Un plan fallido para espiar a los talibanes

viernes, 9 de septiembre de 2011 · 19:06
LONDRES (apro).- Una mañana de junio de 2001, tres meses antes de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, el periodista británico de la revista Vanity Fair, David Rose, entrevistó a un alto funcionario de los servicios de Inteligencia británicos M16. La tarea del espía era la llamada “guerra contra las drogas” y no el terrorismo internacional, aunque durante el transcurso de la entrevista reveló información secreta que unía ambos temas. El oficial de espionaje –cuyo nombre Rose no revela-- contó que la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos había interceptado una llamada entre dos teléfonos satelitales en Afganistán, supuestamente del jefe de Al-Qaeda, Osama Bin Laden, y del líder talibán, el Mullah Mohamed Omar. Según el agente, durante dicha conversación telefónica grabada Bin Laden y Omar discutieron la prohibición impuesta el verano (boreal) pasado a los talibanes por el cultivo de opio, un edicto muy efectivo que redujo masivamente la producción en áreas que controlaban los talibanes. De acuerdo con el espía del M16, Bin Laden sonaba poco feliz. “¿Por qué dejar de cultivar opio?”, preguntó. “La heroína sólo debilita a nuestros enemigos”. Omar respondió que no había que preocuparse. La prohibición era sólo una táctica. “Hubo una superproducción (de opio), y el precio es muy bajo. Una vez que el precio mundial suba, los productores comenzarán a cultivarlo nuevamente”, continuó el jefe talibán en la conversación telefónica. A partir de la entrevista con el agente del M16, Rose realizó una investigación sobre cómo los servicios secretos estadunidenses y británicos echaron a andar un plan para espiar a los talibanes por medio del sistema telefónico de Afganistán y cómo después lo abortaron, a pesar de que les hubiera servido para detectar que Al Qaeda preparaba los ataques terroristas contra Washington y Nueva York. Rose publicó dicha investigación en la edición de septiembre de la revista Vanity Fair, de la que es colaborador habitual. “Secreto de Estado” Las escuchas telefónicas electrónicas tenían potencial en Afganistán, controlada por los talibanes. Pero en los años previos al 11 de septiembre de 2001, cuando el atentado terrorista orquestado por Bin Laden recién comenzaba a idearse, ese potencial era limitado. La razón era simple: Afganistán carecía hasta entonces de teléfonos celulares, Internet, o red rudimentaria telefónica alguna. Aunque en 1999 el gobierno de Estados Unidos había propuesto “proveer” de una sofisticada red de telefonía satelital en suelo afgano, ese plan finalmente fracasó. En la década desde los atentados del 11-S, investigaciones de periodistas y comisiones gubernamentales exploraron las oportunidades perdidas para prevenir los atentados de Bin Laden. Según fuentes de la CIA consultadas por Rose, la razón por la que Estados Unidos finalmente decidió no proveer de la red de telefonía en Afganistán fue por una falta de acuerdo. Hasta ahora, la existencia de ese plan de telefonía era un secreto. Estuvo cerca de salir a la luz en una causa judicial en 2003, cuando el accionista mayoritario de Afghan Wireless, un empresario afgano-estadounidense llamado Ehsanollah Bayat, fue demandado en Nueva York por sus ex socios británicos, Stuart Bentham y el lord Michael Cecil. Pero el Ministerio de Justicia persuadió al juez para invocar un privilegio de secretos de Estado, medida que permite al gobierno de Estados Unidos detener un caso de inmediato si considera que la información del mismo amenaza la seguridad nacional. Todo el caso fue sellado. A Bentham y Cecil se le impusieron prohibiciones para hablar sobre el tema o enfrentarían penas en prisión. Por su parte, Bayat y su grupo, se negaron a responder a reiterados pedidos por parte de Rose. Sin embargo, el reportero del Vanity Fair logró establecer lo ocurrido a partir de documentos sin restricción legal. Antes de haber ingresado en el mundo de las telecomunicaciones, Ehsan Bayat, residente de Paramus, en New Jersey, era un empresario del sector