La pianista, de Elfriede Jelinek

lunes, 13 de diciembre de 2004 · 01:00
México, D F, 13 de diciembre (apro)- Nos ocurrió al revés, como no debe ser, y vimos en México la cinta La pianista antes de leer la novela que, ahora sabemos, es de Elfriede Jelinek, gracias a que en octubre se dio a conocer para ella el Premio Nobel de Literatura Ahora vemos que la sordidez, la incomunicación, el odio contenido, la represión interna, en fin, el aislamiento y la infelicidad que nos aturdieron en el filme, están efectivamente en la novela que hasta ahora traduce Mondadori para los mexicanos Está por demás reproducir algunos de los datos sobre la autora, que tan profusamente nos informaron los medios de comunicación (incluido el aspecto autobiográfico de Jelinek como estudiante de música forzada por la madre a la que aborrece) Más bien vale la pena reproducir la síntesis que los editores nos entregan para promocionar este libro: “La pianista es Erika Kohut, una mujer madura que siempre ha vivido bajo la sombra de una madre posesiva y absorbente En realidad, Erika es una pianista frustrada que ejerce de profesora de piano Vencida por un fracaso que no es sino trasunto de una derrota mayor, la de escapar de un dominio indeseado, y presa en la telaraña de sus inhibiciones y de una perpetua y no siempre amable vigilancia Erika ha aprendido a ser austera y severa Esta situación toma un curso muy diferente cuando conoce a un alumno que se enamora de ella Entonces, a través de su frágil psicología, de su tortuosa inexperiencia de las relaciones humanas, comienzan a abrirse paso las fantasías acunadas y nunca dichas, en las que se mezclan dominio y subordinación, placer y sufrimiento “La pianista es una densa e inteligente, pero amarga, profundización en la vida real de una mujer cuya forzada soledad y sordo sufrimiento es paradigma de muchas vidas de mujer” En cuanto a la contraportada se recoge un texto de Jordi Llovet, publicado en el diario español El País: “Enhorabuena, pues, a Elfriede Jelinek Su osadía demostrada, su voz de mujer --valiente y sospechosa por ella misma--, su lucha contra un pensamiento común que incluso se vanaglorió de tener como presidente a un colaborador conspicuo de Adolfo Hitler, son un ejemplo que satisface y gratifica Para mujeres y hombres como Jelinek el oficio de escribir revalida y consolida su posición de absoluta excepcionalidad en los tiempos que corren Ya nadie fagocitará esta diferencia Esta singularidad premiada significará también --qué modernos se han vuelto los nobles-- que el sentido común, la opinión pública y los ídolos de las tribus ofrecerán siempre una grieta suficientemente visible para que los escritores más lúcidos, esos grandes privilegiados de la inteligencia de los últimos tres siglos, eleven la voz de la discordia más moralizada que se pueda imaginar”

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