La dignidad de un campeón

miércoles, 3 de febrero de 2010 · 01:00

CIUDAD JUÁREZ, Chih., 3 de febrero (Proceso).- En el ocaso de su vida, José Ángel Mantequilla Nápoles se dedica a enseñar “trucos” de boxeo a sus cada vez más escasos pupilos en un ring sostenido por tabiques, y a ver pasar las horas ensimismado en un juego de baraja. Acorralado por las enfermedades y la miseria, este autoexiliado de su pasado de triunfos, fama, millones y familia, decidió radicar en Ciudad Juárez, años antes de que fuera considerada la región más violenta del mundo. Y en esa ciudad inhóspita, en el gimnasio de unos baños casi en ruinas se fuga con la dignidad del campeón que fue cuando le preguntan si hay algo en que se le pueda ayudar y simplemente responde: “Estoy bien, no necesito nada”.

Las ásperas y morenas manos de José Ángel Mantequilla Nápoles manipulan hábilmente naipes a los que apenas se le distingue el dibujo, en el desolado gimnasio donde los pupilos son cada vez más escasos.

Cerca de cumplir 70 años, Mantequilla agota su vida entre largas siestas y eternas encerronas consigo mismo y los naipes. Dejó de hacer ejercicio y las caminatas. Se olvidó de su familia e hijos. Los amigos desaparecieron.

Sin dinero, las enfermedades lo acosan, la casa donde vive es prestada y el ring donde enseña “trucos” de boxeo está sostenido por ladrillos.

Campeón e ídolo en la primera mitad de los setenta, en 1993, después de deambular por Michoacán y Jalisco, decidió radicar en esta convulsionada ciudad en la que lejos del alcohol y las drogas se hizo adicto al juego del “burro castigado”, en el que él define quiénes son sus adversarios y quién gana y pierde.

Acomodado en su soledad, José Ángel rompe barreras diplomáticas y de distancia. Desafía en duelos de baraja a George Bush, a Barack Obama, a Felipe Calderón y a su mismísimo paisano Fidel Castro. Lo mismo en su recámara que en el viejo y polvoriento escritorio del gimnasio Roma donde espera y espera y espera la llegada de algún prospecto.

Por lo general, el vencedor es el líder cubano, y otras veces el propio Mantequilla. No hay posibilidad de que ganen Bush, Obama o Calderón. “Hago trampas, soy el único que mueve las cartas”, se avivan los ojos del expeleador. El premio al ganador son taparroscas de refresco que simulan dólares.

–¿La elección de políticos como rivales es por algún motivo especial?

–Pues me salió así de chiste. Soy deportista y respeto a toda la gente que trabaja en esa profesión. Juego para mí solo. Nadie lo sabe. Siempre procuro la rutina de entretenerme conmigo mismo.

Lejos de los reflectores y el glamour que lo acompañó en su época de éxitos, El Mantecas recibe a Proceso instalado en un mullido asiento. Calza unos viejos tenis de color negro con las jaretas levantadas que han perdido su adherencia. Viste un raído pants en tono azul descolorido con pequeños agujeros y chamarra negra. La barba desaliñada, el espeso bigote, las cejas y lo poco que le queda de su ensortijado y desordenado cabello están teñidos de canas.

Medianos los labios, amplia la frente, redonda la cara, su mirada antes penetrante –de tipo felino– luce triste, opaca y cansada. Erguido, pero de lento caminar, el hombre que pisó las arenas más famosas del mundo ahora está olvidado y en el abandono en un rincón del gimnasio de los ruinosos baños Roma, de la colonia Hidalgo, en el corazón del violento municipio de Ciudad Juárez.

En el deteriorado inmueble impera el desorden entre basura, polvo y suciedad. Algunas ventanas están cubiertas con tablas y otras no tienen cristales. En el centro del salón, entre la inmundicia, el intenso olor a tabaco y humedad, resalta el añejo cuadrilátero con base de tablones montados sobre tabiques. Las cuerdas que lo sostienen están protegidas con mangueras. Es la configuración de un ring viejo de tres cuerdas que carece de tensores. Hay también tres costales, tan endebles que se rompen al mínimo contacto de los jóvenes aspirantes a boxeadores.

“Este ring lo hice prácticamente desde que llegué a Ciudad Juárez. Lo pusimos bien, porque no había cuadriláteros. Ni sogas había siquiera. Todo esto lo acondicioné”, alardea Mantequilla con voz pausada.