alimenticio. Su compañía, Pamir Foods, era propietaria de cadenas de restaurante de comida rápida asiática y de una planta de procesamiento de pollos. Bayat es ciudadano norteamericano, pero nacido y criado en Afganistán, en Wazir Akbar Khan, un barrio acaudalado de Kabul. Algunos de los jefes talibanes habían sido socios suyos, y crecieron en prominencia al apoyar al bando ganador en la brutal guerra civil de Afganistán. Entre los contactos más cercanos de Bayat estaban Wakil Ahmed Muttawakil, el canciller talibán, segundo en comando después del Mullah Omar. A través de Muttawakil, Bayat se relacionó con el mismo Omar. A pesar de diferencias con las ambiciones fundamentalistas de los talibanes y con el apoyo de éstos al grupo Al-Qaeda, Bayat continuó visitando regularmente Afganistán y esperaba ayudar en el desarrollo económico de ese país, principalmente por los negocios beneficios que ello le traería. Por ende es que concibió la idea de modernizar el sistema de telefonía de Afganistán. En aquel entonces, el país asiático contaba con sólo dos líneas telefónicas que unían Afganistán con el resto del mundo. Dentro del país, sólo funcionaba un sistema disfuncional de operadores conectando y desconectando cables a mano. La relación personal de Bayat con los talibanes significaba que él podía lograr las licencias necesarias, y por ello registró la compañía en New Jersey, Telephone Systems International (T.S.I.) para lograr ese cometido. Luego contrató a los expertos necesarios a través de un hombre llamado Mark Warner, director del área de inversión privada del banco Barclays en Londres, quien ya manejaba parte del dinero de Bayat. Warner contactó a su amigo Stuart Bentham, un acaudalado exoficial del Cuerpo Real de Ingenieros que poseía compañías de construcción y generación de energía en Gran Bretaña y Arabia Saudita. Bentham trajo consigo a otro socio de negocios, el lord Cecil, cuya compañía Wilken había construido una red de telefonía celular en Kenia. Antes de asociarse con Bayat, Cecil y Bentham habían trabajado juntos tratado de instalar sistemas de telefonía celular en Uzbekistán y Tayikistán. El lord Cecil contaba además con importantes conexiones con la Cancillería británica y el M16. Lo cierto es que Bayat logró conseguir una licencia exclusiva de los talibanes en septiembre de 1998 para implementar un sistema de telefonía. Bajo las cláusulas del contrato, él acordó instalar Afghan Wireless como proyecto conjunto con el Ministerio de Comunicaciones de Afganistán, que poseería un 20% de las acciones. Bayat luego se trasladó a Inglaterra para mantener reuniones con sus potenciales nuevos socios. Un aspecto central de la transacción debía quedar claro desde un principio: Más allá de ser una lucrativa oportunidad de negocios, la compañía telefónica afgana serviría como fuente crucial de Inteligencia. Ello se estaba volviendo un asunto muy importante teniendo en cuenta la creciente prominencia de Al-Qaeda y los campos de entrenamiento terroristas que mantenía en Afganistán. Poco antes del viaje de Bayat a Inglaterra, Al-Qaeda había atacado las embajadas de Estados Unidos en Kenia y Tanzania, provocando la muerte de 258 personas. La esposa de Stuart Bentham, Margaret, que no estaba obligada por la corte a mantener el silencio sobre el caso, estuvo presente en varias reuniones entre Bayat y su esposo, tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos, y Stuart discutió con ella el proyecto mientras progresaba. “Siempre pensamos que esto serviría para atrapar a los terroristas”, declaró la mujer al reportero Rose. “No se trataba sólo de hacer dinero, creíamos que estábamos haciendo lo correcto”, agregó. De acuerdo a Rose, al comienzo del emprendimiento comercial, los socios de Bayat sabían que el afgano-estadounidense se había convertido en fuente de la Inteligencia antiterrorista, y que trabajaba para el FMI. Bayat incluso había ofrecido sus servicios a la oficina del Joint Terrorism Task Force, en Newark, New Jersey, y era considerado como un informante de confianza. Hacia finales de 1998, Bayat mantenía reuniones