Leñero a Villoro en la Feria de Minería: "Quería alcanzar la sencillez"

sábado, 23 de febrero de 2013 · 22:06
MÉXICO, D.F. (proceso.com.mx).- Al Salón de Actos de la Facultad de de Ingeniería de la UNAM, donde presentó su examen final el estudiante Vicente Leñero, volvió ahora convertido en escritor consagrado para presentar su más reciente libro en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería. Acompañado de su colega Juan Villoro, Leñero presentó su volumen de 15 cuentos Más gente así, que en los primeros días de marzo hará circular Alfaguara en librerías. Se trata de la continuación de 17 relatos que el también autor de Los albañiles publicó en 2008 con el título de Gente así. Casi media de la hora que duró el evento y que inició a las 18:00 horas, ambos narradores lo dedicaron a uno solo de los cuentos, quizá el más atractivo y mejor logrado, por lo menos el que Villoro consideró a la altura de una obra maestra, La visita de Graham Greene. Desgraciadamente las fallas en el sonido impidieron a la mayoría de la gente (unas 350 personas) escuchar bien, durante buena parte de ese lapso. El cuento arranca de una petición que el director de la revista Proceso, Julio Scherer García, hace a Vicente Leñero, escritor y periodista, para que vaya a Francia a entrevistar al célebre novelista policiaco británico Graham Greene, sabedor de que Leñero es gran lector suyo y, como él, católico. Tras dudar, Leñero acepta. Al final, luego de toda la historia del viaje y el suceso de una entrevista que resulta fallida pero en la cual se plantean varias de las cuestiones esenciales del catolicismo, como la fe, el cuento regresa al origen y se repite la escena inicial. Esta vez, sin embargo, para que la solicitud de Scherer sea denegada por Leñero. El lector se pregunta: ¿Sucedió o no sucedió? A partir de esta trama, Villoro interrogó a Leñero sobre la realidad y la ficción, la verdad y la mentira, para espetarle a quien llamó “maestro en todos los géneros”: esa es la maestría de Leñero en este cuento. –O la maña –puntualizó el también autor de Los periodistas. Y explicó al a su vez autor de Dios es redondo que su sistema de aprendizaje en las letras ocurrió al revés: Comenzó con la experimentación, por el cuidado en la forma y la estructura, y acabó interesándose por la historia. No por el cómo se escribe sino qué. Y a partir de ello, fue de lo trascendente al detalle –“quizá por deformación periodística” –, del hilo dramático, de los momentos culminantes, al color de la pijama, la descripción de un puesto de periódicos, el nombre de la calle… Y en este punto contó que hacia el medio siglo pasado, cuando comenzaba a escribir, los autores mexicanos omitía, por ejemplo, detalles como ese del nombre de las calles “porque les parecía que si los ponían no interesaban al lector extranjero y eso les impedía la internacionalización, mientras que los escritores extranjeros no tenían empacho en hacerlo, los neoyorkinos escribían los nombres de los sitios de Nueva York tranquilamente”. Para sustentar todo lo anterior narró una anécdota maravillosa, de cuando entrevistó a María Félix en su casa, allá por los setentas (una de sus más celebradas crónicas, recogida en el volumen Talaacha periodística): “Yo estaba atento a lo que decía y me olvidé de los detalles. Cuando terminé de escribir me di cuenta de que sin esos detalles la crónica no funcionaba. Pero como no me había fijado en ellos, los inventé”. Tras la carcajada general, Villoro dijo que esos detalles permiten a Leñero pintar incluso la condición psicológica del personaje, como en el cuento El cardenal Posadas, del volumen en cuestión. Hablaron también de Quién mató a Agatha Christie y de un par de relatos más de Más gente aún, pero la hora se agotó. Villoro alcanzó a decir que este es el libro más libre de Leñero. –Perdí mucho tiempo obsesionado con la forma, como buena parte de mi generación –dijo. Villoro le reviró: –Lograste llegar a ser un vanguardista tranquilo. Vicente Leñero, quien en junio cumplirá 80 años, resumió: –Quería llegar a la sencillez extrema. Con el tiempo, los años y la vejez, lo alcancé. Entonces recordó el Salón de Actos: “Le decíamos la maternidad… porque aquí veníamos a parir”.

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