El pasado jueves 21, día de la cita con Proceso, fue francamente alentador: de los tres discípulos que acudieron uno de ellos le dejó 100 pesos por el trabajo de una semana. Pero un día antes se había ido a su casa sin un centavo. Y cada vez son menos los pupilos que acuden, a pesar que asegura cobrarles una baja cuota de entre 100 y 150 pesos por semana.

“Ahora viene uno que otro. Antes eran muchos: 10, 12 o 15. Échele números, y sí salía para los gastos.”

Pero ahora que bajó la asistencia, “está del carajo”, dice. “De pronto tengo 15, luego tres y a veces no viene nadie. Los muchachos se van y ya no vienen, o regresan cuando quieren”.

 

Precariedad

 

Tras su retiro del boxeo en 1975, Nápoles se alejó del Distrito Federal. Pasó por Lázaro Cárdenas, Michoacán, y Guadalajara, Jalisco, antes de arraigarse en Ciudad Juárez, a donde llegó contratado para amenizar un bar con su grupo musical de salsa El Negro Santo.

“Era un conjunto muy bueno. Yo cantaba y dominaba todo. Estábamos por grabar un disco, que no se logró porque los músicos querían imponer cosas a su antojo. No hubo disciplina y ya no quise seguirle”, dice.

–¿Qué pasó con los instrumentos musicales?

–Los vendí junto con el autobús cuando vine para acá. Aquí conocí al hijo del dueño de baños Roma, quien me ofreció un espacio en el lugar donde antes practicaban lucha libre. Puse mi ring, que sigue hasta la fecha.

–¿Cómo sobrevive una leyenda del boxeo como usted?

–Pues ahí vemos cómo le hacemos…

-¿Cuál es su situación financiera?

–Regular.

A la distancia, Juana Bertha Navarro, su compañera desde hace 17 años, lo corrige: “mal”, y Mantequilla reacciona: “digamos que mal, pero de todos modos aquí estamos”.

Juana Bertha prosigue: “Él no va a reconocer que está mal, tal vez por su orgullo de campeón. Nadie puede quitárselo por todo lo que fue, porque su nombre es el que pesa. Pero vean a José Ángel: ya casi no puede caminar; se cae porque sus piernas no le responden”.

Nápoles replica: “Me caigo porque resbalo, porque al subir la escalera hay que ir con cuidado, si no te vas para abajo… ya tengo tiempo subiendo y bajando. Todos los días subo y bajo”.

Juana Bertha: “Es su único ejercicio, porque en la casa no hace absolutamente nada: llega del gimnasio y a dormir todo el día. No sé de dónde saca tanto sueño”.

“Siempre llevo para la papa, ¡Siempre! O si no voy con Lalo Cook, que tiene una tienda, y me da todo. Como sea (fiado o regalado), no le hace”, insiste el expugilista.

La señora lo niega: “La situación está mal. Les quiero abrir las puertas de la casa en la que vivimos. Es prestada y está en muy malas condiciones: no tenemos los servicios, inclusive hoy (jueves 21) nos quitaron el gas, y estamos a la espera de que nos suspendan el agua… quiero que vean la realidad y no la fantasía que él vive”.

Repentinamente José Ángel se lleva las manos abiertas a las orejas y clava la mirada en el piso. Asoma una pequeña lágrima sobre su curtido rostro, habla como si tuviera el alma desgarrada, la voz se le quiebra: “Ya mamá, ya mamá. Esas son cosas de la casa… son cosas de la casa”.

El lugar donde habita José Ángel con su actual pareja y uno de los cuatro hijos de ella, es prestado. Y al igual que el gimnasio –que también es prestado– luce en ruinas por el deterioro; se está cayendo a pedazos. Hay goteras por doquier y las paredes se desmoronan.

En la vivienda todo escasea y el refrigerador está prácticamente vacío. Apenas hay un pequeño recipiente con una porción de frijoles bayos, un trozo de sandía y contadas piezas de pollo guisado. Un día antes le cortaron el gas por falta de pago, y por la misma causa podrían suspenderle el suministro del agua. Personal de la empresa Carso (propiedad del magnate Carlos Slim) que surte el agua a través de la Junta Municipal de Agua y Saneamiento (JMAS), fue al domicilio para fijar el lunes 22 como límite para cubrir la cuota.

