"Eraritjaritjaka. Museo de las frases"

miércoles, 6 de abril de 2011 · 01:00

MÉXICO, D.F., 6 de abril (Proceso).- “Eraritjaritjaka” es una palabra para atraer la curiosidad del espectador, dice Heiner Goebbels, creador del espectáculo que lleva ese título; dicha palabra es utilizada por los aborígenes australianos para nombrar el estado melancólico provocado por algo que se ha perdido; el deseo de lo ausente, la añoranza. Sensación que se mantiene durante este espectáculo presentado en el 27 Festival de México en el teatro Julio Castillo.

Un hombre solo en un espacio casi vacío. Lo acompaña un cuarteto de cuerdas que da contenidos sonoros a su estado. No está triste, sólo nostálgico. The Mondrian Quartet interpreta composiciones de Johann Sebastian Bach y Maurice Ravel, junto a piezas de Gavin Bryars, Vassily Lobanov y Alexeij Molosov, entre otros. Hay un gran vínculo entre los textos y la música, señala el director. Los textos son tomados de los libros de notas de Elias Canetti de 1930 a 1980 y de un par de libros más. Son aforismos inteligentes, emotivos, a veces filosóficos, otras cotidianos; son un Museo de las frases –que es como Goebbels subtitula su obra– que nos hacen sentir y reflexionar.

El actor francés André Wilms habla en su idioma y nosotros leemos los subtítulos en español. Desgraciadamente la sonorización volvió fría y ajena la expresión de las palabras. El actor, con mínimos movimientos en su interpretación, se percibía alienado de su expresión verbal, la cual se escuchaba en unas bocinas allá, en lo alto de la bocaescena del foro.

El juego de imágenes de Eraritjaritjaka es una de las principales propuestas de la obra. El blanco como color principal y algunos elementos negros. Una plantilla de casa donde se proyecta un video y donde, a través de sus ventanas, se podía espiar a los músicos con sus instrumentos o al actor realizando actividades rutinarias.

En el escenario blanco, una casa pequeña donde él podía recostar su cabeza o acercarse a un par de artefactos negros como si fueran mascotas.

El mínimo de objetos utilizados en Museo de las frases (2004) contrasta con trabajos anteriores de Goebbels, cuya característica principal era la saturación de artefactos en el espacio escénico, como en Max Black (1998) presentada en el teatro Nacional de Cataluña hace más de cinco años.

A este espacio vacío monocromático, el director sobrepone un video in situ cuyo manejo nos sorprende. La historia da un giro a partir de los recursos escénicos y de multimedia que utiliza Goebbles, con lo que se abre un abanico de preguntas. La cámara registra al actor en el escenario mientras se prepara para irse. Y sí, efectivamente se va y el espacio queda vacío. No está el personaje que nos contaba la historia. Se puso sombrero y gabardina y nos dejó con la sensación de abandono e incertidumbre.

¿Ahora qué haremos? La cámara sigue al hombre de blanco y la imagen a colores se proyecta en la pantalla del escenario con forma de casa: sube a un coche, circula por la calles de nuestra ciudad: Parque Lira o Reforma. Se detiene a comprar en una tienda y continúa su camino hasta llegar a “su departamento”. Arranca del calendario el día anterior y nos muestra el periódico de ese día. A distancia sigue existiendo su vida. En su casa se prepara de cenar, y como por arte de magia, de repente está con nosotros. Presencia y ausencia en el escenario. Y finalmente nos sorprende pues lo vemos nuevamente en escena, detrás de las ventanas de la gran casa, escribiendo. Los músicos también están tras las ventanas, pero al mismo tiempo los vemos tocando en la pantalla gigante. El efecto es espléndido y el juego de planos y realidades enriquecen la propuesta teatral.

La manera en que Heiner Goebbles habita el espacio es muy diversa. Muestra un espíritu que busca lo diferente, que experimenta con elementos del teatro, del video y de la música para jugar con la relación del hombre y la imagen, del hombre y el artefacto, del hombre y el sonido, del hombre y las ideas… del hombre consigo mismo. La relación es aleatoria, paralela, superpuesta o excluyente. Las combinaciones y entrecruzamientos los va construyendo el espectador de una manera racional e irracional. La experiencia es lo que cuenta. 

 

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