar” el amor de transferencia, a tanto, no dejará de ser identificado como el “histérico castrador” –diría Pommier— que seduce a la paciente para defraudarla Pero el cuidado de provocar cualquier reacción transferencial erótica suele llevar al extremo de querer intuirla o interpretarla donde no la hay, como lo veremos, a propósito del mismo Pommier, en el sueño transferencial de la paciente que llamaremos Lawrencina

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