Paladín de causas nobles (II)

sábado, 16 de abril de 2011 · 01:00
1eb9b3ab.mp3 0c3dae01.mp3 4ad54605.mp3 Estro armónico   Para Javier Sicilia, sumando un eco a su cruzada.   Como ya enunciamos, en este año se celebra el bicentenario de Franz Liszt (1811-1886), el multifacético húngaro que conjugó sus dotes de pianista y compositor con el apostolado de maestro, la suscripción a proyectos humanitarios y la denuncia de las injusticias cometidas por esas sociedades que emplean a sus músicos envileciéndolos y los humillan olvidándolos. La suya fue una existencia hendida por contrastes, tan violentos entre sí, que lo llevaron desde el culto desaforado de su ego y el ejercicio feroz de su gineco-dependencia hasta el coqueteo con la vida monástica.   Pero antes de proseguir con el recuento biográfico del personaje, hay que subrayar la magnitud de las celebraciones. Infinidad de iniciativas se acaballan en su patria, destacando la adopción de su nombre para el aeropuerto internacional de Budapest y el estreno de una ópera que versa sobre las contradicciones que lo atenazaron. Asimismo, es de anotar que junto a la implantación del World Liszt Day el 22 de octubre, se interpretará en varias ciudades del orbe –del Vaticano a Seúl- el oratorio Christo que compusiera Liszt durante una de sus recurrentes crisis místicas.   Volvamos, pues, al momento culminante de la juventud del músico, a quien la tiranía familiar estuvo a punto de hacer trizas. Como ya dijimos, Liszt quedó huérfano de padre en plena pubertad y dada su condición de hijo único no pudo desembarazarse de su madre, una mujer analfabeta que no lograba comprender su disparidad de carácter. No entendía cómo siendo un concertista que podía tener el mundo a sus pies, prefiriera dar lecciones de música a domicilio. Arduo era para Franz sortear esas depresiones producidas por el enfrentamiento con una realidad que excitaba sus fobias. Divertir a los poderosos le repugnaba y tocar para los desposeídos no le daba para comer; hasta que tuvo lugar el anunciado encuentro con Paganini.   Él si lograba hacer lo que le venía en gana. Era bien sabido que el genovés imponía su voluntad sobre la de los patrones, como las veces que se negaba a tocar si no se le franqueaba el paso a toda la servidumbre de algún palacio, sin intimidarse por las rabietas de los aristócratas que habían desembolsado una cifra estratosférica para gozar de la exclusividad del fenómeno. Emular al mago del violín, tanto en el dominio sobrenatural de su instrumento como en su calculado magnetismo con el público era una solución plausible. La premisa fue nítida: encerrarse a estudiar la técnica trascendental del teclado en acatamiento de un ideal propio. Sus pensamientos musicales fluirían con la nueva linfa que nutre los espacios sin sombra de la creación artística. La subsistencia se apoyaría temporalmente en las clases, aunque cobrándoselas sólo a quien pudiera pagarlas.   Para completar la metamorfosis de su personalidad, Liszt se acercó a los escritores que, como Víctor Hugo y Heine, emanaban sabiduría y trabó amistad con aquellos colegas que, no obstante las adversidades, mantenían la dignidad intacta. El caso particular de Berlioz lo motivó a escribir una serie de ensayos para la gaceta musical de Paris, (1) donde abordó la problemática del arte que en vez de fungir como medio de cohesión para la espiritualidad humana se trataba como mercancía. Según sus vislumbres la problemática debía redundar en una toma de conciencia colectiva, tanto del crítico cuyas “cavilaciones y estupideces se adulteran por ignorancia, celos y venalidad”, como del educador y el artista que “no se atreven a exigir el respeto que su quehacer merece”. ¡Cómo exculpar la ofensa que le dispensaban los franceses a Berlioz, que imploraba sin éxito por el parto público de sus criaturas! De su peculio Liszt publicó una transcripción para piano de la Sinfonía Fantástica y se empeñó en tocársela a cuanto gestor musical hubiere, hasta lograr que se estrenara.   Cuando advinieron los amores prohibidos con sus consecuentes amarguras ya no hubo trabas que obstaculizaran a la revolución que el joven pianista había terminado de incubar. En breve su nombre empezó a circular de boca en boca y se abrieron de par en par las salas de concierto. Para el héroe en ciernes quedó claro que la retribución económica por sus ejecuciones podía justificarse merced a un fin loable que las respaldara. No era lícito amasar una fortuna sin compartirla. En Londres se publicó que “En su poder y dominio de las dificultades Liszt sobrepasa a todo lo oído previamente” y no sobró el envidioso que creyera que sus proezas se debían a una polidactilia congénita. En Paris, Heine acuño el término de Lisztomanía, pues los públicos fueron presa del delirio, sobre todo el femenino. No faltó mucho para que una condesa se fugara con él y le diera tres críos “ilegítimos” cuya crianza habría de recaer, naturalmente, en la madre del virtuoso. La menos agraciada de las niñas, Cósima, habría de convertirse en la esposa de Richard Wagner, quien exprimiría a su suegro con la imperturbabilidad del arrogante que concede pleitesías.   