La Intifada que viene

miércoles, 7 de septiembre de 2011 · 13:52
Como si el mundo árabe no estuviera suficientemente convulsionado, ahora el gobierno israelí asegura que se le va a venir encima la Tercera Intifada. Palestina quiere ser reconocida como Estado y solicitó a la ONU que le otorgue ese estatus; en apoyo a esa petición, el martes 20 habrá movilizaciones anunciadas como pacíficas. El ejército israelí no lo cree así y se prepara para reprimir. Además Tel Aviv enfrenta una crisis interna: el descontento popular con el modelo económico judío... BARCELONA (Proceso).- El ejército israelí prepara a sus unidades militares y a los comités civiles de seguridad de los asentamientos judíos en Cisjordania para enfrentar “desórdenes masivos” a partir del próximo martes 20, cuando comenzarían movilizaciones árabes para apoyar la solicitud de incorporar a Palestina como Estado miembro de las Naciones Unidas. Ya el pasado 8 de agosto el ministro israelí de Exteriores, Avigdor Lieberman, había asegurado que los palestinos planeaban causar “derramamiento de sangre como nunca antes hemos visto”. Un documento de las Fuerzas de Defensa de Israel filtrado al diario Haaretz el 30 de agosto indica que “desde hace semanas” los soldados israelíes entrenan a los grupos de colonos y les entregan granadas de aturdimiento y gas lacrimógeno, las cuales podrán ser utilizadas contra los manifestantes si traspasan ciertos límites trazados en mapas alrededor de los asentamientos; un segundo grupo de líneas, igualmente invisibles sobre el terreno pero llamadas “rojas”, marcará las áreas en las que los soldados dispararán a las piernas de los palestinos que las invadan. Esta información acompaña una serie de advertencias para desmotivar a la Autoridad Nacional Palestina (ANP) en su esfuerzo por obtener el reconocimiento del organismo internacional: el gobierno israelí retrasa la entrega de 380 millones de shekels (106 millones de dólares) que le debe por las cuotas aduanales que recaba en su nombre. También Estados Unidos amenaza con “medidas punitivas” si los palestinos presentan su solicitud a la ONU, como cortarles la ayuda financiera que les da, equivalente a 12.5% del presupuesto de la ANP.   Los indignados internos   El gobierno israelí del primer ministro Benjamín Netanyahu enfrenta este reto en un momento complicado: internamente hay un movimiento civil inspirado en la insurrección egipcia de la plaza Tahrir y en la de los indignados de la madrileña Puerta del Sol. El pasado 12 de agosto 300 mil personas protestaron en calles de varias ciudades de Israel, que sólo tiene 7 millones de habitantes. Este movimiento exige una serie de reformas para reducir la creciente brecha entre ricos y pobres, y al cierre de esta edición se proponía superarse a sí mismo en una “marcha de 1 millón” de israelíes, anunciada para el sábado 3. En otro flanco aparece la crisis desatada en la Franja de Gaza el 18 de agosto, cuando un comando del grupo palestino Comités de Resistencia Popular se infiltró en el Sinaí egipcio y, por esa ruta, en territorio israelí donde atacó vehículos civiles y militares. Mató a ocho personas, hirió a 40 y perdió 10 efectivos. A eso siguieron 10 días de ataques aéreos israelíes respondidos por los palestinos con cohetes, que dejaron 26 muertos en Gaza y uno en Israel. Tras una serie de declaraciones de cese el fuego se impuso una tensa calma que nadie se atrevía a asegurar que duraría. La consecuencia más grave para Israel, sin embargo, fue el daño en las relaciones con Egipto. La alianza con ese país árabe, cimentada en los acuerdos de Camp David de 1977, mediante los que Israel devolvió el Sinaí a cambio de seguridad en su frontera sur, parece amenazada desde la caída de Hosni Mubarak, el 11 de febrero. Aunque el depuesto mandatario fue reemplazado por una junta de sus excompañeros de armas, el proceso político que impulsó la revolución de la plaza Tahrir empuja a los oficiales a ser más sensibles a la opinión pública. Ese 18 de agosto, según la versión egipcia, las unidades israelíes que perseguían a los comandos palestinos invadieron territorio del Sinaí y mataron a seis soldados y policías egipcios que defendieron la frontera. El gobierno israelí no admitió responsabilidad directa pero prometió una investigación. Tras un momento de mostrar dientes, en el que la junta militar egipcia amenazó con retirar a su embajador en Tel Aviv, Netanyahu realizó el inusual gesto de admitir que “lamentaba” las muertes egipcias, tras lo cual un enviado suyo –cuya identidad no se reveló– fue a El Cairo en secreto para limar asperezas. Ambos gobiernos llegaron a un arreglo sorprendente: aunque el Sinaí está bajo soberanía egipcia, Israel sólo accedió a firmar los acuerdos de Camp David sobre la base de la desmilitarización de la zona, que es patrullada por una fuerza internacional y monitoreada desde el aire por los estadunidenses. Sin embargo, esta situación ha permitido que prolifere una serie de bandas armadas, desde criminales y tribus beduinas fuera de control hasta grupos islamistas y organizaciones radicales palestinas. El ataque del 18 de agosto convenció a los israelíes de la urgencia de imponer cierto tipo de control. Por ello accedieron a permitir que Egipto despliegue varios miles de soldados en el Sinaí, aun a sabiendas de que no los retirará en el futuro. “A veces tienes que subordinar las consideraciones estratégicas a las necesidades tácticas”, explicó a la prensa el ministro israelí de Defensa y exprimer ministro Ehud Barak. Estos entendimientos, sin embargo, no convencieron en las calles egipcias, que mantienen la presión sobre una junta militar que ya tiene suficientes problemas con sus gobernados. Multitudes acudieron a la embajada de Israel para exigir la toma de represalias, y un albañil, Ajmed al Shajat, se convirtió en héroe popular, ahora apodado Flagman, cuando evadió a los soldados que protegían la sede diplomática, escaló por sus muros hasta la azotea y bajó la bandera de David para izar la egipcia. Un candidato presidencial, Amr Moussa, quien hasta principios de año fue secretario general de la Liga Árabe, quiso resumir el sentimiento de los egipcios: “Israel y cualquier otro país debe entender que el día en que mataban a nuestros hijos sin una respuesta fuerte y apropiada, ha quedado atrás y no regresará”.   