Navidad en las banquetas

jueves, 25 de diciembre de 2003 · 01:00
En el centro de la Ciudad de México no hay nieve, pero debe parecer que acaba de nevar No hay trineos, ni renos, pero debe parecer que forman parte del paisaje local No hay gordos vestidos de rojo, de carcajada insulsa, pero sí los hay, puesto que están ahí ganándose la vida Éstos son relatos, instantáneas, que tienen que ver con la Navidad, no en las montañas al estilo de Ignacio M Altamirano, sino en las banquetas del centro capitalino Santacloses súbitos Desde una mecedora roja, que cruje, el Santaclós espera a que lleguen los niños En realidad, es carnicero, pero vive en el país donde a las únicas que les va bien es a las cifras de la macroeconomía, y su compadre, dueño de la escenografía -una chimenea pintada en papel, dos series de foquitos cuya tercera parte no enciende, tres renos púrpura de papel maché que miran atónitos hacia la Avenida Juárez del nuevo Sheraton-, le ofreció el trabajo de ponerse un traje rojo, unas barbas blancas y sentarse a los niños en la rodilla para que le pidan regalos, se tomen la foto, y se les venda a sus padres un calendario 2004 con la Polaroid adherida con durex o grapas Y se mece, esperando Este Santaclós de la Alameda Central no viene del Polo Norte, sino de los rumbos del Reclusorio Norte, no tiene enanos que le ayuden -quienes lo hacen son sus hijos-, no está robusto sino que tiene sobrepeso por comer barato, nunca ha visto la nieve más que la de jamaica, y lo más cercano que ha estado de regalar algo es cuando le pagó al líder de los santacloses para asegurarse un lugar en el jardín En la Navidad corporativa los santacloses que no se portan bien no reciben lugar en la calle El Santaclós que se mece es uno de los afortunados que han podido entrar en el paraíso de los hermanos Lira, los Santacloses, Reyes Magos y fotógrafos ambulantes de tres generaciones en la Alameda De hecho, el padre de Enrique Lira fue amigo del Che Guevara cuando disparaba flashes y no balas Hay otros que no entraron en su lista En la madrugada del lunes 15 una turba enardecida de Santacloses nonatos pretendió llegar al edificio del gobierno capitalino para reclamar falta de calles No iban disfrazados, salvo con esas chamarras rígidas que los hacían parecer granadas de mano, y clamaban justicia En la calle de Madero, la policía los detuvo En la Navidad del rescate del Centro Histórico, los santacloses no caben El Santaclós que se mece ha encendido un cigarro mientras negocia con los niños de la calle que se han acercado a tratar de tocarle las barbas con sus manos mugrientas y llenas de cemento Los niños sugieren tomarse una foto, pero Santaclós se las niega -No me he persignado -les explica De pronto, una familia que ha optado por lo clásico -no sólo hay santacloses en la Alameda, sino dinosaurios Barney, un Chavo del Ocho, una Blancanieves curtida por el sol, castillos con reflectores y música electrónica- se acerca al Santaclós Preguntan precios, cuentan monedas mientras su hijo los mira con angustia Finalmente, el niño sube y es cuando empieza a pedir una lista interminable de regalos que es bajado abruptamente por la madre En medio de jaloneos, comienza una salvaje nalguiza, que termina en llanto -Te dije que sólo pidieras una pelota -regaña la madre Y la familia se aleja con el ruido de la riña extinguiéndose entre los puestos Todo vuelve a la calma El Santaclós se rasca debajo de las barbas Empieza a oscurecer Milagro en la ruta 54 La noche del 10 de diciembre Omar Palacios se encuentra dentro de un microbús con dos bolsas negras repletas de basura Como ya se ha ido a trabajar cuando el camión pasa por su calle, la basura se le acumula sin contención y él viaja a mitad de la semana, de noche, para depositarla en un prado de Avenida Insurgentes en el que existe una estatua de Manuel Clouthier hecha con llaves Los demás pasajeros del microbús, vendedoras de tiendas departamentales, empleados con portafolios, una anciana, llevan entre las piernas, encima de las rodillas, apretadas contra las axilas, cajas y bolsas que contienen regalos de Navidad De entre 30 personas, Omar Palacios es el único que carga en sus bolsas huesos de pollo, latas