Alrededor de 1839, el ídolo de las mujeres tuvo la enjundia de desafiar a la tradición concertística, inventando el recital para piano solo. Ciertamente, hasta entonces había sido impensable que alguien se plantara en un escenario con la desfachatez de acaparar en su persona la atención de un auditorio completo. Para Liszt fue una extensión predecible de sus conquistas. En el terreno de la composición no se quedaría a la zaga, creando el poema sinfónico que, como su nombre lo dice, obedece a un programa extramusical que condensa ideas poético/literarias en una unidad fragmentaría pero indivisible y daría inicio a la batalla para minar a la dictadura tonal que rigió a la música por poco más de una centuria. (2)   Al cabo de ovaciones interminables que se tradujeron en la adquisición de una conspicua riqueza, Liszt decretó a sus 36 años que su carrera como encantador de multitudes había concluido y que nunca más volvería a cobrar por presentarse en público, salvo que la causa lo exigiera. Ya lo había hecho en precedencia, al donar sus honorarios para la erección de la estatua de Beethoven en Bonn y, de ahí en adelante seguiría haciéndolo para recabar fondos para damnificados de toda Europa, para la construcción del Conservatorio de Budapest, para la conclusión de la Catedral de Colonia, para asilos, escuelas y demás contribuciones largas de enumerar.   Con respecto a la ayuda para sus amigos fue igualmente pródigo, encontrando palabras de aliento y empuje para interceder a su favor. Grieg, Smetana, Borodin, Saint-Saëns (3) y el hidalguense Aniceto Ortega (4) (PROCESO 1720) fueron algunos de sus beneficiarios, así como lo fueron los alumnos a los que se consagró sin reservas. Se ha calculado que no menos de 400 discípulos recibieron los toques maestros de la leyenda viviente que jamás les pidió un centavo por hacerlo. Entre éstos es de citar a Emil von Sauer, gracias a quien se estableció un nexo aún vigente entre Liszt y el pianísmo mexicano, ya que fue mentor y marido de Angélica Morales, la indómita pianista que no se cansó de repetir que si su apellido hubiera sido Moralowsky entonces sí hubiera tenido el reconocimiento que México le escatimó siempre a su labor pedagógica y a su talento. (5)   Para finalizar, es imperativo que señalemos la creación de un Réquiem (6) y una Marcha fúnebre para en “memoria del Emperador Maximiliano de México” (7) que Liszt ya no compuso desde la posición de súbdito del imperio austrohúngaro sino desde la postura del místico para quien la vida humana es una dádiva de Dios. Hacer eco de la nobleza de espíritu del paladín húngaro puede ayudarnos a que las voces de nuestros muertos no nos condenen al silencio…       (1) La Revue et gazette musicale parisina publicó en 1835 sus contribuciones bajo el título “De la situación de los artistas y de su condición en la sociedad”.   (2) Su bagatela sin tonalidad está considerada como una de las obras señeras del atonalismo, teoría en la que se adoptan acordes ambiguos e inflexiones armónicas improbables.   (3) Se sugiere la audición del Allegro moderato de su tercera sinfonía en do menor op. 78 “Órgano”, que fue dedicada a Liszt en agradecimiento por haberlo ayudado a que su ópera Sanson et Dalila se estrenara. (Boston Symphony Orchestra, Charles Munch, director. RCA VICTOR, 1991) Pulse el audio 1/3.   (4) De acuerdo con los herederos de Ortega existió un epistolario entre éste y Liszt pero, lamentablemente, está extraviado. En él habrían de encontrarse detalles de los conciertos como pianista que Liszt le ayudó a programar en varias ciudades de Alemania.   (5) La maestra Morales debutó a los 13 años con la Filarmónica de Berlín y tuvo los tamaños para hacer una carrera internacional. Es recomendable escuchar a esta nieta espiritual de magistral húngaro interpretando su “Bendición de Dios en la soledad”. (Ángelica Morales, piano. RECOVERY DIGITAL, S/ año) Pulse el audio 2/3.   (6) Se trata de una obra coral catalogada con el número 704 del catálogo elaborado por Humprey Searle.   (7) Se recomienda escucharla en la interpretación de la pianista mexicana Silvia Navarrete. (Dentro del cd. Música de la Independencia y la Revolución, ARTES DE MEXICO, 2010) Pulse el audio 3/3.

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