De realidades, ficciones y otras noticias

miércoles, 3 de marzo de 2010 · 01:00

Escrito por el periodista José Garza, De realidades, ficciones y otras noticias es un estudio sobre reportajes, sobre la creación y escritura.

Reunidos como ensayos centrales de su tesis doctoral calificada como Sobresaliente Cum Laude, el libro contiene un “análisis de obras indispensables --a decir del autor-- para el entendimiento del periodismo como un generador de nuevas formas de conciencia y libertad”.

Coeditado por Diáfora y Fundación Manuel Buendía, está conformado por 400 páginas, una introducción y 25 apartados de ensayos sobre autores como: Ernest Hemingway, George Orwell, Truman Capote, Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska, Tomás Eloy Martínez y Vicente Leñero, entre otros.

“En este libro aparecen autores y títulos imprescindibes para hacerse una idea cabal de la narrativa periodística, y se asegura que, en la selección incluida, se vislumbra la riqueza de la creación periodística y la vigencia, desde el siglo XVIII, del relato periodístico como reconstrucción de la vida, como sentido de la realidad”, según se lee en la contraportada.

Doctor en periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, José Garza ha sido colaborador de diversos medios como El Nacional, El Norte y El porvenir en Monterrey, Nuevo León --de donde es originario--, así como en La Jornada; además, es autor de libros como Tierra de Cabritos (1995), Cuaderno de reportero (1999) y Entrevistas a dioses y demonios (2002).

El siguiente texto es un fragmento de la introducción titulada “La vida como viaje, el reportaje como destino”:

De pequeño quería ser arquitecto. Mi abuela Josefina me preguntó una vez qué quería ser de mayor. “¡Arquitecto!”, le dije. Crecí con esa idea hasta que en el bachillerato descubrí lo desastroso de mi dibujo técnico. Entonces, por razones menos extrañas, decidí estudiar periodismo, una profesión a la que aspiró mi padre, Celso Garza: profesor de educación básica y cronista de su pueblo natal, fronterizo con Texas. Papá participó durante la turbulenta década de los sesenta en el Partido Comunista Mexicano como dirigente y como responsable de la edición de diversos panfletos. Con los años y las transformaciones que dejaron atrás batallas de utopía, papá abandonó la militancia y el clandestinaje para ejercer actividades académicas y culturales. Cuando papá se enteró que decidía estudiar periodismo hizo todo por estimular mis impulsos y mis ambiciones profesionales. El tiempo y las circunstancias hacían que mi vocación estuviera cercana y ligada a sus afanes. Mientras él estaba dedicado al estudio del pasado como historiados, yo iniciaba la aventura del registro presente como periodista.

         Para comenzar mi viaje, papá colocó en mi equipaje un primer libro de la biblioteca que en casa conformó con títulos de historia, literatura, política y arte. Se trata de Reportaje al pie del patíbulo del escritor checo Julios Fucik. Es una edición argentina de 1965 que acompañó a mi papá en su juventud comunista. Reportaje al pie del patíbulo es el testimonio escrito en la prisión de Gestapo, en Panrack, durante la primavera de 1943, por un hombre que colaboraba en el combate al represivo aparato fascista a través de la dirección política y la propaganda de prensa. Un guardia de la prisión le facilitaba a Fucik el papel y lápiz necesario para que escribiera, antes de su ejecución: “He vivido por la alegría, y por la alegría muero; que la tristeza nunca sea unida a mi nombre.”

Por esos años al final de mi adolescencia, 1989, cuando comencé a trabajar de reportero en un periódico de Monterrey, un amigo poeta me regaló un pequeño libro con crónicas y reportajes de Gabriel García Márquez. “¡Estupendo!”, pensé al conocer la faceta periodística del autor de Cien años de soledad. En sus tiempos de reportero, el Nobel escribía  notas como la singular aventura de un ingeniero alemán por conseguir una botella de agua mineral para resolver el problema diario de la afeitada, en medio de la crisis y el pánico por la ausencia del vital líquido en la capital de Venezuela en junio de 1958. Una aventura que no era otra que la asfixia que el colombiano experimentó en el apartamento que ocupaba en el barrio de San Bernardino de Caracas cuando en temporadas de sequía penetrante, como la histórica de ese momento, tenía que reservar cinco centímetros cúbicos de agua para rasurarse al día siguiente,

Desde esos momentos de mi iniciación reporteril me mostraba muy interesado por reunir bibliografía y materiales sobre periodismo. Así encontré un libro de un periodista polaco llamado Ryszard Kapuscinski: El sha o la desmesura del poder. “¿Un reportaje?”, me cuestionaba, La forma en que Kapuscinski presenta su informe sobre el fin de la monarquía en Irán a finales de los años setenta y principios de los ochenta me provocó incertidumbre, duda: cómo era posible que un reportero ubicara como una categoría lo tanto que necesita el desorden en su habitación del hotel para trabajar y revisar sus apuntes, grabaciones y fotografías.

Después mi colega y amigo César Cepeda me pondría en las manos otro libro de Kapucinski, que de inmediato quedó prensado en mí como un tatuaje: La guerra del fútbol y otros reportajes. Si para entonces el New Journalism, que postula la introducción de recursos literarios en las técnicas del manejo de la diversidad de técnicas y la feroz intromisión de la primera persona, Kapuscinski me decía en ese libro de reportajes y crónicas que el espíritu del llamado Nuevo Periodismo no es exclusivo de un espacio geográfico (Norteamérica) ni de un grupo de periodistas y escritores encabezados por Tom Wolfe. El espíritu del Nuevo Periodismo, las condiciones que postula, corresponde a actitudes y procedimientos genuinos y personales que escritores y periodistas han desarrollado sin alarde en distintos momentos y en lugares diferentes. Kapuscinski había trabajado en una agencia de noticias pero la abandonó para concentrarse en su libro como forma de proyectarse plena e independientemente.

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