"El mal ajeno" y el padrinazgo de Amenábar

jueves, 28 de julio de 2011 · 12:52
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Diego (Eduardo Noriega) trabaja en un hospital en la unidad del dolor, es un médico especializado en enfermos terminales que ha perdido la capacidad de involucrarse emocionalmente con sus pacientes. A un internista novato e idealista, asistente suyo, le recomienda incluso que atienda sin siquiera mirar a los dolientes. Después de una crisis postraumática, Diego comienza a observar fenómenos muy extraños en sus tratamientos. En la primera parte de El mal ajeno (España, 2010) se deja sentir el tono de pieza intimista, se adivina que el médico se llevará una serie de golpes psicológicos para terminar por humanizarse; porque Diego vive amurallado por cualquier frente afectivo, en el trabajo, la familia y el matrimonio. Arterioesclerosis múltiple y demás enfermedades degenerativas, cuestionarios, monitores de lo más sofisticados le sirven de trinchera. Entonces el ambiente de bata blanca y quirófanos se llena de sangre con bala y pistola, la cinta se orienta hacia el thriller en un estacionamiento oscuro y termina por instalarse, cómodamente, en el tema del prodigio y de lo inexplicable. La mezcla de géneros desconcierta en esta película producida por Alejandro Amenábar que apadrina a Óskar Santos como director. Pero tomando en cuenta la clara influencia de Shyamalan en el guión de Sánchez Alvarado, hablar de drama sobrenatural aclara la intención del equipo del director de Los otros. Las etiquetas sirven, en estos casos, para entender las licencias que se toma el realizador sin que el público se sienta engañado. El reto no es era fácil, a diferencia de la fantasía tipo Harry Potter donde todo se vale, y entre más absurdo mejor, lo sobrenatural en una historia como El mal ajeno aspira a lo verosímil. La paradoja del drama sobrenatural es que deja una ventana abierta a la realidad, el espectador tendría que salir de la sala de cine casi convencido de la posibilidad. Por esto importa anunciar el tema; de otra forma, Diego y sus dificultades de pareja, la lenta y dolorosa recuperación de su vocación original, curar a los enfermos, pierden toda dimensión cuando el guión transita, sutilmente, hacia lo extraordinario. La pregunta sería hasta qué punto el novato Óskar Santos convence. Es una lástima que El mal ajeno se haya recortado tanto en la edición; personajes como el de Belén Rueda, una viuda alcohólica que tenía muchas más escenas, parece salir sobrando; la historia retrospectiva de la paciente, el amante y la hermana, queda un poco confusa. La dirección de actores es buena, el ingrediente del humor (sobre todo entre Diego y su padre) en un tema tan solemne, cae bien; falta erotismo –borrado durante la edición– en una cinta tan cargada del tema de la muerte. Apenas la actuación de Clara Lago, la hija adolescente del médico, compensa un poco la carencia.

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