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"Músicos y medicina: Beethoven y Paganini"

Hoy presentamos fragmentos de Beethoven y Paganini, cuarto de la serie de cuadernillos ilustrados: “Músicos y Medicina. Historias clínicas de grandes compositores”, una colección de breves textos publicados por El Colegio Nacional
sábado, 19 de diciembre de 2020 · 10:52

CIUDAD DE MÉXICO (proceso.com.mx).- Ludwig van Beethoven y Niccolò Paganini vivieron en la misma época, pero no tuvieron contacto alguno.

Si bien Paganini consideró los cuartetos de cuerdas de Beethoven como “extravagantes”, la música del compositor alemán seguramente influyó en las composiciones del violinista “diabólico”, doce años más joven, quien viajó a Viena para ofrecer recitales, cuando Beethoven ya había muerto.

Hoy presentamos fragmentos de Beethoven y Paganini, cuarto de la serie de cuadernillos ilustrados (con alrededor de un centenar de páginas cada uno): “Músicos y Medicina. Historias clínicas de grandes compositores”, una colección de breves textos de fácil lectura publicados este año por El Colegio Nacional, que comenzara a redactar Adolfo Martínez Palomo desde 1991, al conmemorarse el bicentenario de la muerte de Mozart. Nos centraremos únicamente en el amado inmortal de Bonn en su natalicio 250.

Enfermedad principal

De los antecedentes médicos de la infancia sólo se sabe que Beethoven padeció viruela, tal como quedó registrado en las numerosas huellas de la infección que marcaron su rostro por el resto de su vida…

Cuando el compositor tenía veinticinco años, quedaron registrados por escrito los primeros signos de una enfermedad intestinal, posiblemente iniciada años antes. Las molestias abdominales –diarrea, cólicos—y la fiebre siguieron presentándose con frecuencia hasta su muerte, a los cincuenta y siete años. Beethoven la llamaba “enfermedad habitual”. A veces las dolencias llegaban a ser tan intensas que lo obligaban a guardar cama durante varias semanas…

El padecimiento intestinal y sus causas han interesado poco a sus biógrafos, aun cuando afectaron seriamente a Beethoven durante más de la mitad de su vida. Dadas la duración y evolución de esas molestias, lo más probable es que haya sido una “enfermedad inflamatoria intestinal”, manifestada en una de dos variantes: la enfermedad de Crohn o la colitis ulcerativa crónica. Ambas pueden ser dolorosas y debilitantes y producir complicaciones que ponen en peligro la vida del paciente.

De lo escrito por Beethoven de su “enfermedad habitual”, es posible concluir que sufrió de la enfermedad de Crohn. Además, en dos ocasiones Beethoven presentó molestias oculares con intenso dolor y sensibilidad a la luz que le produjeron gran incomodidad, sobre todo por la duración, ya que uno de los episodios llegó a persistir por cerca de nueve meses.

Esos problemas de los ojos pudieron estar relacionados con la enfermedad intestinal; tuvo también dolores reumáticos en articulaciones. En todo caso, las medidas terapéuticas utilizadas en su época poco pudieron hacer para disminuir el sufrimiento crónico que le ocasionó su maltrecho intestino.

Sordera

(…) El 6 de octubre de 1802 escribió, a los treinta y dos años, a sus hermanos Karl y Johann una carta conocida como el “testamento de Heiligenstadt”, en la que se refiere, sobre todo, a los sufrimientos que le causaba la sordera y la reclusión en la que le obligaba a vivir…

Durante tres años, o tal vez más, había tenido ataques severos de ansiedad, que llegaban al pánico. Buscó en su “testamento” explicar su sufrimiento y su angustia que lo dejaban solitario, descontento y con ideas suicidas. Pensó que había encontrado en su sordera la “causa secreta” de sus tormentos y ofreció el testamento como una justificación a quienes lo consideraban malévolo, misántropo o empecinado. Por supuesto, sabemos que estos rasgos de Beethoven existían antes del inicio de su sordera.

Llama la atención que después de escribir este documento pasaran ocho años antes de que volviera a mencionar el problema de la sordera… En 1821, a los cincuenta y un años, la sordera es total en términos de funcionamiento social y comprensión de conversación, pero detecta sonidos de baja frecuencia con el oído izquierdo. Nunca más volvió a solicitar ayuda para su sordera…

Al parecer la sordera de Beethoven fue provocada por un defecto de audición neurosensorial: un problema del oído interno o del nervio acústico casi siempre permanente. Beethoven probó todo tipo de instrumentos usados en la época para amplificar los sonidos, pero pronto dejó de usarlos ante su inutilidad.

El final  

Aun cuando se quejaba de falta de apetito y comía en forma irregular, mantuvo hasta cerca del final su apariencia robusta y una actividad física enérgica.

Cuatro meses antes de morir sufrió vómitos, diarrea y fiebre, seguidos de intensa ictericia (coloración amarillenta) y dolorimiento en la parte superior y derecha del abdomen. El examen físico reveló hígado crecido e hinchazón en miembros inferiores. En los días siguientes los signos aumentaron, y la producción de orina disminuyó. El abdomen se distendió con ascitis (líquido que se acumula alrededor de los intestinos por daño al hígado), al grado de provocar dificultad respiratoria. A finales de diciembre de 1826 se realizó una primera punción abdominal con extracción de once litros de líquido, lo que le proporcionó alivio inmediato. Sin embargo, el sitio de la punción se infectó. En los meses siguientes se realizaron tres punciones más, complicadas con salida de líquido abdominal en los sitios de punción…

En esta fase final de su vida, Beethoven sufría de pancreatitis crónica y de cirrosis hepática avanzada. Una mejoría transitoria le permitió empezar a trabajar los planes para una futura décima sinfonía y a entretenerse con textos de clásicos como Plutarco, Homero, Platón o Aristóteles. Por recomendación de un médico amigo, reinició la ingestión de ponches a base de ron, té y azúcar, con lo que se animó pocos días, para luego volver a recaer con cólicos y diarrea por el exceso de alcohol. Pese a ello, solicitó a sus editores el envío de algunas botellas de buen vino del Rin…   

En realidad, Beethoven ya había perdido toda esperanza, postrado como estaba, con el torso cubierto de úlceras, torturado día y noche por los gusanos que infestaban su lecho de paja empapado por el líquido que drenaba de su abdomen. En un intento tan desesperado como inútil por mejorar su situación, los médicos aconsejaron un baño de vapor hojas de abedul.

El 23 de marzo de 1827 escribió con grandes trabajos su testamento. Al día siguiente llegaron las ansiadas botellas de vino, solicitadas por él semanas antes. Al verlas, Beethoven murmuró: “¡Demasiado tarde!” (…)

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