La apuesta palestina   En representación de la ANP, es la propia Liga Árabe la que ha pedido el ingreso de Palestina a la ONU. Está descartado que tenga éxito ya que la admisión de nuevos miembros debe ser aprobada por el Consejo de Seguridad del organismo y el gobierno de Barack Obama ya dijo que Estados Unidos vetará tal propuesta. Pero la verdadera apuesta de los palestinos es por su plan B. Desde 1998 la ANP tiene en la ONU un estatus especial intermedio entre los Estados y los observadores no estatales (es decir, organizaciones internacionales como la Cruz Roja). La Asamblea General puede elevar su estatus al de Estado no-miembro observador, como el Vaticano, lo que implicaría el reconocimiento de las Naciones Unidas a Palestina como Estado independiente. Los diplomáticos palestinos afirman contar con el apoyo de 124 de los 193 Estados miembros, una mayoría suficiente que debería aprobar este cambio durante los debates de la Asamblea General que tendrán lugar entre el miércoles 21 y el viernes 30. El 26 de agosto Saeb Erekat, jefe de negociadores de la ANP, declaró que el cónsul de Estados Unidos en Jerusalén amenazó con el retiro de la ayuda de su país (470 millones de dólares al año, 12.5% de su presupuesto anual de 3 mil 700 millones), entre otras “medidas punitivas”, si ésta sostenía su solicitud. No se puede esperar tampoco que el gobierno de Israel acceda a llegar a un acuerdo que permita la pronta creación del Estado Palestino. Netanyahu y su gabinete han rechazado las presiones de Obama para crear condiciones mínimas para el diálogo, como congelar la expansión de los asentamientos en los territorios ocupados. Los críticos de la maniobra en la ONU afirman que, aunque tenga éxito, no será más que un gesto simbólico. Uno de esos críticos es el actual primer ministro de la ANP, Salam Fayyad, quien dijo el 7 de febrero al diario The Jerusalem Post que el surgimiento del Estado Palestino “no será algo que les ocurrirá a los israelíes ni algo que les ocurrirá a los palestinos, es algo que crecerá en ambos lados como una realidad”.   “Agua de zorrillo”   Sin embargo el presidente de la ANP, Mahmoud Abbas, prefiere ir por este camino y para ello logró en mayo pasado un acuerdo de reconciliación con Hamas, el partido islamista que se apoderó de Gaza en 2007 y sin cuya colaboración serían poco creíbles los esfuerzos palestinos. Con el eslogan “Palestina 194” (Sudán del Sur, último Estado admitido en la ONU hasta ahora, fue el 193), líderes de todo el arco palestino, desde Abbas hasta su opositor Marwan Barghouti (encarcelado en Israel), convocaron a una serie de movilizaciones que empezarán el próximo martes 20 con una gran marcha. “Habrá actividades en todos lados”, dijo Wasel Abu Yousef, del Frente de Liberación Palestina, “contra el muro, contra los asentamientos (judíos) y contra la ocupación. Queremos escalar todas las protestas populares”. “Millones deben salir”, pidió Yasir Abed Rabbo, asesor del presidente Abbas y miembro de la ANP, antes de aclarar que se tratará de “un movimiento popular pacífico” en el que “no se arrojará ni un piedra, ni siquiera una flor”. No todos están de acuerdo. Seguidores de Barghouti dijeron a Proceso en abril pasado que el objetivo sería generar una Tercera Intifada (revolución popular). Las anteriores –de 1987-93 y 2000-04– terminaron en derrota. En mayo Israel logró que Facebook cerrara una página de activistas que pedía una Tercera Intifada, pero desde entonces han aparecido varias más. “Es improbable que (las directivas de la ANP) sean asumidas por los activistas de base, involucrados con los comités populares”, dijo a este semanario Aleks Kane, periodista estadunidense que cubre Cisjordania desde Amán, Jordania. “Una confrontación entre la ANP y (activistas) palestinos parece probable y de hecho hay precedentes”. El 5 de agosto la ANP ordenó a su policía que evite confrontaciones de los manifestantes con los colonos judíos y circunscriba las marchas a los centros de las ciudades palestinas. Pero el ejército israelí no se confía, como lo demuestra el documento filtrado el 30 de agosto al diario Haaretz. El texto prevé que las protestas incluyan “marchas hacia las principales intersecciones, comunidades israelíes y centros comunitarios, y esfuerzos para dañar símbolos del gobierno. También podría haber casos más extremos como, disparos desde dentro de las manifestaciones o incluso incidentes terroristas”. Por eso el ejército judío prepara unidades militares, entrena y arma civiles e incluso tiene preparados 200 mil litros de “agua de zorrillo” (agente químico en extremo maloliente) para dispararlo sobre la gente. Además lanza la advertencia: quien pase alguna de las líneas rojas alrededor de los asentamientos será recibido a balazos.

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