Una colaboración atemporal

domingo, 21 de febrero de 2010 · 01:00
El Cuarteto Virreinal del compositor michoacano Miguel Bernal Jiménez sirvió de plato fuerte en el debut de una orquesta de cámara que, tiempo después, habría de llamarse Alauda Ensemble. Como platillos de contorno para esa noche septembrina de 1996 transcurrida en la embajada de Finlandia de la Ciudad de México, se ofrecieron obras del barroco italiano y, tal como la etiqueta prescribe, el menú musical concluyó con un postre que consistió en tangos finlandeses.1 Aplausos entusiastas bordaron el asombro. ¿Era cierto que en esa república escandinava se bailara el tango?, inquirieron los mexicanos. ¿Quién era Bernal Jiménez?, preguntaron los europeos. ¿Por qué su obra, a pesar de su valor, era desconocida? La pertinacia del recuerdo impone el relato. Vaya éste como homenaje a la memoria de don José Ignacio Miguel Julián Bernal Jiménez (febrero 16, 1910- julio 26, 1956) en el primer centenario de su natalicio. Arduos meses de estudio habían precedido la invitación para que el grupo mencionado ofreciera una muestra de su quehacer. Un público culto daría su beneplácito para que los jóvenes músicos iniciaran su actividad profesional. De ahí la relevancia del programa. Corelli y Vivaldi asentaban los ánimos y los tangos finlandeses congraciaban voluntades, empero, la obra que podía evidenciar las flaquezas del ensemble era el cuarteto del maestro moreliano. Incómodas sus tonalidades y complicados muchos de sus ritmos. No bastaba su inspiración en temas populares para evitar que la inmadurez artística se pusiera de manifiesto. En mi calidad de director del grupo aventuré una alocución que debía fungir de paracaídas. Comencé diciendo que, a diferencia de Finlandia, México daba a sus músicos un trato de ciudadanos de tercera. Para el músico muerto se erigen monumentos, pero para el músico vivo hay incomprensión y una interminable carrera de obstáculos. Bernal Jiménez no fue la excepción, al contrario, sufrió en carne propia boicots urdidos por el autócrata con poder en turno,2 y su persona junto a su obra fueron tachadas de reaccionarias por aquel sector oficialista de la música mexicana que enarbolaba los postulados revolucionarios. Bernal pagó con creces su devoción religiosa, sin embargo sus méritos abundaron por donde quiera que se les mirara. Fue un alumno extraordinario que logró la proeza de cursar tres carreras simultáneas3 en la Pontificia Scuola Superiore di Musica Sacra de Roma, a la que llegó a los 18 años de edad merced a un apoyo económico conferido por algunos curas de Morelia que reconocieron su capacidad. Antes de zarpar hacia Europa, Miguel aprendió latín e historia eclesiástica en un seminario, amén de haber encausado sus dotes musicales a través del órgano, instrumento inseparable de la liturgia. Su existencia en Italia alternó estrecheces con el deleite sensorial que producen sus tesoros artísticos. Tuvo que tocar las músicas del cine mudo y comer raciones magras, pero jamás dejó de encomendarse a la virgen María para que sus penurias tuvieran eco en la vida eterna y lo transformaran en el hombre piadoso que estaba destinado a ser. En un arrebato de admiración, recurrí a un paralelismo obligado, diciendo que Bernal había sido una suerte de Bach mexicano, pues ambos consagraron su música para la honra exclusiva de Dios y el legítimo goce del espíritu. Justamente los dos fueron padres prolíficos, Bach dejó una prole de 20 hijos y Bernal de 11, y se les reconoció como insuperables improvisadores al órgano. Mencioné que el paralelismo podía extenderse hacia el magisterio: Bach como maestro de la escuela de Santo Tomás en Leipzig y Bernal como catedrático del Conservatorio de las Rosas de Morelia, y, al final de su vida, en la Universidad de Loyola en Nueva Orleans, Estados Unidos. Asimismo, ambos abrevaron sin reticencia en el pasado, manteniéndose al