Por primera vez, Ópera en Tláhuac

sábado, 20 de noviembre de 2010 · 01:00

TLÁHUAC, D.F., 19 de noviembre.- Desde una hora antes, la cuarta parte delantera de las 1,500 sillas que se montaron en la explanada del centro de esta delegación, al sur de la capital, frente al Teatro Blanquito, ya estaban ocupadas. Y a escasos 15 minutos hubieron de poner 300 más para que el público presenciara la versión en náhuatl y español --y ocasionalmente en maya-- de la ópera Montecuhoma II, de Antonio Vivaldi.
Y aun así en el corredor del edificio lateral de la plaza se acomodaron, paradas, otras cien personas.
De manera que cuando el director de orquesta Samuel Máynez Champion dio con su batuta la orden de comenzar, tras decir las palabras "que hable la historia por mi sangre", el gentío --de todas las edades-- estalló en una ovación.
El colorido escenario del teatro ambulante --montado en un camión acondicionado de nueve metros de ancho por seis de altura-- no podía ser más atractivo, simulando una pirámide en cuya cima el trono del emperador azteca se veía coronado por la Piedra de Sol, mientras un grupo de vasallos de la corte mexica esperaba su entrada, al son de los primeros acordes --chirimías, huéhuetls, teponachtlis, junto a viiolas y violines.
El área inicial de la ópera, interpretada en dúo por el tlatoani y su madre, arrancó risas burlonas del sector juvenil, muchachos de secundaria enviados por
sus maestros, pero diez minutos después , cuando las expresiones acongojadas de los cortesanos y la tristeza en el rostro del rey dieron un tono trágico a esta primera escena, el público entró de lleno a la historia donde se representaba, sin duda, el desconcierto de los habitantes de Tenochtitlan ante la llegada de los soldados españoles.
 A lo largo de poco más de hora y media, los tlahuaquenses reunidos no se cansaron de aplaudir, gritar y reir, hacer comentarios y hasta meterse con los
intérpretes, sobre todo con los que representaban a los conquistadores, por más que Máynez Champion había señalado al principio que la obra intentaba reunir a las dos razas en aquel desencuentro para hacerlas convivir armónicamente en el mestizaje.
Un vestiario fastuoso, maquillajes atractivos, escenografía debordante, luces multicolores y voces de cantantes profesionales fueron cautivando a la gente
poco a poco.
Y mientras en el centro de la Ciudad de México el presidente reinauguraba con la Orquesta Sinfónica Nacional y la interpretación del himno el teatro del Palacio de Bellas Artes --para conmemorar el centenario de la Revolución mexicana en sus vísperas--, en la explanada de Tláhuac el Blanquito llevaba al pueblo una función de ópera por primera vez.

II

El frente frío que azota a la capital del país hizo una tregua esta noche para que la función al aire libre se desarrollara plenamente, a pesar de las dificultades técnicas. El sonido, a veces, falló, y la iluminación a momentos se vio desarticulada. Pero el público no se movió de sus asientos.
 Fue una experiencia singular no obstante que no reinara el silencio "culto" de un público entendido. Por el contrario, la gente se comportó con entera libertad
como en cualquier espectáculo masivo y popular. Por ejemplo, los jóvenes inquietos, en ocasiones, echaban relajo. Y a pesar de que buena parte de los
habitantes de Tláhuac es de origen náhuatl, los niños preguntaban a sus mayores que si la lengua cantada era el inglés. "No --decía a su nieto una señora--, esa era la lengua que hablábamos nosotros".
 A la izquierda del foro, en un cuadrángulo de madera, miembros del grupo Aztlán acompañaron la ópera con fuego algunos números de malabares y danzas
prehispánicas, que en un acierto el director y violinista concertino Máynez Champion acompañó con fragmentos de la Primavera de Las cuatro estaciones de
Vivaldi, uno de los instantes más emotivos.
 La gente abucheó a los conquistadores en el episodio histórico donde el violento capitán Pedro de Alvarado aprovecha la ausencia de Cortés de Tenochtitlán para asesinar en un banquete a sacerdotes y príncipes aztecas, y se regocijó cuando Cortés, a su regreso, lo culpa del levantamiento mexica diciéndole "Eres un hijo de puta". Una señora de edad se levantó de su silla para gritar "Mueran los gachupines".
 Pero la ópera brindó también una oportunidad a la Malinche, cuando en un dúo de amor ella le anuncia a Hernán Cortés que lleva en su vientre ensortijado un collar de flores y el conquistador, luego de un arrebato de cólera, ya conmovido, acepta el fruto de los dos y le dice: "Se llamará Martín, como mi padre".

