"Madre e hija"
MÉXICO, D.F., 21 de octubre (Proceso).- A estas fechas, la carrera de Rodrigo García, latinoamericano, es más que sólida; ha logrado lo que pocos, hacer cine de autor dentro del llamado mainstream. Sin aspavientos, desde su primer largometraje, Cosas que diría con tal de sólo mirarla (1999), se ha ido consolidando como cineasta fascinado por el alma femenina y ha dirigido a muchas de las mejores actrices de Hollywood. De su colaboración con la series televisivas de HBO proviene, seguramente, la precisión y la eficacia narrativa de su trabajo.
Madre e hija (Mother and Child; España-Estados Unidos, 2009) entrelaza historias, en Los Ángeles, de madres e hijas; una criatura está por nacer. Karen (Annette Bening), fisioterapeuta, hosca y amargada solterona, vive con su madre anciana, Nora (Eileen Ryan), cuya sirvienta (Elpidia Carrillo) tiene una hija pequeña con la que Nora se relaciona mejor que con su propia hija. Por otro lado, una ambiciosa ejecutiva, Elizabeth (Naomi Watts), creció como hija adoptiva y querrá conocer la identidad de su verdadera madre. Lucy (Kerry Washington), otra exitosa mujer de negocios, no puede concebir y decide adoptar un bebé.
Por la acumulación de coincidencias, yuxtaposiciones y encuentros ordenados por una especie de providencia inmanente entre personajes, parecería que el fantasma de Guillermo Arriaga (González Iñárritu es productor) recorre la cinta. Pero Rodrigo García no trata de demostrar ninguna tesis; no hay alarde de accidentes ni quiebres narrativos; en Madre e hija los diferentes dramas femeninos componen, en realidad, una sola historia protagonizada desde varios puntos de vista; se trata de explorar un mismo tema, el de la maternidad, no esa plena y autosatisfecha, sino la de la adopción, la maternidad desde la separación, la pérdida, o adquisición, el lamento eterno o el aprendizaje de cómo querer a una criatura adoptada.
Puesto que Rodrigo García no predica sermón alguno, Madre e hija desconcierta porque se torna espacio de exploración de sentimientos dolorosos entre madres e hijas, las respuestas quedan abiertas. La carga emocional es enorme, el amor redime, pero no hay marcha atrás en la vida de estas mujeres. Si no fuera por las espléndidas actuaciones del reparto, el buen pulso del director y su respeto al talento y a las necesidades de sus actrices, la película quedaba en telenovela.
El hecho de que se trate, prácticamente, de una sola historia, predecible y fácil de armar, confunde a la crítica habituada a la adrenalina de lo inesperado. Una crítica norteamericana cuestiona la exclusión de la posibilidad del aborto en las mujeres de Madre e hija; el comentario resulta ocioso porque García explora deliberadamente los casos de esas mujeres, que por alguna razón deciden, o ni siquiera se lo plantean, no abortar. El tema es cómo vivir después de la separación.
Como el título de la cinta lo indica, Madre e hija describe un estado, una especie de cualidad condensada en la tradición latina, la de la madona y el niño; todo ocurre al interior de esa relación que impone la cultura ancestral del director. Sin proponérselo, la imagen del retablo católico atraviesa la historia, de principio a fin; esto, independientemente de la creencia del cineasta.
Los hombres en este quinto largometraje de García aletean, como ángeles, alrededor del misterio femenino; uno frente a la espinosa compañera deseosa de contacto pero demasiado lastimada para abrirse; otro, el jefe (Samuel Jackson) de Elizabeth, deslumbrado por la fuerza y capacidad de control de la nueva ejecutiva. La extraordinaria escena de amor entre ellos (Jackson montado y sometido por la rubita Naomi Watson) es una lección de cómo el sexo en el cine cuando no es dramáticamente gratuito revela el carácter del personaje y dice mucho más que horas de diálogo. Este aspecto angélico de los personajes masculinos de Madre e hija no es falta de dimensión; cada uno de ellos adopta la postura del director, abre un marco de escucha para la psique femenina.