¡Basta de historias!
Sólo 24% de los jóvenes en la universidad
El Informe de la Competitividad de México de 2009, del Foro Económico Mundial, señalaba también que otro de los mayores obstáculos para aumentar la competitividad del país son sus universidades. Como vimos en las primeras páginas de este libro, México tiene una sola universidad entre las 200 mejores del mundo del ranking del Suplemento de Educación Superior del Times de Londres. Se trata de la gigantesca Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que está en el puesto 190.
Y lo que es más alarmante aún, el porcentaje de jóvenes mexicanos que entran en la universidad es mínimo: apenas 24 o 25%, según la OCDE y el Banco Mundial, respectivamente. En comparación, 93% de los jóvenes de Corea del Sur y 47% de los jóvenes chilenos entran en la universidad, según datos del Banco Mundial. “Los países que aparecen a través del tiempo en los primeros lugares del ranking de competitividad del Foro Económico Mundial, como Estados Unidos, los países del norte de Europa, y naciones más pequeñas, como Israel y Singapur, tienen en común en la historia de su desarrollo reciente un enorme énfasis en su educación universitaria”, dice el estudio del Foro Económico Mundial. Y México dista mucho de tener universidades buenas, dice el estudio.
Secretario académico:
“hemos estado fuera de foco”
¿No es ridículo que la UNAM tenga más convenios con universidades de Cuba, que ni siquiera aparecen en los rankings internacionales, que con las de Estados Unidos?, le pregunté en una entrevista separada a Sergio Alcocer, secretario académico de la UNAM.
Alcocer me mostró, ante mi requerimiento, los últimos datos sobre los intercambios de profesores de la UNAM con otras universidades del resto del mundo, y sobre el número de titulaciones conjuntas con universidades extranjeras. Las cifras mostraban que la UNAM tiene tres veces más profesores visitantes de Cuba —que no tiene ninguna universidad en el ranking de las 200 mejores del mundo— que de Gran Bretaña, que tiene 25 universidades en esa lista, incluidas cuatro de las 10 mejores del mundo. Lo que es más, la UNAM sólo tiene convenios de posgrados conjuntos con ocho universidades extranjeras, de las cuales ninguna es de Estados Unidos.
“Hemos estado fuera de foco —reconoció Alcocer—. Tenemos que definir mejor el foco de la internacionalización de la UNAM. Por un lado, debemos mantener una estrecha relación con las universidades iberoamericanas. Pero los principales desarrollos en materia del conocimiento se están dando en las universidades estadunidenses, inglesas y asiáticas. Es con ellas con quienes debemos tener una mayor vinculación, que se traduzca en una mayor movilidad de alumnos, una mayor movilidad de profesores, y el desarrollo de proyectos conjuntos, incluidas las carreras de grado conjuntas.”
Para lograr esa meta, el equipo de Narro estaba identificando las mejores universidades del mundo para cada especialidad, para iniciar acercamientos con ellas, me dijo Alcocer. “La idea sería que para finales del 2011 tengamos convenios con las mejores 30 universidades del mundo. Ya estamos hablando con la Universidad de California en Los Ángeles, Stanford, y la Universidad de Arizona. Con ellos vamos a empezar”, agregó.
El 99% de las patentes en
México, de extranjeros
El director de la nueva Coordinación de Innovación y Desarrollo de la UNAM, Jaime Martuscelli, me recibió con un listado de estadísticas que señalaban —entre otras cosas— que la gran mayoría de las 15 mil patentes por año en México son solicitadas por empresas o particulares extranjeros. Y de las que son aprobadas y terminan inscritas en el registro de propiedad intelectual de México, 98.6% son de extranjeros. De las pocas solicitudes de patentes presentadas por mexicanos, la mayor parte corresponde al Tecnológico de Monterrey. La UNAM, con todos sus recursos, sólo había logrado registrar cuatro patentes en 2008, según el registro de propiedad intelectual de México.
“Con toda nuestra enorme fortaleza académica, deberíamos tener cinco veces más patentes concedidas —reconoció Martuscelli— Y esas cuatro que tenemos no sirven para nada si no se logran licenciar para la producción comercial. Si no tienen salida comercial, sólo sirven para la ‘egoteca’.”
Parte del problema de México —además del poco interés histórico de los profesores por el patentamiento de invenciones— es la falta de inversión estatal y empresarial en innovación, y el casi total divorcio entre la universidad estatal y la empresa privada, que dificulta la identificación de productos con salida comercial, y su posterior desarrollo, señaló Martuscelli.
¿Universidad gratuita o
subsidio a los ricos?