con dos agentes del FBI hasta una vez por semana, informando cualquier dato que obtenía de sus contactos en Afganistán. El FBI supo entonces del proyecto de telefonía y consideró que sería de mucha ayuda a la hora de hacerse escuchas telefónicas para operativos antiterroristas. Dicha iniciativa incluso llevó el nombre en código de “Operación Foxden”. Estados Unidos contaba entonces con tecnología para interceptar señales provenientes de Afganistán, pero sólo dependiendo de transmisores de ondas en el espacio, un proceso que solía ser afectado por factores como el clima o la actividad social. La implementación de circuitos de telefonía extra ayudaría a los agentes del FBI a monitorear conversaciones telefónicas en Afganistán. “Si se hubiera construido este sistema con la tecnología existente en 2000, hubiera sido un bien enorme para la Inteligencia”, declaró un ex agente del espionaje estadounidense a Rose sobre la “Operación Foxden”. Luego de comenzar con la implementación del sistema en noviembre de 1998, en junio de 1999, los talibanes firmaron un contrato garantizándole a Afghan Wireless el monopolio de “todos los aspectos” del tráfico de telefonía celular en Afganistán por 15 años. Pero ni bien se firmó el contrato, la “Operacin Foxden” enfrentó un obstáculo enorme. El 4 de junio de 1999, el presidente Bill Clinton firmó la orden ejecutiva 13129, que prohibía a cualquier ciudadano estadounidense hacer negocios con los talibanes, imponiendo una serie de sanciones comerciales al régimen de Kabul. Mientras, los talibanes informaron a Bayat que querían trabajar sólo con él, una propuesta que el FBI consideró de importancia para mantener ingerencia en las llamadas. Bentham y Bayat trataron de darle vuelta a la prohibición comercial creando un canal secreto diplomático entre la Administración de Clinton y los talibanes, con el objetivo de que se levantaran las sanciones a cambio de la expulsión de Bin Laden de Afganistán. Su punto de contacto fue David Walters, un ex gobernador democrático del Estado de Oklahoma, que conocía de cerca al consejero de seguridad nacional de Clinton, Sandy Berger. En una breve respuesta Walters, fechada el 18 de agosto de 1999, Berger escribió: “Hasta que Bin Laden no sea expulsado de Afganistán y extraditado a Estados Unidos o a otro países donde sea juzgado por sus crímenes (Estados Unidos) no normalizara sus relaciones con los talibanes”. Sin embargo y con la ayuda de un contacto de negocios en Suiza, Bentham y Cecil salieron con una alternativa ingeniosa. De acuerdo a documentos judiciales, la compañía norteamericana de Bayat, T.S.I., transferiría su pertenencia a Afghan Wireless y su licencia exclusiva a una compañía creada en Liechtenstein. La nueva compañía eventualmente sería llamada Netmobile. Bayat hubiera violado técnicamente la ley estadounidense, pero en el caso que no utilizaran equipos norteamericanos, la construcción de la red de telefonía podía proceder. El 28 de diciembre de 1999, Stuart y Margaret Bentham viajaron de Londres a Newark. Allí, en la oficina que servía como la sede del bureau en New Jersey, Stuart se reunió con Bayat, varios agentes del FBI, su supervisor en el Joint Terrorism Task Force, y espías de la CIA y la Agencia de Seguridad Nacional (NSA). De acuerdo a documentos vistos por Rose, Bentham fue informado acerca del interés de la NSA en la “Operación Foxden” y en la posibilidad de lograr vías para evadir cercos legales impuestos por las sanciones comerciales. El gobierno estadounidense incluso ofreció proveer de dinero y apoyo técnico al plan. En caso de ser necesario, también prometió que proveería de pasaportes falsos para empleados de Afghan Wireless. Bayat tenía previsto viajar en enero a Afganistán, llevando una carta que la NSA había obtenido del Departamento de Comercio de Estados Unidos. La misiva prometía a los talibanes que la sanción oficial sería levantada “bajo consideración”. Pero el 12 de enero, el FBI emitió una orden indicando que Bayat debería posponer su visita. Todo quedaba en suspenso hasta una “revisión exhaustiva entre las agencias”. Una de