La clave está en insistir

domingo, 30 de mayo de 2010 · 01:00

MÉXICO, D.F., 26 de mayo (apro).- Desencantados y melancólicos vivientes: ¡Ténganse, ténganse! No dejen morir, no se priven ni dejen que les despojen de la esperanza.

En modo alguno ignoro que viven en un mundo en crisis, difícil de entender, por lo que no les faltan motivos para pensar que se mueven en una sociedad que ha globalizado y globaliza el mal reparto de la riqueza, inequitativo, donde el rico explota sin escrúpulos al pobre; en la que más se aprecia, el parecer, el tener que el ser; en la que los llamados valores personales se ven desbancados por los contactos, las influencias, el nepotismo, tanto en el plano público como en el privado; en la que los medios de comunicación, salvo excepciones que confirman la regla, manipulan la misma en beneficio de los poderes fácticos, sean privados o públicos, y en la que la televisión, generalmente, los satura de programas y telenovelas dizque para entretenerlos, pero más bien los enajena y embrutece.

Sociedad, en fin, que ha dado y sigue dando hechos suficientes para que puedan pensar que es corrupta y corruptora; en la que únicamente se puede ser libre a expensas de alguien, en la que se práctica la doble moral, en la que los políticos engañan haciendo promesas que luego no cumplen; sociedad que ha globalizado que los políticos exijan e impongan recortes al gasto público y el aumento de impuestos indirectos con la explicación de que el ciudadano no esté peor, para salvarlo de la pobreza, mientras acuden generosos con miles de millones a remediar, a rescatar las quiebras, los fracasos de esa que se proclama y presume que sabe hacer más cosas, y mejor: la iniciativa privada; quiebras producidas no pocas veces por su avaricia e incluso planeadas para beneficiar sus muy particulares intereses; sociedad en la que no pocos de los servidores de la religión faltan a sus votos, mienten e ignoran de manera deliberada la situación de los explotados, de los pobres, con lo que sirven a los poderosos, malos servidores religiosos que hasta llevan una  doble vida.

Lo admito, tienen razón para creer, para pensar así de esa sociedad globalizadora en que viven… pero no tanta, ya que para nada tienen en cuenta que la misma es igual a las anteriores, en las que vivieron nuestros antecesores: sociedades de fines que se van cumpliendo según voluntades de quienes las integran; perfectibles, claro, si así se piensa, se desea y se hace lo suficiente.

Recordemos que nuestros antepasados conocieron y vivieron en la ley de la fuerza bruta; que más tarde, el miedo a la muerte violenta les hizo llegar a un pacto en el que cedieron el derecho a ejercer la violencia a un tercero, lo que dio origen a los caciques, a los jefes tribales; que con el tiempo se reconocieron y admitieron ser súbditos de reyes por la gracia de Dios;  que luego fueron discutiéndole el poder a los mismos y adjudicándoselo a la comunidad, misma que poco a poco fue buscando y viendo la manera de ir delegando el poder de cada persona a gobiernos organizados en la división de poderes que garantizaran la libertad de movimiento, la libre expresión del pensamiento, la libertad de reunión y de organización.

Y ahí están ustedes, desencantados y melancólicos sujetos, y objetos de esa su sociedad globalizadora.

De acuerdo, sí, esa su sociedad no es perfecta… todavía, pero el que pueda serlo es cuestión de que ustedes se lo propongan. ¿Qué dicen?

Recuerden que, como dice un viejo refrán, “no se ganó Zamora en una hora”, y que al respecto, según el Talmud, Dios hizo 974 intentos antes de decidirse a dejar en pie este mundo nuestro.

Reflexionen: la insistencia de generaciones pasadas fue la que hizo posible que lentamente, como especie, nos fuéramos sacudiendo el brutal y feroz imperio de la ley de la fuerza y poco a poco nos pusiéramos a poner los cimientos e ir levantando sobre ellos la fuerza de la ley, lo que ha ido haciendo el que ya no exista la esclavitud y el que todos seamos iguales ante la ley.

Todo lo anterior hace que siga firme en mi pensar: que este mundo nuestro es el mejor de los posibles, pues en él es hacedero el progreso y viable la perfección, siempre que, como ya dije más arriba, los que viven en el mismo tengan la idea, el deseo y la decisión de así hacerlo.

Como cierre de la presente, permítanme que, imitando a J. F. Kennedy, les diga: “No esperen a lo que la sociedad puede hacer por ustedes; pregúntense: ¿qué estoy haciendo por la misma?”.

Y si pueden hacer más, espero que actúen en consecuencia.

Sin más por el momento,

EL DOCTOR PANGLOSS

 

 

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