Arquitectofagia: El Museo del Chopo

martes, 15 de junio de 2010 · 01:00

En este artículo, el crítico de arquitectura valora la reciente remodelación del Pabellón de Cristal con el que Japón conmemoró el Centenario de la Independencia de México, en 1910, hoy Museo del Chopo de la UNAM.

MÉXICO, D.F., 15 de junio (Proceso).- Ni modo, el papel de la crítica es el de reflexionar para hacer reflexionar. Un “nuevo” museo y además universitario (del Chopo), merece la atención de la crítica; desgraciadamente en nuestro país la crítica arquitectónica no existe, al haberse confundido con la exaltación o con el vituperio; tampoco existe en los medios de comunicación interés permanente por la cultura arquitectónica, ergo no hay crítica arquitectónica.

Lo que a continuación se desarrolla es un ejercicio –quizá ingenuo, no de la especie del de Joaquín Sabina– tendiente a provocar reflexiones sobre la arquitectura realizada en el espacio de dicho museo. Se trata de reflexiones sobre la arquitectura como expresión cultural (artística, técnica, sociopolítica, económica, histórica, psicosocial…), pero no se asuste el lector, no va a ser éste un tratado; el propósito es reflexionar (sin entrar en el aburrido campo de los “especialistas”) sobre una época y un edificio emblemático de la ciudad el cual ha sido objeto de una intervención que llama la atención, tanto por lo que ahí se construyó con denuedo, como por la importancia que tiene el edificio intervenido.

 

Los sueños colectivos

 

La Revolución Industrial constituyó uno de los sueños colectivos de la humanidad, como también lo fueron las revoluciones francesa y rusa, y como lo es actualmente el de la globalización. No todos los sueños colectivos los sueñan todos los pueblos ni tampoco lo hacen al mismo tiempo, pero algunos de esos sueños se llegan a imponer como vehículos de las acciones colectivas de una sociedad. Nuestros antepasados prehispánicos tuvieron sueños colectivos muy importantes y que, cumplidos en lo social, fueron construidos como maravillas perdurables.

En lo estrictamente arquitectónico-urbanístico, el estilo internacional fue un movimiento precursor casi un siglo antes de la actual globalización, que hoy ya no se refiere a la arquitectura, sino a la civilización en conjunto, pero tuvo una influencia en todos los países, debido a ello el estilo internacional forma parte sin ningún problema de la globalización.

En las postrimerías de su largo, cuanto lamentable gobierno, Porfirio Díaz fue atacado por el virus publicitario de la centenaritis, fiebre celebratoria (con fines político-publicitarios) de la Independencia, cuando contradictoriamente nuestra dependencia de Francia, Inglaterra y sobre todo de Estados Unidos alejaba velozmente a la nación de la condición independiente.

Como contenido latente del sueño colectivo de la Revolución Industrial, llegaron a México junto con los ferrocarriles y la energía eléctrica las estructuras metálicas para algunos edificios públicos, entre los cuales se encontraba el edificio del museo en cuestión, excelente en su factura; es una expresión de importación total en el estilo, el material estructural, la tecnología y el proyecto; a pesar de su lejana procedencia, la estructura y sus correspondientes complementos para convertirse en edificio echaron raíces en el barrio de Santa María la Redonda, y el resultado sobrevivió saludable al trasplante.

 

Matrushka arquitectónica

 

En la “relectura” del edificio del Museo del Chopo (así le han nombrado a la intervención), no existe una inserción creativa y respetuosa de lo nuevo, pues se trata de un acto de “arquitectofagia” en que la “relectura” se redujo a convertir el edificio original en un cascarón protector del intemperismo para el nuevo edificio construido en su interior que, “respetuoso” del recinto, dejó un callejón perimetral para no tocar las fachadas interiores, pero tomándose la libertar de perforar la orientada al norte con la cola del edificio nuevo que ya no cupo. Esto recuerda el juego de las matrushkas: al retirar la pieza mayor que en esta analogía correspondería al edificio original del museo, aparece un edificio “menor” con la holgura mínima necesaria entre ambos, lo cual les permite compartir el mismo espacio, sólo que aquí se trata de una acción que no produce la sorpresa lúdica  lograda por las matrushkas, sino repugnancia debido a  la glotonería espacial que se tragó un espacio que se debía aprovechar, no aniquilar. El espacio se usó, sí, se explotó, sí, pero no se enriqueció.

