Mariano Monterrosa, una vida entre arcángeles y demonios

domingo, 4 de enero de 2015 · 17:23
MÉXICO, D.F. (proceso.com.mx).- La vida del maestro Mariano Monterrosa Prado (Ciudad de México, 1932) ha transcurrido como en una procesión donde se suceden Vírgenes y Cristos sangrantes, arcángeles y demonios, ánimas del purgatorio y todo el martirologio católico. Como reza la expresión, él ha intentado “hablar en cristiano” de los significados de obras artísticas o estéticas, alegorías recargadas e “ininteligibles”, que encontramos en nuestros monumentos históricos. “Nadie se dedicaba a la iconografía. ¿Quién es este santo? ¡Pues sabe Dios! ¿Qué quiere decir esta fachada? ¡Ni la menor idea! La especialidad estaba en total abandono, a nadie le interesaba la iconografía, pensaban que era pérdida de tiempo y no había quien hiciera estudios de iconografía. Fui el primero que empezó a hacer esto”. Quienes han tenido la oportunidad de participar en alguno de sus cursos de iconografía, en particular la religiosa y la cristiana, lo tratan como un abuelo sabio y cercano que mantiene la curiosidad cándida de los niños. Las conversaciones del profesor emérito del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) son disimuladas clases de erudición. “Las imágenes permanecen ahí, los monumentos siguen en pie, fueron hechos para una educación religiosa. No se puede llegar a la imagen si no sabemos qué es. Mi interés es que la gente aprenda. Si las personas saben que esto vale la pena porque es bonito, tiene historia, tradición, lo van a cuidar. Quiero que sepan lo que tienen en sus iglesias y lo conserven”, defiende el investigador de la Dirección de Estudios Históricos (DEH). La cita final de su curso es en el atrio de la parroquia de los Santos Apóstoles Felipe y Santiago, orgullo en piedra de la gente de Azcapotzalco y ejemplo de los primeros conventos que se levantaron en el siglo XVI en la conquistada Cuenca de México. En los nichos de su portada —como hace observar el historiador— faltan los santos, al parecer no se terminó. Hace una pausa y relata la vida del patrón de la orden dominica, Santo Domingo de Guzmán, cuya madre encinta soñó a un perro con una antorcha en el hocico. La imagen fue interpretada por un párroco, quien calmó a la mujer diciendo que su hijo iba a ser, para Cristo, “fiel como un perro”. Así son los recorridos con el maestro Monterrosa, un pozo sin fondo de conocimientos sobre historia virreinal de México, de América, de Europa, de la cristiandad, de las mentalidades, del arte, del Barroco…, en el que de forma intermitente caen anécdotas personales que hacen comprender su interés por estos temas. “A mi madre no le entraba el liberalismo y a mi padre no le entraba lo religioso”. Sin saberlo, su abuela fue la responsable indirecta de su vocación. “Ella fue cocinera del obispo de Chilapa, Guerrero, Francisco Campos y Ángeles. Mi abuela me llevaba a la iglesia y me decía: ‘Mira, éste es san fulano y éste san perengano’. ‘¿Por qué, abuela?’. ‘Porque éste trae una espada, porque éste trae las llaves, este otro una paloma’”. “Yo iba a estudiar medicina, por mi familia. Mi padre era médico, y… no tuve estómago. Lunes y viernes teníamos disección y nos daban partes del cuerpo por regiones, entonces lo que habíamos descubierto el viernes había que quitarlo, como si fuera mermelada de fresa, el lunes. Aquello era un asco espantoso”. Lo que Mariano Monterrosa sí sabe diseccionar con precisión, como el mejor de los cirujanos, son los retablos. ¿Cómo leer un retablo?, en sentido horizontal por cuerpos y en sentido vertical por calles, explica el maestro. La parroquia de los Santos Apóstoles Felipe y Santiago mantiene abierta la capilla de El Rosario, más conocida como de Los Ángeles, porque los que se asoman entre las pilastras doradas son los siete arcángeles: Miguel, Gabriel, Rafael, Uriel, Jeudiel, Saltiel y Baraquiel. Este retablo que reconoce como una obra maestra “es del siglo XVIII retardado; ya es del tipo anástilo, porque no tiene columnas sino pilastras, pero éstas son tan anchas que se han convertido en nichos”. El retablo de los Ángeles pertenece al “último grito del Barroco”, dice. Comenta que la capilla alberga pinturas firmadas por Juan Correa; en otro retablo dedicado a Santa Rosa de Lima, que se halla en la misma parroquia, está la obra de Cristóbal de Villalpando. “¡Ojo!, siempre que encuentren un retablo o una pintura de Villalpando, por curiosidad, busquen, debe haber un Correa, porque eran muy amigos”. Después de que Monterrosa desertara de la carrera de Medicina al primer año, supo de inmediato a qué facultad de la UNAM se cambiaría: Filosofía y Letras. La carrera, obvio, Historia. Como maestros reconoce a muchos, entre ellos a Francisco de la Maza, Elisa Vargas Lugo, Jorge Gurría Lacroix, y destaca como “abuelo intelectual” a Manuel Toussaint. Al INAH lo invitó a trabajar Jorge Gurría Lacroix, quien se desempeñaba como secretario técnico del Instituto. Por más de una década, Mariano Monterrosa se desempeñó como jefe de catálogo y del archivo fotográfico haciendo una labor de registro que él considera fundamental para proteger el patrimonio cultural. Ya como investigador ha rebasado el medio siglo dejando títulos —algunos en coautoría— que son referencia para cualquier interesado en estos temas, por ejemplo: el Manual de símbolos cristianos, otro dedicado al simbolismo de los números, la Bibliografía sobre arte colonial de Justino Fernández, Iconografía del arte del siglo XVI en México, Un hombre confiable: Rubén Aguilar Monteverde, Oratorios de San Felipe Neri en MéxicoLas devociones cristianas en México en el cambio de milenio, más innumerables artículos. El profesor, quien cursó también en la Escuela de Altos Estudios de la Sorbona de París, Francia, concluye su recorrido en la capilla del Señor de la Vida. Mira de reojo una pared desnuda donde por siglos permaneció un gran cuadro de ánimas, hasta que fue hurtado en 2008. Desde entonces, el acceso a la parroquia de los Santos Apóstoles Felipe y Santiago, que da hacia este oratorio, permanece cerrado. La codicia es el motor de estos delitos, acusa. Algunos coleccionistas —dice— se “disculpan” aludiendo a la “buena fe” con que adquirieron estas obras en subastas. Por eso, subraya la importancia de educar a la gente sobre este patrimonio, llámese inmuebles, esculturas, pinturas, que son del pueblo de México. La iconografía, herramienta que sirve para hacer asequible, comprensible, aprehensible y disfrutable un determinado objeto estético, no requiere de un apostolado. “Se defiende sola, a todo el mundo le interesa”, y así parecen confirmarlo las decenas de personas que se anotan en sus cursos y los estudiantes, futuros restauradores, de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía del INAH, a los que imparte clase. “Eso es lo que me entusiasma. Yo ya no soy muchachito, tengo 82 años, pero hay quien va a seguir con mi trabajo, hay quien lo está aprendiendo, hay quien lo está aplicando. Ya es ganancia. Ya no pasé en balde”, ríe.

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