Su médico familiar, Humberto Pérez Rosales, ofrece un diagnóstico desalentador: “Tiene varios padecimientos, el principal es la diabetes mellitus desde hace tres años. Por su mismo temperamento no acude con regularidad a las citas. Ahora está un poco descontrolado. Además de las complicaciones de la diabetes, presenta un problema de tipo cerebral, una especie de demencia senil, no sé si por la diabetes o a consecuencia de los golpes recibidos en el boxeo durante muchos años. La más reciente ocasión que lo traté fue hace tres meses y cada vez que lo veo su salud está más deteriorada”.

–¿Hay solución?

Tras una larga pausa, el doctor dice: “Es muy difícil. Ya nunca va a volver a la normalidad. Me gusta mucho el box y de todo lo que conozco de este deporte no he visto a un peleador que haya tenido ese estilo que volvía loca a la gente con su forma muy pulcra y estética. Verlo en esas condiciones me causa pena. He ido al gimnasio a saludarlo y le doy un dinero para que se ayude, pero debe tener el apoyo de un organismo, como el Consejo Mundial del Boxeo. Como dicen: ‘estuvo arriba, pero ahorita está muy abajo’, muy mal en todos los aspectos, y en lo económico ni se diga: en ocasiones no saca nada en una semana en el gimnasio”.

 

Ciudadanía exprés

 

Desde agosto pasado, cuando sufrió un accidente automovilístico que derivó en su detención por 12 horas en Ciudad Juárez, José Ángel dejó de manejar y Juana Bertha se encarga de transportarlo en un viejo auto deportivo.

Sobre el viejo escritorio se encuentra una imagen de San Judas Tadeo, a quien Nápoles confunde: “No señor. ¡Ese es el Señor de los Cielos!”.

En el olvido –aunque su compadre José Sulaimán, presidente del Consejo Mundial de Boxeo, suele enviarle ayuda económica ocasionalmente–, Mantequilla añora los días cuando llegaban al gimnasio 30 o 40 alumnos.

José Ángel atribuye su mala situación al declive del boxeo: “Ya no hay muchachos con deseos, ya no es como antes. Aquí en Juárez había peleadores muy buenos, pero se acabaron”.

–¿Después de pasar tres horas en el gimnasio, cómo distribuye su tiempo?

–Me voy a la casa a ver televisión, beisbol, futbol y películas.

–¿Cómo pasa la vida para usted que fue una leyenda del boxeo?

Por momentos divaga: “Pues se vive. Todos piensan otra cosa, pero es muy duro tratar de aprenderle, que brinquen bien, que hagan las cosas bien…”.

Luego toma tiempo para la reflexión: “Llegué a México en 1962, pero como era menor de edad y no contaba con el permiso me regresaron a Cuba para que mi mamá firmara el papel –de responsiva– y me volví enseguida”.

También recrea el momento cuando el entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz, a quien le dedicó su pelea por el título del mundo, le dijo: “Mantequilla, estoy muy orgulloso de ti. ¿Qué quieres? Te puedo regalar un carro, te puedo regalar una casa, te puedo regalar un reloj de oro… Le respondí: ‘nada de eso, señor presidente. Quiero ser mexicano’”. Díaz Ordaz le habló a Luis Echeverría, quien era secretario de Gobernación, y en menos de 24 horas Nápoles recibió la constancia de ciudadano mexicano.

–¿Cuál es el día más feliz de su vida?

–El 18 de abril de 1969, cuando combatí con Curtis Cokes. Ese hombre nada más les pegaba a los muchachos y los dejaba tirados, pero a mí no me derribó. Yo le partí su madre, y en su propia casa, en Estados Unidos. La revancha fue en México y aquí me lo chingué en 10 rounds.

–¿Hay algún pasaje triste en su vida, campeón?

–No tuve ninguna complicación. Siempre me porté bien e hice lo que debía hacer: correr, lo máximo para un peleador. Mi mayor fortaleza fueron los entrenamientos. Mi entrenador Kid Rapidez me dijo: “Tienes que portarte bien; si te portas mal, te va mal”. Y eso se me quedó grabado.

–¿Se siente olvidado en el boxeo?

–Pues no, porque siempre el señor Sulaimán cuando tiene algún festival me invita. Y ahí vamos… pero Mantequilla aquí está listo. Los amigos ya se perdieron, no sé por qué. De todos modos estoy aquí.

–Usted, que convivió con presidentes y políticos, que estuvo rodeado de fortuna y de lujos, ¿no extraña esa vida?

–No la extraño… La cosa es así, mi campeón: lo que pasa, pasa, y ahora hay que luchar para vivir.

