Butch Cassidy y Sundance Kid en la Patagonia

viernes, 19 de febrero de 2010 · 01:00

CHUBUT, Arg., 19 de febrero (apro).- Nadie es dueño de las seis hectáreas ubicadas en los confines australes de Argentina, donde hace un siglo se instalaron las cabañas de dos famosos bandoleros estadounidenes: Butch Cassidy y Sundance Kid.

El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) aprobó, hace cinco años, un préstamo para convertir esas cabañas en un atractivo turístico, proyecto supuestamente estancado por la ausencia de documentos de propiedad sobre esa parcela todavía sin nombre.

Las únicas pruebas materiales que perduran de la impronta sudamericana, reflejada por los personajes que Paul Newman y Robert Redford protagonizaran en el cine, dan la impresión de extinguirse en un paraje escondido, a los pies de la cordillera de los Andes.       

“Es increíble, un banco quiere financiar la preservación del sitio en el que vivieran los más peligrosos ladrones de bancos del far west, y misteriosamente no se concreta”, lamenta Inés Mirta Toti Cea, descendiente de chilenos vecinos de los temerarios forajidos, quienes entre 1901 y 1905 residieron en el agreste norte de la provincia argentina de Chubut, bajo las falsas identidades de Santiago Ryan y Enrique Place.

Los acompañaba Ethel Place, oficialmente la esposa de Sundance Kid, presunta mujer en concordia del triangulo amoroso, versión acreditada por el periodista inglés Bruce Chatwin, e insinuada por Katherine Ross durante la película que realizara George Roy Hill en 1969. Bella y de notable puntería, amazona, revindicaba una formación de maestra escolar, trasmite Victorina Toly Acheritobehere, familiar del extinto Vicente Calderón, sumado al vecindario luego de la partida de los audaces pistoleros. (1)

Los tres jóvenes desembarcaron en Buenos Aires procedentes de Nueva York en marzo de 1901. Debieron sentirse atraídos por los avisos aparecidos en diarios estadounidenses sobre la posibilidad de obtener tierras para quienes se radicaran para poblar el suelo argentino, fechas en que la prestigiosa revista National Geographic publicaba artículos sobre la Patagonia.

O acaso los influenció el tráfico de noticias entre las colonias galesas desplegadas en los dos países, animado por los trascendidos de la corriente migratoria estadounidense a Argentina, que fluyera desde la segunda mitad del siglo XIX.

Por cierto, los dos hombres iniciaron los trámites para que el Estado argentino les adjudicara 2 mil 500 hectáreas en un valle de la franja precordillerana de Chubut, mientras la Corona de Inglaterra laudaba la disputa de las fronteras con Chile.

Remarcables vaqueros y conocedores de las faenas ganaderas, se dedicaron a la crianza de vacunos y lanares, encajándole a la herencia de un tío el origen de la fortuna que trajeran consigo, un millón y medio de dólares al cambio presente, botín de las operaciones que jalonaron sus antecedentes en la pandilla salvaje que asolara a Estados Unidos. (2)

Nieta de Manuel José Cea, quien frecuentaba a los asaltantes que sigilosamente rehacían su existencia como insospechables rancheros, e hija de Raúl Victor Cea, fallecido el año pasado y distinguido vocero de la memoria oral de la zona, Toti prepara la edición de las memorias de su padre. Las evoca en un tono  pausado y didáctico, al amparo del centenario molino de trigo que asoma en la cabecera de sus campos, ahora bajo las inclemencias del escándalo climático, azotados por vientos fríos, en la crudeza de un otoñal comienzo de verano.

Toti ha recopilado textos, fotos y mapas, de los cuales una muestra puede verse en el restaurante (parrilla) Butch Cassidy que posee con su marido en Cholila, el pueblo cercano al ignoto escondite de los bandidos yanquis, cuando intentaron redimirse ocupándose de tareas rurales

De sus dos cabañas erigidas con maderas de ciprés horizontalmente encastradas, hoy queda una sola en pie, inicialmente de tres habitaciones, destinada a la pareja de Enrique y Ethel Place, y dos construcciones de un solo ambiente, agregadas ulteriormente por los habitantes que los sucedieron, todo a la sombra de álamos y saucos.

Los planos elaborados por el arquitecto Ramiro Porcel de Peralta, dictados por Cea en septiembre de 2001, dan testimonio de corrales y caballerizas protegiéndolos de cualquier ataque, vinculados por un túnel con el  río Blanco y el arroyo que se le une en las inmediaciones, susceptibles vías de escape hacia los lagos, bosques y montañas.

“Sus cabezas estaban a precio y no sólo temían que los atraparan los cazadores de recompensas. No hay que olvidar tampoco que en aquella época había mucho cuatrerismo y criminales que mataban y se llevaba los animales a balazos”, indica Toti Cea.