margen de las modas musicales de su tiempo: Bach llevó a su cenit el legado de la escuela organística de los siglos XVI y XVII del norte de Europa, y Bernal fue el primer mexicano en ocuparse del rescate de la música del virreinato. A su regreso a México, don Miguel se enfrascó en una actividad frenética que incluyó la fundación de los Niños Cantores de Morelia, la reorganización del conservatorio citado, la creación de la revista Schola Cantorum, para la que escribió más de 170 artículos, y una labor creativa que desembocó en un corpus de alrededor de 245 composiciones. En aras de la formación del niño, escribió muchas obras aptas para despertar su amor por la música4 y logró que viniera desde Europa el eminente Romano Picutti,5 para dirigir, con un sueldo superior incluso al suyo, a la agrupación de infantes cantores de su ciudad natal. Con la certidumbre de que en su propia patria la manutención de su familia era casi una entelequia, emigró a Estados Unidos. Ahí se reconoció ampliamente su talento, aunque se le sometió a un ritmo de trabajo que, a la postre, se tradujo en un infarto masivo que truncó su vida en el momento de mayor plenitud. Un Himno para los bosques fue su testamento. Antes de iniciar la ejecución del cuarteto, proporcioné los antecedentes necesarios: su estreno tuvo lugar en 1939 en el Palacio de las Bellas Artes y su esquema formal obedeció a los cánones clásicos del siglo XVIII, pero Bernal lo aprovechó para incorporar temas populares ya en boga desde la Colonia. “A la víbora, víbora de la mar”, “Naranja dulce, limón partido” y el jarabe “Pica, pica, pica perica” fueron sus cimientos melódicos. Manuel M. Ponce fue el dedicatario. Para sorpresa nuestra, las dificultades de la obra se superaron con decoro y la reacción de los finlandeses fue conmovedora. Varios de ellos se ofrecieron para colaborar en cualquier menester que tuviera incidencia en la difusión de la obra del ilustre maestro. Otros aseveraron que por haber compuesto algo en alabanza a los bosques, Bernal habría recibido una condecoración del gobierno de Finlandia. En resumidas cuentas, se congratulaban con nosotros por abogar por esa música nacida de un ánimo noble y se me invitaba, como titular del grupo, para futuros conciertos en la embajada. Querían escuchar más música de don Miguel y conocer más de su persona. De regresó a casa, me fue imposible conciliar el sueño y, presa de una extraña ansiedad, me dirigí a un archivo muerto con papeles viejos de familia que llevaba lustros de estar guardado. Presentí que habría de encontrar informaciones valiosas. Al azar, tomé entre las manos un objeto que resultó ser la Revista Musical de México que editó Ponce en 1919. Hurgando en su contenido, se deslizó de las amarillentas páginas una fotografía dedicada a mi abuelo, con cuyas palabras se me iluminó el semblante para siempre: Para el profesor Samuel Máynez agradeciendo su colaboración. Miguel Bernal Jiménez. 1941.6  l   1 Se sugiere la audición de los tangos Kotkan Rüusu, de Timo Makinen (1919-) y Satumaa, de Unto Mononen (1930-1968) en la interpretación del Alauda Ensemble. Ambos disponibles en la versión electrónica del semanario. 2 Por citar sólo un ejemplo, Bernal ganó por concurso que sus Tres Cartas de México se tocaran, y Carlos Chávez, director de la Sinfónica de México, ordenó que la obra no se ensayara sino que se leyera a primera vista frente al público. (Media vuelta al corazón, de Ma. Cristina Macouzet de Bernal. Ed, Bruguera, 1984.) Se sugiere su audición. 3 Bernal obtuvo los diplomas de organista, compositor y de maestro en canto gregoriano. 4 Se sugiere la audición de sus pequeñas piezas corales Juguetes. 5 A la sazón director de los Niños Cantores de Viena. 6 La fotografía fue dedicada a Samuel Máynez Prince (1886-1965) por su participación en el estreno de la ópera Tata Vasco.

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