Autogol arquitectónico

Es de celebrar que haya un nuevo museo con buenas instalaciones, buenos acabados, buena factura, un cinito (132 butacas), un foro (216 localidades) en recuerdo de Juan José Gurrola, una galería Helen Escobedo y otra Arnold Belkin, esos son aciertos de la administración universitaria; el problema no es ese, sino saber quién o quienes permitieron ese obsceno acto de obesidad espacial que extirpó el espacio del Museo del Chopo. Para decirlo en el lenguaje del Vicentenario (licencia ortográfica que recuerda a la torpeza institucional iniciada en el 2000) futbolero, no hubo ningún árbitro que declarara al proyecto realizado  “fuera de lugar”.

Si se hubiera llevado a cabo un concurso de ideas (ni siquiera de proyectos) como lo exigía la alcurnia de ese edificio, pues no olvidemos que es universitario, seguramente hubieran aparecido interesantísimas propuestas que habrían dado curso a un proyecto revaluador del edificio y no lo que se cometió: un edificio de “marca” para gloria de una globalización rastacuera. Un edificio dentro de otro, tránsfuga de ese aparador de vanidades que es el conjunto de Santa Fe, en donde se sentiría como en su casa.

Tiempo extra

La exitosa globalización que tuvo la arquitectura con el llamado estilo internacional obliga a unas reflexiones, porque hoy pertenecemos a otra globalización que nos exige actuar con el acierto que en la arquitectura y el urbanismo de tipo internacional tuvimos en México; para ello basta un ejemplo: el que nos brinda el Palacio de Bellas Artes, que fue uno de los casos de trasplante ya comentados y que también “enraizó” en nuestra ciudad, en este caso gracias a la intervención arquitectónica, no del autor del proyecto, sino a las decisiones de las autoridades culturales y de los arquitectos mexicanos que tuvieron la responsabilidad de terminar el edificio (suspendida su construcción por dos decenios debido a la Revolución).

Prometí no asestar al lector un tratado sobre el tema, pero sí una reflexión para reflexionar, así que sintetizo:

La acción enraizadora de un edificio importado, que en el caso del Palacio de Bellas Artes no había llegado a su estado de plenitud, permitió hacer adecuaciones, sobre todo programáticas y de acabados.

El gran acierto programático consistió en concebir un uso diferente para los salones proyectados para banquetes y saraos exclusivos de la burguesía porfiriana y dedicarlos a salas de exposición, actividades culturales y las oficinas requeridas.

En cuanto a acabados, se prescindió de seguir importando el mármol de Carrara y en su lugar se decidió utilizar mármoles y piedras provenientes de diferentes regiones del país para pisos y lambrines. Lámparas, barandales y algunas piezas escultóricas y mascarones se hicieron con diseño “mexicano” que recogen temas prehispánicos y reproducen especies vegetales como el órgano.

Se trata de “injertos” en el cuerpo original, pero injertos que mejoraron el organismo arquitectónico, no tanto en su aspecto formal, sino en el significativo y funcional; en cambio, y con esto termino, en el Museo del Chopo el injerto al edificio original es un injerto tumoral que asfixió el follaje de este árbol espacial y dejó solamente el tronco y las ramas de la estructura. El proyecto estableció una competencia con el edificio original, pero para decirlo en tiempos mundialistas, el equipo que hizo el museo se metió un autogol y perdió la competencia.

 

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