–¿Tiene idea de cuánto ganó por sus peleas?

–Ya no soy campeón del mundo y ese dinero se fue en ropa, en comidas, en casa, en muchas cosas. Pero de todos modos estamos listos para seguir luchando.

–¿Entonces no hizo un cálculo de todo lo que obtuvo en el boxeo?

–No, eso ya se me olvida porque me da sentimientos. Ya no me acuerdo.

–¿Qué tipo de sentimientos?

–Que ya no tengo tanto dinero.

–¿Está conforme con lo que la vida le ha dado?

–Sí, también estoy contento cuando algunos como a ustedes les puedo enseñar un cinturón como éste. (Muestra un fajín reluciente que asegura es el primero que obtuvo como campeón del mundo. En realidad es una réplica del título welter del Consejo Mundial de Boxeo, que conquistó en 1969 al derrotar a Curtis Cokes).

–¿Cómo le gustaría estar en estos momentos de su vida, a punto de cumplir 70 años?

–No, 70 no, apenas voy llegando a los treinta y tantos… Estoy bien.

 

Orgullo

 

La visión de su compañera es realista: “Él puede decir mil cosas, pero la realidad es otra: estamos en muy mala situación. No puedo buscar un empleo porque José Ángel depende por completo de mí. Ya no viene solo al gimnasio porque se pierde, en la casa tiene comportamientos de niño, se orina y se ensucia, por lo que tengo que estar siempre al pendiente. Está enfermo, y por orgullo le dirá que no”.

Luego relata: “El médico que lo atiende, tampoco quiere saber ya de él porque lo hizo quedar en ridículo cuando lo intentó subir en un evento de la Fundación Telmex. Pero José Ángel se resistió; dijo que no era un limosnero, que él tenía muchas joyas y pulseras con diamantes”.

Y se explaya: “José Ángel no quiere aceptar su realidad ni se quiere dar cuenta de que envejeció, que necesita algo en qué apoyarse, un bastón porque se cae. Quiero ser muy franca: vengo de una familia humilde y no tengo los medios para solventar su enfermedad”.

En marzo de 2009, el CMB designó al magnate Carlos Slim Hombre del Año 2008 “por sus aportaciones al deporte de los pobres”.

La Fundación Telmex, propiedad del empresario, otorga ayuda económica a un grupo de boxeadores. Justo ese día, el millonario admitió ser el admirador “número uno” de Mantequilla Nápoles. Cuenta Juana Bertha:

“Después de bajar del escenario, Slim invitó a las personas a recibir un beneficio de su fundación. Estaba convencido de ayudar a José Ángel. Sin embargo, no quiso subir al estrado porque es muy cerrado. Imagino que por eso tampoco quiere ver a su familia –esposa e hijos–, por la situación que vive hoy, por su presente. Pero con sus hijos no hay ninguna comunicación”.

El doctor Lázaro Soberanes, comisionado del CMB, recuerda que le recriminó a Nápoles: “¿Por qué no aprovechaste y le dijiste al señor Slim ‘ayúdeme que estoy en la miseria’. Pero no quiso, porque nunca va a decir: ‘compadre ayúdame, compadre estoy mal’. ¿Cómo podemos gestionar que lo ayuden si cuando le preguntan qué necesita él responde que nada, que está bien? Su familia podría ser un gran apoyo. ¿Por qué tiene miedo de encontrarse con sus hijos? Tengo entendido que cuenta con familiares en Cuba, pero el problema es que José Ángel vive encapsulado”.

José Ángel Nápoles nació el 13 de abril de 1940 en Santiago de Cuba. Se inició en el profesionalismo en 1958, en La Habana. Disputó 84 peleas –ganó 54 por la vía rápida, 21 por decisión, una por default, y perdió ocho combates, entre ellos cuando intentó despojar de la corona de peso medio al argentino Carlos Monzón, en 1974.

Fue dos veces campeón mundial welter: de 1969 al 70, y de 1971 a 1975 hasta su retiro, el 6 de diciembre de 1975, cuando perdió el título ante el británico John Stracey.

Tras su primer campeonato que obtuvo al ganarle a Cokes el 18 de abril de 1969, Nápoles perdió el reinado en su cuarta defensa, el 3 de diciembre de 1970, frente a Billy Backus, a quien le arrebató el cetro en pelea de revancha el 4 de junio de 1971. Como amateur disputó 475 peleas. Sólo perdió cinco.

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