Asimismo, destaca que hubo una segunda cabaña, domicilio particular de Santiago Ryan. Responsabiliza al clan Sepúlveda de habérsela robado. Ese era el apellido del peón chileno que ocupó el caserío dejado vacío en 1905 por sus fundadores. Los delataron las cartas que enviaron al restringido círculo de allegados, transcribiendo la reconversión pacífica como adinerados emigrantes en la paradisíaca Patagonia. Las misivas fueron interceptadas en las oficinas de correos de Estados Unidos por los detectives privados de la agencia Pinkerton, que alertaron a la justicia argentina.

Mauricio Sepúlveda, nieto del apropiador de facto de las emblemáticas construcciones, confirma la sustracción, pero niega que él o sus antepasados intervinieran en cualquier acto delictivo. Se refiere a los Cea con desdén y replica secamente. Es alguien tal vez sometido a presiones que lo urgirían a ceder frente a las autoridades de la provincia de Chubut, obviamente interesadas en controlar el valioso predio.

“Dispongo papeles de la posesión de estas seis hectáreas, ocupadas por mi abuelo desde la colonización, y tengo el reconocimiento escrito de los sirio-libaneses que se hicieron con lo que pedían Ryan y Place al irse, así que me corresponden los títulos de propiedad y no les voy a aflojar”, desafía.

No obstante, Sepúlveda admite que la gobernación de Chubut le paga un sueldo mensual de mil pesos (300 dólares) para mantener y ayudar a reparar la arruinada carpintería inmobiliaria. La ha evacuado y permite la entrada de los visitantes. Se afinca en el villorio contiguo a orillas del río Blanco, en dirección a Cholila. De ronda cotidiana, descabalga, se saca el sombrero, y resume: “Si me dan una casa y un galpón para guardar la comida de los animales, acepto que hagan el centro turístico y lo manejen, pero el titular de las seis hectáreas soy yo, si no, que me ofrezcan algo equivalente en otra parte de la provincia”.

Sin embargo, de las indagaciones del historiador Marcelo Gavirati se desprende que la cabaña personal de Butch Cassidy está a buen recaudo. El dato puede verificarse en las proximidades, contrastado por la fotografía exclusiva que se ofrece en las ilustraciones de esta crónica. Se la observa abandonada en un terreno perteneciente a Eloiza Leál, casada con Luis Alberto Sepúlveda, quizás de igual ascendencia que Mauricio. Su devolución al emplazamiento legítimo formaría parte de la complicada negociación que se libra entre los Sepúlveda y el poder público de Chubut, cuyas intenciones definitivas para solucionar el litigio con un particular intransigente continúan siendo un enigma desde que el BID aprobó el financiamiento, en julio de 2005.

En ese contexto, la Secretaría de Turismo provincial anunció el incremento del acerbo patrimonial y cultural de Cholila con las mentadas viviendas, que serían restauradas y abiertas a la gente con carteles explicativos al estilo de los que orientan en los parques de reservas forestales, amen de estacionamiento, sanitarios y dependencias administrativas. (3)     

Prácticamente nada de lo prometido se ha llevado a cabo y, por el momento, es azaroso localizar el lugar. De la ruta nacional 40 que corre asfaltada a lo largo de la Patagonia, hay que desviar por el ripio de la ruta provincial 17. Casi llegando a Cholila, divisándose una subcomisaría de policía, se impone torcer por un camino de tierra que conduce a la Casa de Piedra, el hospedaje con menú de te galés, servido por la ya mencionada Victorina Toly Acheritobehere, que recuperó la silueta docente otrora impresa por Ethel Place entre sus conocidos.

Y ahí nomás se ve un percudido cartel atado al alambrado, que reza: Butch Cassidy. Antecede una precaria garita en desuso, probablemente concebida para brindar informes a los peregrinos, muda invitación para adentrarse a cielo abierto en el escenario romántico y aventurero de unos singulares pioneros de América.

Pese a que la tranquera está cerrada con candado, se la puede saltar, y marchando unos minutos se atraviesa una loma y se descubre la guarida que tanto se resiste a hundirse en el olvido. El espectáculo es conmovedor: paredes que se desmoronan o violadas con clavos que apuntalan la madera desfalleciente, algunas recompuestas con flamantes injertos que lastiman los antiquísimos troncos de cipreses, recintos malolientes por el secado de cueros de bestias colgados de tirantes; alambres corroídos penden por doquier y osamentas resecas participan silentes en la desoladora ceremonia, agitada por los rumores de los cursos de agua y por la euforia de los silbidos del viento, sacudiendo las flores blancas de los saucos.

De sus primigenios locatarios pueden recabarse significativas pistas a pocos kilómetros de allí, en el Museo Leleque, inaugurado en el 2000, a iniciativa de la Fundación Benetton. La exposición permanente se levanta en una antigua pulpería y almacén de ramos generales. Recoge la milenaria saga de los patagónicos, sus indígenas autóctonos, el arribo de los conquistadores europeos y la violencia que caracterizó la expansión de la República Argentina.