aplastadas de refresco, cáscaras de papa A su lado, una anciana comienza a hablarle de los regalos que ha comprado a sus nietos: coches a escala Y Omar Palacios prefiere no conversar y mirar por la ventana polarizada del microbús Después de todo, él lleva la forma posterior de aquellos regalos: la basura En eso va pensando Omar Palacios cuando, de pronto, dos asaltantes se suben al microbús con indicaciones precisas para que los pasajeros entreguen sus regalos envueltos en papel rojo y verde, con moños blancos Las manos le sudan contra la cúspide de la bolsa, atada con una liga El asaltante va acercándose y, al ver las bolsas de Omar Palacios, grita: -Dejen todo -y se adueña de la basura Unos segundos después de que los asaltantes han bajado del microbús, los pasajeros comienzan la rara charla de la camaradería de los que han sido víctimas Lentamente los regalos vuelven a manos de sus dueños -Qué lástima -le dice la abuela a Omar Palacios- Usted fue al único al que le quitaron sus cosas Es hasta ese momento cuando Omar Palacios decide revelarle a la anciana el contenido verdadero de sus bolsas La noticia corre por las filas del microbús Desde esa noche, Omar Palacios no ha dormido bien Y no ha parado de contar la historia a quien se deje Estoy seguro de que tendrá hijos sólo para contarles ese viaje de Navidad Y es para impedírselo que levanto acta del episodio Merry X-box La explosión demográfica se deja sentir en columnas de gente que mira aparadores en todas las plazas comerciales, arrastrando los pies, saliendo con la sorpresa del precio En los puestos ambulantes, las filas de Correo Mayor viajan con la agilidad de Ozzy Osborne Se multiplican los que piden dinero en las calles Es la Navidad en la que todo parece transcurrir en la inercia de los regalos, pero en modo alguno el clima es de distensión Ésta es la Navidad de las incertidumbres, en medio del pasmo de la microeconomía, las grescas del PRI y la sublevación de sus diputados, los muchos dichos y los nulos sucesos, pero, sobre todo, de la angustia porque, quizás, vengan tiempos peores Los días que nos esperan son inciertos, se palpa la idea de que, de un momento a otro, algo podría descomponerse O no No sabemos qué de lo que ocurre entre nuestros políticos y líderes sociales incuba lo nuevo y qué el riesgo Por primera vez en mucho tiempo nadie puede asegurar qué está adelante y qué atrás El lenguaje público ha subido tanto de tono que parece revelar un malestar más profundo, del que todavía no tenemos noticia ¿Hasta qué punto el estancamiento desesperará a los habitantes de la microeconomía? Y la gente da vueltas en la nueva Plaza de Avenida Juárez donde el Santaclós es un actor de reparto en telenovelas que nunca he visto Está molesto por tener que interpretar a Santa -¿No me reconoce? -reclama y jamás me dice su nombre He visto a una mujer levantar con una sonrisa un suéter y dejarlo, resignada, al momento de mirar el precio He visto a un hombre ruborizado, mientras una cajera llamaba al gerente para descontar de su cuenta la mitad de su compra He visto a una señora intentar irse con una figurita de vidrio soplado en un puesto ambulante y ser descubierta y humillada He visto a miles deambular por aparadores con cafés para llevar sin siquiera atreverse a entrar a mirar He visto a la gente en el último Metro, rendida en el sueño de tener tres trabajos Los he visto atiborrando un microbús, codo con codo, y a codazos He visto a un niño berrear porque quiere un juego de X-box y nadie puede hacerle entender que las cifras macroeconómicas no le permiten siquiera desearlo Al salir de una tienda departamental me encuentro con un Santaclós indigente Con un gorrito rojo con borde blanco, tiene el rictus del loco En realidad es sordomudo y le da su mano grasosa a todo aquel al que le pide dinero Su método es poco afortunado porque señala un cartón en el que hay recortes sin sentido, sellos del IMSS, una receta médica, como siempre, ininteligible Y como no puede hablar, uno no se entera de cuál es su historia Y me aborda en la banqueta, me extiende la mano Se la doy Es lo menos que puedo hacer Y también, lo más

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