Frente al poder, "el tiempo te da la razón"

lunes, 14 de noviembre de 2016 · 12:32
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Rogelio Naranjo, ¿el retratista de la corte? Uno de los primeros ejemplares de prueba del nuevo libro del cartonista político Rogelio Naranjo está frente a sus ojos. La portada de Los presidentes en su tinta es un dibujo suyo, donde se presenta como un pintor holandés de siglos pasados, rodeado por cartones de los últimos presidentes de México. Naranjo responde: –Sí, para situarlo entre los flamencos, con esa vestimenta; se me hacía más chistoso hacerlo así. –¿El poder establecido en México es como una corte, el presidente tiene una dimensión de realeza? –Sí, claro, es el mayor poder en el país y es una especie de nobleza, tú ves los pocos apellidos que se manejan en la política en México. Parece que son como mil 200 familias que controlan todo. Los presidentes en su tinta, con prólogo de Elena Poniatowska y contraportada de Julio Scherer García, recoge en sus 270 páginas una selección de cartones hecha por el propio cartonista –la casi totalidad publicados en Proceso–, acompañados por breves reseñas que los ubican en medio de los acontecimientos del momento. “De 1976 a 1998, de Luis Echeverría a Ernesto Zedillo, los propietarios sexenales del país han aparecido en carne y hueso a través de los trazos sin concesiones del cartonista”, dice la nota del editor. Nacido en 1937 en Peribán, un pueblo michoacano al que no ha vuelto desde los 17 años, se le pregunta a Naranjo: –¿Pero cómo entró a Palacio, cómo se coló, por qué decidió dibujar estos rostros, esas actitudes, estos hechos? –Bueno, creo que cualquier caricaturista intenta dibujar a los responsables directos de la situación de México. Si antes no se hacía es porque no se permitía, porque ha habido épocas de apertura y épocas en que todo se cierra y no se admite nada. A mí me tocó la época, quizá la mitad de mi vida profesional, en que no se me permitía dibujar al presidente. Era muy peligroso. Tuvo que pasar el 68 y tuvo que pasar el golpe a Excélsior para que se empezaran a abrir. –Entonces, ¿la prensa puede influir para el cambio? –Yo digo que sí. Estoy absolutamente en desacuerdo con el que piensa que no se puede hacer nada. De que se puede, claro que se puede, y lo estamos haciendo. Pero no esperando a que nos concedan, porque eso nunca llega. Ya vemos que los cambios positivos en el país se hacen democráticamente. Ahora resulta que el que pone más el freno a esos cambios es el PRI, y es el que se adorna y dice: “Nosotros lo concedimos, todo lo que se ha democratizado en el país es porque nosotros lo hemos aceptado”. Qué manera de torcer la historia, es increíble. La lucha permanente consiste en ir en contra de las rémoras que son ellos, sacarles a fuerza los cambios. En 1973 Naranjo fue invitado a participar en el Excélsior dirigido por Julio Scherer para sustituir algunos días cada semana a Abel Quezada. “Entonces trabajaba en El Universal, donde había un personaje del que no quiero decir el nombre, desde luego mediano, gris, al que le dio por censurarme casi todo y no me podía defender; entonces me cayó muy bien el ofrecimiento de Excélsior.” Naranjo llamó inmediatamente la atención por sus cartones. Su trabajo se desarrolla cuando termina el sexenio de Díaz Ordaz y, con la carga del 68, Echeverría hace una apertura interna, coincidente con la exterior. –¿Podemos pasar lista a los presidentes que retrata? ¿Qué le ha impactado de cada uno? –Eso es muy complicado porque no soy muy elocuente. Mejor cuento cómo fui cimentando mis ideas políticas. Me tocó tomar conciencia política en el periodo de Díaz Ordaz; antes no entendía muy bien las cosas. Desde luego, tenía una gran admiración por Lázaro Cárdenas, todo el mundo en Michoacán la teníamos; lo conocí personalmente de refilón antes de que muriera. Veía con cierta simpatía, por ejemplo, a López Mateos, pero ya allí recibí el primer golpe emocional muy fuerte cuando se reprimió a los ferrocarrileros. Todavía no era caricaturista ni sabía qué demonios hacer, estaba intentando ser pintor, trabajaba en el Museo de Antropología y cuando se destapó a Díaz Ordaz, el sentir generalizado ahí era que se venían unos años muy duros de represión. “Me dolió mucho lo que pasó en Excélsior, pero siento que gané mucho porque a Proceso entré ya sin el tabú de que me van a censurar. Entonces allí desde el primer cartón dije: aquí es el paraíso, aquí puedo hacer lo que me dé la gana.” –¿Y Echeverría? –Cuando se supo que iba a ser el candidato, dije: qué miserable, estuvo metido en el 68, seguramente de todos los secretarios fue el que metió el cuchillo más a fondo para la masacre de los estudiantes y ahora me sale con que es el redentor del país; después se enemistó con los empresarios e hizo un desbarajuste del país. Entonces con Echeverría finalmente no entré muy a fondo, primero porque no se permitía dibujar al presidente y, segundo, porque todavía mi lenguaje gráfico-político no estaba muy definido. Trabajé en ese tiempo en La Garrapata; era probablemente el menos brillante de los cuatro dibujantes que estábamos ahí. “En Proceso llegó a estar muy tirante la relación con López Portillo, de hecho nos quitó todos los anuncios, creo que frustró algunos planes de la revista como empresa y como escuela de periodismo. Yo me sentía, no culpable, pero esas cosas suceden, y uno no se siente precisamente que es el único responsable de una situación así, pero sí pienso que le debe haber molestado mucho mi trabajo en la revista.” –¿De la Madrid? –Me hizo olvidar todas las atrocidades de López Portillo. Es el tipo más sin carácter que he conocido, nada más que entrar atendió las órdenes del Fondo Monetario Internacional y le dio totalmente en la madre al país. Era un administrador que estuvo siempre del lado de los empresarios. Nunca hizo nada para el pueblo. –¿Ha conocido a los presidentes de los que estamos hablando, personalmente? –Conocí a López Portillo, porque me dio el Premio Nacional de Periodismo. –No habló con él… –No, no. l * Fragmento de la entrevista publicada el 28 de septiembre de 1998 en la edición 1143 de Proceso.

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