¿Cómo puede competir la UNAM con las mejores universidades del mundo cuando tiene un presupuesto anual de mil 500 millones de dólares para 300 mil alumnos, mientras que Harvard tiene un presupuesto anual de 3 mil 500 millones de dólares para menos de 20 mil alumnos?, le pregunté a varios defensores de la universidad gratuita en México. Harvard gasta 180 mil dólares anuales por alumno, mientras que la UNAM invierte sólo 5 mil dólares por alumno. Ambas universidades están a años luz de distancia, les señalé. ¿No es ridículo que la UNAM no cobre matrícula a quienes pueden pagar, para aumentar su presupuesto y poder brindar una mejor educación?
El Banco Mundial, en un estudio confidencial que recomendaba a los países convertir sus subsidios universales en subsidios focalizados, señaló el caso de la UNAM como un ejemplo típico de subsidios que benefician a los ricos. Según el estudio, 50% del presupuesto anual de la UNAM beneficia a estudiantes pertenecientes al 20% más rico de la población, debido a la alta concentración de estudiantes de clase media alta y clase media en la universidad. Paradójicamente, considerando que la idea detrás de la universidad gratuita es ayudar a los pobres, sólo 1% del presupuesto anual de la UNAM beneficia al 20% más pobre de la población, dice el estudio. ¿No sería mucho más lógico cobrarles a los estudiantes que pueden pagar, y darles becas completas y subsidios adicionales a quienes no pueden hacerlo?, pregunté. Las autoridades de la UNAM y de otras universidades estatales me respondieron que hay numerosos motivos para mantener la educación universitaria gratuita. En primer lugar, señalaron que la educación terciaria es una inversión a mediano y largo plazo. Por ejemplo, Finlandia, Noruega y varios otros países le apostaron a subsidiar la educación universitaria gratuita y les ha ido muy bien, señalaron. En segundo lugar, argumentaron que el porcentaje de estudiantes con pocos recursos en universidades estatales como la UNAM es mayor que el señalado por el Banco Mundial. En promedio, más de 25% de los estudiantes de la UNAM —o sea 75 mil jóvenes— vienen de familias con pocos recursos económicos. En tercer lugar, y lo más importante, introducir el arancelamiento sentaría un precedente que podría conducir a un sistema de cobro universal a todos los estudiantes, que podría perjudicar aún más a los sectores más pobres de la población, me dijeron.
Una solución: cobrarle a los egresados
Los argumentos eran atendibles, pero no me convencieron. En primer lugar, el argumento de que Finlandia, Suecia y otros países escandinavos habían tenido experiencias muy exitosas con la universidad gratuita era tramposo, porque se trata de países en los que —a diferencia de los latinoamericanos— los contribuyentes pagan impuestos por hasta 55% de sus ingresos. En segundo lugar, si había 25% de estudiantes de familias pobres en la universidad, ¿por qué no cobrarle al 75% restante, que podía pagar, o hacer lo que hacen países como Chile y Australia, que no les cobran a los estudiantes universitarios mientras estudian, pero les exigen empezar a pagar un pequeño porcentaje de su salario a la universidad una vez que se gradúan y consiguen empleos?
A diferencia de lo que ocurría hace medio siglo, cuando los países no contaban con información detallada sobre los ingresos familiares, hoy las cosas han cambiado gracias a la revolución tecnológica: los gobiernos tienen información que les permite establecer fácilmente quiénes son los estudiantes que, tras graduarse, ganan sueldos que les permitirían pagar una parte de sus estudios universitarios con retraoactividad.
Si países tan disímiles como la dictadura de derecha de Singapur, la dictadura comunista de China, y países capitalistas como Estados Unidos y Australia, o socialdemocracias como España y Chile cobran aranceles a sus estudiantes universitarios o graduados, y utilizan los fondos para mejorar la educación general y becar a los más necesitados, me cuesta no ver el sistema de educación universitaria gratuita de México como un subsidio a los ricos, que además priva de subsidios económicos a los pobres y al mismo tiempo empobrece a las universidades.
De todos modos, salí de mi visita a la UNAM mucho más esperanzado de lo que había estado tras mi visita anterior años atrás. Considerando que seguía fresca la memoria de la huelga estudiantil que paralizó la universidad durante el gobierno del presidente Ernesto Zedillo, cuando se propuso el sistema de cuotas, no era de extrañar que siguiera siendo un tema tabú para las autoridades universitarias mexicanas. Aunque esa seguía siendo una asignatura pendiente, la UNAM se estaba poniendo al día en varios otros frentes, tomando medidas para dejar de merecer el mote de “modelo de ineficiencia” que le había endilgado en mi libro anterior.
(Fragmento del libro ¡Basta de historias! de Andrés Oppenheimer, Debate 2010.)