las principales cuestiones que debían resolverse era si el control de la operación debería pasar del FBI y la NSA a la CIA. Cuando los Bentham y Cecil regresaron a Londres, el MI6 les informó que debían suspender toda actividad con el FBI y la NSA “pendiendo una revisión estadounidense”. Durante 13 meses, y hasta febrero de 2001, la revisión entre las agencias de seguridad estadounidenses continuó, generándose un “impasse” entre el FBI, la NSA y la CIA sobre quién debería tener el control del tema. Tras haber transferido los intereses de la firma TSI en Afghan Wireless a la compañía con sede en Liechtenstein Netmobile, Bayat, Cecil y Bentham trataron de hallar proveedores de equipos de telefonía celular que estuvieran preparados para hacer negocios con ellos. Sin embargo, sanciones de la ONU se sumaron a la prohibición de exportación de Estados Unidos, y el objetivo para el trío empresarial terminó siendo imposible. En febrero de 2001, el FBI fue ordenado terminar todo contacto con Bayat, y “cerrarlo” como informante confidencial. Pero en agosto de ese año, según cuenta Margaret a Rose, Cecil y Bentham regresaron a Estados Unidos y se reunieron en el Hotel Sheraton de New Jersey con dos agentes de la CIA llamados en código “Jeff” y “Fred”. Tras haber recibido la aprobación del MI6, el proyecto de telefonía parecía volver a encaminarse. Unas semanas después, los dos empresarios participaron de otra reunión en New Jersey, a la que asistieron expertos técnicos de Estados Unidos y oficiales de Inteligencia, y donde se discutieron planes para la red de telefonía en Afganistán. La reunión ocurrió el 8 de septiembre de 2011, tres días antes de los atentados a las Torres Gemelas en Nueva York. La red de telefonía celular en Afganistán fue eventualmente construida, logrando a la NSA monitorear el tráfico telefónico en ese país asiático. De acuerdo a una fuente suiza citada por Rose, la CIA invirtió más de 70 millones de dólares al proyecto, que transfirió a una compañía fantasma con base en las Islas Vírgenes británicas. Para finales de verano de 2002, todas las principales ciudades de Afganistán estaban conectadas bajo dicho sistema, que se expandía al interior del país. Pero a medida que pasaron los meses de ese año, se deterioró la relación entre Bayat y sus socios. Bajo pedido de la CIA, el tráfico internacional de telefonía debía dejar de pasar por Londres y ser controlado directamente por el gobierno de Estados Unidos en la isla del Pacífico de Guam. La CIA quería deshacerse del vínculo británico. “Queríamos forzar a los británicos y al MI6 fuera, porque se trataba de una cuestión de control”, contó un agente de la CIA a Rose. El proyecto de telefonía celular en Afganistán se estaba volviendo además un emprendimiento muy lucrativo. Con más de cuatro millones de clientes, Afghan Wireless está valuado hoy en día en más de mil millones de dólares. A partir de agosto de 2002, Bayat trató de deshacerse de la sociedad con Cecil y Bentham. Los intentos y negociaciones sin éxito terminaron en la ya citada causa judicial de 2003 en Nueva York, luego que los socios británicos acusaron al afgano-estadounidense “de robarles” su parte. Luego de la prohibición por secreto de Estado, Bentham y Cecil trataron de llevar la causa a Londres, donde la Corte Suprema británica aún debe pronunciarse al respecto. ¿Por qué el gobierno de Estados Unidos cerró el caso y escondió los records? Una posible explicación podría ser “pura vergüenza”, opina Rose, al indicar que la Inteligencia estadounidense habría obtenido información clave para prevenir el 11-S, pero no lo logró “por ineptitud”. “Siempre supimos que este proyecto pudo haber sido enormemente valuable a la hora de recolectarse información de Inteligencia sobre Al-Qaeda”, declaró al reportero un ex oficial antiterrorista de Estados Unidos. “Nadie pudo pronosticar el 11-S, pero cuando ocurrió, lo primero que me llamó la atención a mí y a mis colegas es que podría haberse prevenido. Afghan Wireless hubiera sido la única red en Afganistán, y a que los terroristas hubieran usado”, concluyó.

Comentarios