III

El historiador español Salvador de Madariaga escribió en su libro El corazón de piedra verde que el encuentro entre Moctezuma II, tlatoani azteca, y Hernán Cortés, capitán español al servicio del rey de España, ocurrido en 1521, era uno de los diez hechos más importantes en la historia de la humanidad. Tal momento está consignado en una placa de piedra a dos cuadras del Zócalo de la Ciudad de México, y ese es el tema que se narra en la ópera de Vivaldi. Pero el escritor que hizo el libreto para la música de Vivaldi se basó en la visión de los vencedores. Cuando en en el año 2002 la obra, que estuvo extraviada por dos siglos, se encontró en una biblioteca de Rusia, Samuel Máynez decidió corregirla, y para ello se basó en el libro La visión de los vencidos, del gran historiador mexicano Miguel León Portilla.
En ella el emperador Moctezuma Ilhuicamina ("El joven"), no es presentado como un cobarde que recibe a Cortés sumisamente, sino como un hombre confundido y dubitativo que respeta la creencia mexica según la cual un día habrá de regresar Quetzalcóatl, que se fue por el mar y llegará desde el mar, como llegaron los españoles entonces. De ahí que cuando sus consejeros le anuncian el arribo de Cortés en sus naves, consulta a sus asesores, y cuando éstos le dicen que esa llegada será el fin de su imperio, no sabe si recibirlos como dioses o rechazarlos como enemigos. Encolerizado con sus magos y hechiceros, los manda matar. En una gran confusión, se queda solo, presionado por quienes le poiden una guerra que él no sabe si debe hacer.
Este drama, sin embargo, está ausente en el libreto que le llevaron a Vivaldi para que compusiera su música magistral, donde el emperador aparece como una figura de comedia. Y lo que hizo Máynez fue quitarle el tono de farsa y convertirlo en tragedia.
Y eso es lo que vieron esta noche los habitantes de Tláhuac, una región semirural capitalina tan alejada del Zócalo que el transporte puede tardar hasta
dos horas o más. Estar en en la explanada de Tláhuac es como pertenecer a otra ciudad. La línea del Metro que construye el gobierno de la ciudad hará sentir a su gente, acaso por primera vez, como parte de la capital más poblada del mundo.

IV

Y hasta ahí decidió llegar el Blanquito. ¿Por qué? El Blanquito era un camión abandonado en lo que hoy es la Secretaría de Cultura del Gobierno del Distrito
Federal. Cuando el equipo del Foro Itinerante lo descubrió, se propuso reestablecerlo para llevar teatro y espectáculos a las comunidades de la capital que nunca hubieran tenido espacios de arte. por ejemplo, en la aledaña delegación de Milpa Alta no hay un solo cine. Y el Foro Itinerante llegó a Milpa Alta a relacionarse con las comunidades con talleres de poesía y gastronomía, con sketches en día de muertos como el Calaoke (para cantar con la gente las canciones de Águstín Lara o Consuelito Velázque o Alvaro Carrillo). O al Parque Tezozómoc de Azcapozalco con el flautista Horacio Franco (uno de los mejores flautistas del mundo) para hacer un homenaje a John Lennon, o a realizar unas jornadas culturales en la glorieta de los Insurgentes para exaltar, con música, teatro, literatura, pintura, el ciclo Los Insurgentes de la Glorieta (en vísperas del Bicentenario de la Indeopendencia) y alcanzar a los chavos punck y a los chavos emos para que no pelearan.
Descubrieron los del Foro el camión abandonado, lo readaptaron como teatro ambulante, guiados por la tradición antigua mexicana del teatro de carpas,
inspirados en la famosa compañía teatral de Federico García Lorca, La Barraca, que recorría los pueblos de España montando teatro a la manera de los juglares medievales o tal vez inspirados en aquel pianista argentino Miguel Ángel Estrella que en plena dictadura de los años ochenta montaba su piano de cola en un camión para tocar Mozart y Bach en los pueblos más apartados, ¿o porqué no? en los libros de los clásicos universales que el joven José Vasconcelos imprimía como secretario de Educación para repartirlos entre los campesinos pobres de México. Si la gente no puede ir al teatro, ¿puede el teatro ir a la gente?

V

Cuando la promotora cultural Susana Cato y su equipo (especialmente el actor Toanatiuh Martínez) decidieron ponerle un nombre a su camión itinerante (tras adaptarlo como un teatro que se guarda en sí mismo y que puede rodar por toda la ciudad), le llamaron Blanquito en homenaje al Teatro Blanquita, que rescata las expresiones populares y que este año cumple 50 años. Está ubicado en el corazón de la ciudad, y está a dos cuadras del teatro más emblemático de México, el Palacio de Bellas Artes, el palacio de mármol que construyó el porfiriato y que consolidó la Revolución, al cual el célebre compositor José Antonio Alcaraz llamaba el Teatro Blancote, sede las expresiones más refinadas de la cultura, por ejemplo la ópera.

¿Es posible conciliar la carpa, el show, la comicidad, la ópera, Bach y Vivaldi, la canción mexicana, Sr Juana y Cantinflas, la vida entera en un foro
que recorra los lugares más apartados de la ciudad y se instale por un día en alguna plaza olvidada de la mano de Dios?
 Y para no pelear entre los sitios sagrados de la cultura culta y los sitios emblemáticos de la cultura popular, ¿será posible ofrecer a todo el mundo una
expresión distinta a la de la televisión, en su mayoría pobre en calidad y hasta grosera?
 Cuando Francisco Athié, el reconocido cineasta encargado de la puesta en escena de Moctecuzoma II en el Teatro Blanquito, al final de la función en Tláhuac, increpaba a los artistas y a los técnicos por no haber dado todo lo que podían haber dado, una mujer de unos 35 años se acercó a Samuel Máynez Champion y le dijo: "Yo nunca había oído a una orquesta como la suya, ¿pueden volver a venir?, por favor, vuelvan otra vez". Esa mujer y otras personas se acercaron a Máynez para hacerle comentarios. Quedaba en sus ojos y en sus oídos sin duda el impacto del asesinato del emperador con el que concluye el drama, y que el compositor repitió para el público al final.

La ópera de Vivaldi, quizá en medio de un clima más frío, volverá. Estará en el Cerro de la Estrella de Iztapalapa el 10 de diciembre. Estarán acabando las
conmemoraciones de los 200 años de la Independencia y los 100 años de la Revolución. ¿Qué habría pasado si se invierten los papeles, y la ópera
Moctecuzoma II se hubiera representado en el Palacio de Mármol y La Orquesta Sinfónica Nacional tocado ante Felipe Calderón en el Teatro Blanquito de la explanada de Tláhuac?

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