Para congregar las ovejas que dan hilo a las ropas de su etiqueta, en 1991 los Benetton adquirieron unas 3 mil hectáreas de la vieja y británica Compañía Tierras Sud Argentino. Expurgando sus libros contables, Gavirati encontró los asientos de transacciones comerciales efectuadas por Santiago Ryan y Enrique Place, entre octubre de 1901 y junio de 1904, cuyas páginas se exhiben en una vitrina del museo, junto a las carabinas que se usaban en aquel período. Resultan el indicio palpable que precedió a la huída, situada en mayo de 1905, a causa de que los relacionaran con el atraco al Banco de Londres y Tarapacá, en Río Gallegos, la capital de la aledaña Provincia de Santa Cruz, cometido tres meses antes por dos individuos que se comunicaban en inglés, excelentes jinetes y hábiles con las armas. Las fichas con los pedidos de captura difundidas desde hacia dos años por los agencia Pinkerton, y la similitud de los perfiles con quienes perpetraron el hecho, detonaron la fuga. (4)

El trío se deshizo del ganado y vendió rápidamente las cabañas a la empresa chilena Cochamó, que adosaría una cuarta pieza a la casa matrimonial, según se percibe actualmente, partiendo a Valparaíso. Ethel subió a un barco rumbo a San Francisco, al tiempo que sus dos hombres, al filo de los 40 años, habrían retornado a las expropiaciones de los dineros de los demás, reincursionando en la Argentina.

El 19 de diciembre de 1905 les imputaron haberse alzado a los tiros con el contenido de una caja del Banco Nación de Villa Mercedes, en la Provincia de San Luis. La prensa se hizo eco, facilitando el rastrillaje. Por entonces, y debido a leyes de consentimiento fronterizo mutuo entre Argentina y Chile, fue prohibido que ciudadanos de un lado tuvieran bienes raíces en el otro.

Cochamó abandonó la inversión en Cholila, dejándola a merced del puestero Sepúlveda y sus parientes. Ninguno de ellos es ajeno al añadido de otras dos edificaciones, con el desmonte de los vaciados corrales y caballerizas. Menos de la sospecha que planea sobre lo acontecido con la morada de Butch Cassidy.  

Tratando que no los alcanzara la persecución, los fugitivos cruzaron a Bolivia. Pasaron a llamarse George Low y Frank Smith. Volviendo al sueño redentor de reincidir en la legalidad, descubrieron tierras para insertarse honradamente en la producción agrícola y ganadera de Santa Cruz de la Sierra. Necesitados de los fondos para comprarlas, el 3 de noviembre de 1908 encañonaron a un convoy de empleados de una sociedad minera que transportaba los salarios de sus obreros. Arrebataron las alforjas y una mula color café, y salieron disparando.

No prefirieron ir hacia el sur, que lindaba con la Argentina. Treparon al norte, y en el pueblito de San Vicente les cayó la ley. Desconocían la veloz propagación de que dos delincuentes hablando en inglés y una mula color café eran objetivos militares del Ejército. A los tres días, serían abatidos parapetados en un albergue, después de un intenso tiroteo con dos soldados y un inspector de policía.

Las exhumaciones del antropólogo forense Clyde Snow en 1991 fueron vanas, pero las cartas mediante las que espasmódicamente daban cuenta de sus peripecias cesaron bruscamente. Para Toti Cea y Marcelo Gavirati, eso significa la certeza de la muerte física, corroborada por las investigaciones de los escritores estadounidenses Daniel Buck y Anne Meadows. (5)

Ethel Place no habría querido presenciar o sucumbir en el epílogo de lo que terminó en tragedia, diluyéndose en los pliegues de la leyenda. Acorralados por la burocracia argentina, pareciera que los míticos Butch y Sundance se niegan a desvanecerse. Los acosa la negligencia y la codicia. Y acecha la corrupción de los que menosprecian el legado ancestral de uno de los hermosos y fértiles rincones del fin del mundo.               

 

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(1) Bruce Chatwin, En la Patagonia, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1977.

(2) Marcelo Gavirati, Buscados en la Patagonia, La Biblioteca/Patagonia Sur Libros Editores, tercera edición, Argentina, 2007.

(3) Propuesta de préstamo para programa de mejora de la competitividad del sector turismo (Argentina, 33 millones de dólares, de los cuales 100 mil dólares son para cubrir los gastos del centro Butch Cassidy y Sundance Kid en Cholila), Banco Interamericano de Desarrollo (BID), 5 de julio de 2005, www.iadb.org

(4) Roberto Hosne, Barridos por el viento, Editorial Guadal, Argentina, 2007.

(5) Anne Meadows, Digging up Butch and Sundance, St. Martin’s Press, 1994, Estados Unidos. Donna Ernst, The Sundance Kid. The life of Harry Alonzo Longabaugh, Oklahoma University Press, 2009, Estados Unidos.             

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