"Desgracia" en la Muestra

jueves, 3 de diciembre de 2009 · 01:00

Justo cuando pensaba tener resuelto el problema sexual, David Lurie (John Malkovich), profesor de literatura en la Universdad de Ciudad del Cabo, Sudáfrica, se ve envuelto en un escándalo de acoso sexual por parte de una de sus estudiantes. Obligado a renunciar a su cátedra, Lurie visita la granja de su hija Lucy (Jessica Haines), donde le espera una calamidad, el descubrimiento de su verdadera condición a través de la vergüenza y la humillación.
La adaptación de la obra de John Maxwell Coetzee, Premio Nobel de Literatura en 2003, era inapelable; una condena impuesta a una novela intraducible a la pantalla que, debido a la fama del escritor y a la dimensión de los temas sociales que afectan a sus personajes, como son el sexo, el racismo, la política y las consecuencias del apartheid en Sudáfrica, Desgracia (Disgrace; Austria-Sudafrica, 2008) no podía escapar al cine.
La consecuencia directa es una cinta que cuenta la historia sin lograr penetrar los diferentes estratos que la escritura de Coet­zee, seca y arenosa como los páramos sudafricanos, entierra, literalmente, en un drama moral (Morality Play). El director Steve Jacobs hizo un buen intento, pero era imposible extirpar a los personajes de la prosa de este enigmático novelista, sobre todo si se elige una visión realista en la que los protagonistas tienen que definirse, o por lo menos justificar sus actos frente al espectador.
Pedante y cínico, el cincuentón David Lurie, protagonista de la novela, es un tipo complicado que no reconoce el corazón femenino, a pesar de dos divorcios, y que redujo, racionalmente, su vida afectiva a un problema sexual; pero David es en el fondo un romántico –admira a Byron y Words­worth–, su mejor cualidad es la capacidad de aprender a través del sufrimiento. El problema de Lurie, cuyo nombre en inglés evoca seducción y trampa, es ser una especie de metonimia, parte de un todo del cual no hay escapatoria.
Por buena que sea la actuación de Malkovich, es imposible olvidar su presencia, sus manierismos de actor que terminan pesando más que la personalidad de Lurie. Un actor desconocido habría funcionado mejor, un rostro que el público olvidase fácilmente para asimilar, posteriormente al impacto de la trama, el sentido de la obra. El reto de Malkovich era enorme: encarnar un personaje prácticamente odioso, ni siquiera antiheroico, que además debía provocar compasión.
Jessica Haines funciona mejor; se trata de una actriz desconocida, el personaje de Lucy tiene una libertad inaudita en la novela, la fuerza instintiva de un animal que acepta su condición para defender su territorio devastado.
Por fortuna, Jacobs evita cualquier visión romántica del campo; lo natural, en términos de la obra, sólo puede soportarse abandonando toda ilusión de poder, ni siquiera de reconciliación. También se dejan ver las diferentes máscaras de la autoridad, ya sea la junta que somete al profesor o la policía que aparentemente defiende los intereses de Lurie y su hija, el pesimismo de Coetzee es evidente frente al juego institucional. La salida que propone este oscuro relato para paliar con el estado de cosas del mundo actual, restos de la colonización, sólo puede mesurarla la mirada de un animal condenado a muerte.

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