El 'Hamlet” de Ostermeier en el FIC

miércoles, 30 de octubre de 2019 · 13:01
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Hamlet tiene como misión cobrar venganza por la muerte de su padre, y Shakespeare construye su historia para mostrar diversas aristas del ser humano: desde la perspectiva existencialista del “ser o no ser”, hasta la crítica a la podredumbre del poder al interior de un palacio. Hamlet es el plato fuerte teatral que el Festival Internacional Cervantino (FIC) trajo a la ciudad de Guanajuato en esta emisión tan raquítica de espectáculos teatrales internacionales de relevancia. El Hamlet de la compañía alemana Shaubühne dirigida por el renombrado Thomas Ostermeier, es una propuesta impresionante que brilla, arrasa por su fuerza expresiva y su transgresión hacia la visión trascendentalista. El Hamlet de la Shaubühne es una farsa que se burla de todo y de todos, que lleva al extremo el ridículo y lo grotesco para sacudir conciencias y al sistema de poder establecido en la realeza. Siguiendo la herencia expresionista alemana, Ostermeier deja de lado el drama de la tragedia para convertir la obra en un festín que raya en el absurdo y percibir la decadencia del protagonista y de toda su corte. Hamlet se finge loco para conseguir sus fines. Analiza y elabora una estrategia para conseguir vengar a su padre. El antecedente de Shakespeare es el personaje histórico Ahmet, del cronista danés Saxo Grammaticus en el año 1200, el cual aparenta demencia para salvar su vida. Como señala Eugenio Barba, cuando realizó su versión de Hamlet que se presentó en el Festival de Zacatecas en el 2007, Hamlet está en peligro pues su tío lo quiere matar y la ley de honor establecía que no se podía matar a un loco. En el Hamlet de Ostermeier, la locura de Hamlet llega al paroxismo y es capaz de agredir, violentar sin compasión, hacer tonterías, fingir inocencia y sacarle la lengua a quien se le ponga enfrente. La irreverencia del personaje está acompañada de un espíritu clawnesco que se establece al inicio de la obra: el sepulturero, al intentar meter el féretro bajo tierra, tiene una serie de tropiezos, errores y equívocos, que nos hacen reír desde el principio. Esta burla la contrasta con una música densa que impide que la carcajada estalle y se convierta en incertidumbre. Recupera la risa con la que Shakespeare aderezó sus obras y con las que hizo reír a la audiencia inglesa quien compartía su idiosincrasia. En el teatro de Ostermeier no hay un intento de recrear una ficción en la que el espectador se sumerja enajenado. La tragedia la sintetiza en once personajes interpretados por seis actores que cambian de personaje a vistas. Vemos cómo una manguera hace que llueva o que la pintura se vuelva sangre. El rompimiento brechtiano tiene aquí múltiples matices y la perspectiva del teatro documental del director lo potencializa. Al igual que en su propuesta de El enemigo del pueblo, basado en el texto de Ibsen que presentó en el Festival Teatro a Mil en Chile, hace un par de años, el director rompe con la cuarta pared y el espectador es interpelado. En Enemigo del pueblo se pone a discusión la culpa o inocencia del protagonista, invitando a los espectadores a opinar; en Hamlet se preguntan por qué un individuo abandona la sala o invitan a ocupar las localidades del primer piso. El Hamlet de Ostermeier tiene una gran potencia visual y una complejidad técnica importante. Su fuerza dramática es de enorme valor y su visión transgresora llena de sentidos nuevos esta obra de Shakespeare, que tanto se ha montado y que pocas veces crea realmente un universo con convenciones y propuestas contundentes. Esta reseña se publicó el 27 de octubre de 2019 en la edición 2243 de la revista Proceso

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