El empate que supo a triunfo en el Zócalo

martes, 17 de junio de 2014 · 20:18
MÉXICO, D.F. (apro).- “¡Hay-por-te-ro, hay-por-te-ro!”, gritaron los aficionados que llenaron la plaza del Zócalo capitalino cada vez que Guillermo "Memo" Ochoa atajaba el balón que amenazaba con meterse a su portería en el juego que el Tri disputo frente a Brasil y que volvió a paralizar la ciudad durante dos horas. “¡Ochoa Ochoa!”, celebraban al nombrado mejor jugador del partido por la FIFA, mientras veían la repetición de las atajadas en las tres pantallas gigantes que el gobierno capitalino colocó en el corazón político, cultural y religioso del país. A solo unos pasos, en el Antiguo Palacio del Ayuntamiento, el mandatario local, Miguel Ángel Mancera, disfrutaba el juego --en sillones blancos y con bocadillos servidos por meseros--, frente a una pantalla gigante y junto a algunos integrantes de su gabinete. Pero la verdadera pasión, la fiesta y el sufrimiento futbolero estaban afuera, con las señoras que buscaban la sombra en los portales de los edificios, los hombres que cubrían su cabeza del sol con periódicos y los novios precavidos que llevaron su sombrilla e ignoraron los gritos de “¡no dejan ver!” que venían de atrás. Primer tiempo. Los cientos de aficionados reunidos en el Zócalo demostraron –o al menos eso intentaron— que se saben el himno nacional. Entonces nadie se acordó de la discusión de la reforma energética, electoral o de telecomunicaciones. Al silbatazo inicial, los entusiasmados lanzaron: “¡Vamos Méxicoooo!”. Se sentía el optimismo, la pasión futbolera de los muchos que, aunque desempleados o endeudados, creían en su selección nacional. [gallery type="rectangular" ids="374976,374974"] A cada jugada mexicana cerca de la portería verdeamarella se escuchaba el “¡tírale, tírale!” de quienes asumían el papel de Miguel El Piojo Herrera y que gritaban tan fuerte, como si quisieran que se escuchara hasta la ciudad brasileña de Fortaleza. Pero como el gol no caía, venía el lamento: “¡aaahhh chingaooooo!”. Sin importar los errores, la afición no se daba por vencida y dejaba ir el ya clásico mexicano “¡Sí se puede, sí se puede!”, seguido del “¡México, México!” Un hombre con el clásico sombrero de “Piqué”, ya medio borracho, organizaba la porra entre sus familiares y vecinos que llegaron desde el medio día al Zócalo. “Pulque, pulque, aquí hay pulque p’al sediento”, invitaba. Su relajo llamó la atención de fotógrafos y camarógrafos, además del de una reportera rubia que sólo entendía del español “foto foto”, pero el hombre hasta un beso le robó. “Ay ay ay aayyyy, canta y no llores”, cantaba el mexicano. Al silbatazo del medio tiempo la gente corrió como hormigas hacia la sombra porque a esas horas el sol ya era inclemente. Se formaron largas filas en las tiendas para comprar agua y papitas pues ya era hora de comer, pero faltaba la mitad del juego. Y la fiesta seguía. Los animadores aprovecharon para recordar que esas pantallas las mandó poner el gobierno de la ciudad. Luego, regalaron balones. Segundo tiempo. “Ahora sí van a anotar”, decían los confiados. A cada paso las imágenes se repetían: mamás con sus bebés, vestidas de “chinas poblanas” o charros; los niños rebotaban en sus brazos a cada intento de gol fallido. La emoción no las dejaba ver que los pequeños lloraban y sudaban. Los futboleros de sepa llevaron sombreros, pelucas, máscaras, la mayoría con sus playeras de la selección mexicana compradas en Tepito de a “200 varitos”. “Ahí va el gol, ahí va el gol”, gritó uno cuando vino un tiro indirecto. “Ahhh pendejo”, se lamentó ante el fallo, siempre el fallo. Y como ya es costumbre en los partidos en México, a cada despeje de Julio César Soares, el portero de Brasil, las manos de la gente se alzaban hacia el frente, se agitaban y a la patada del guardameta: “¡Putoooo!” [gallery type="rectangular" ids="374973,374972"] Mujeres y hombres descansaron en el suelo las maletas con mercancía que compraron para sus negocios. Ya no les alcanzó el tiempo para llegar a casa, así que se aventaron el juego ahí, ante el sol despiadado. Los turistas extranjeros se emocionaron más con la emoción de los mexicanos. Uno que otro llevaba la playera de Brasil, pero por seguridad se alejaron del tumulto y desde ahí veían las jugadas de uno y de otro y anhelaban el gol que nunca llegó. Al pitazo final, los restaurantes siguieron el festejo al recibir a decenas de personas sedientas y hambrientas. En uno de ellos, el gerente emocionado ordenó al mesero: “Sírveles un tequila a todos, va por cuenta de la casa”, pero el tequila no llegó a muchas mesas, algunos ya no quisieron esperar, debían regresar a la oficina. Afición mañanera El centro de la Ciudad de México amaneció con ánimo verde, blanco y rojo. A las nueve de la mañana, un hombre de saco y corbata decía a su secretaria por teléfono que no le pusiera citas “ni antes ni después del partido”. Decenas de taxis circulaban con sus banderitas en la ventana. Uno que otro autobús llevaba su enorme bandera en el cofre, como los decoran el 15 de septiembre, pero no, era 17 de junio, segundo partido de eliminatorias entre México y Brasil, el anfitrión del Mundial 2014. En el Paseo de la Reforma, una joven paseaba a sus perros a los que les puso “la verde”. En los restaurantes, meseras y meseros también se uniformaron, ya mañana regresarán al típico delantal. En las salas de cine los boletos de a 50 pesos para ver el partido se agotaron desde el lunes. “Vayan al de Lindavista, a ver si ahí encuentran todavía”, sugirió un joven de la taquilla a un grupo de amigos que peregrinaban para encontrar un lugar donde ver el juego. Seis adolescentes que se fueron de pinta –el pantalón gris de secundaria de uno los delató a todos--, caminaban y caminaban buscando una pantalla en donde ver el juego gratis. A la glorieta del Ángel de la Independencia llegaron algunos granaderos desde las nueve de la mañana. “Ahorita todo está tranquilo, pero quién sabe al rato”, decían. Horas después, aún con el empate, tuvieron que formarse para resguardar el orden entre unos 500 aficionados que llegaron a festejar que “al menos no perdimos”. La fiesta se combinó con las copas, tanto, que ahí en la columna de la Independencia algunos aficionados agredieron a un periodista que entrevistaba a quienes fueron a celebrar. Le arrojaron espuma y orines… ¿Viva México?

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