¿Y don Lorenzo no tendrá nada que decir?
MÉXICO, D.F., 17 de mayo.- El 12 de mayo de 1997 fue transmitido el reportaje preparado por Ciro Gómez Leyva con exlegionarios de Cristo que denunciaron la pederastia de Marcial Maciel de que habían sido víctimas. Esta vez la efeméride adquirió importancia, aunque no se tratara de un aniversario redondo, por la admisión pontificia de que el fundador de la Legión de Cristo carecía de escrúpulos y de un auténtico sentimiento religioso, y por la consiguiente validación de las acusaciones desdeñadas durante años sobre la torcida conducta de un hombre al que no faltó quien quisiera canonizar. Al menos Juan Pablo II solemnizó su caracterización como “ejemplo para la juventud”.
Se han recordado con esos motivos las vicisitudes del Canal 40, causadas por las presiones de diversos orígenes que pretendieron que el programa de marras se quedara enlatado, no se transmitiera y no se cometiera la infamia de calumniar al santo varón en cuyo sistema educativo se formaba la élite mexicana (y de otros varios países, como Irlanda). Pero se ha reparado menos en las largas consecuencias de una de las presiones más eficaces que, convertida en sanción cuando no consiguió amordazar a la emisora, la condujo a la ruina en que ahora se encuentra, aunque se la disfrace con el oropel de una presunta libertad. Se trata de la usurpación de la señal de ese canal, sustraído puniblemente del patrimonio de su concesionario legal y convertido en uno más de los canales de TV Azteca.
Meses atrás de la transmisión televisiva que ahora se recuerda con gran interés, porque se ha demostrado que cuanto allí se dijo correspondía a la verdad, había brotado originalmente en Estados Unidos, en el Hartford Courant, la primera información sobre el abuso sexual a que Maciel sometía a sus alumnos, a los que envilecía por largo tiempo. Poco después, a partir de esa primicia, el reportero de La Jornada Salvador Guerrero Chiprés amplió el marco informativo y formuló, primero que nadie en México, la denuncia sobre la conducta de ese hombre que embaucaba a la porción más adinerada de la burguesía nacional. Hasta una revista mensual de amenidades, Contenido, se hizo cargo también de la relevancia del caso y exhibió a Maciel en su portada.
Pero el Canal 40 logró reunir a varios de los exlegionarios que, ya adultos, habían descubierto que el comportamiento de Maciel con cada uno de ellos obedecía a un patrón, y que no eran pocos los que habían sido agraviados no sólo con el abuso físico directo, sino con el daño emocional y espiritual causado por el descubrimiento del verdadero Maciel, no el beatífico padrecito al que se veneraba. La grabación del programa y el propósito de lanzarlo al aire no pasaron inadvertidos en la Legión de Cristo, y se movieron piezas pesadas para impedir la infamia –así se la llamó– de calumniar al santo varón.
Liébano Sáenz Ortiz ha confesado, tras la descarnada descalificación que el Vaticano asestó post mórtem a Maciel, que él intentó evitar la transmisión del programa, a lo que el concesionario del 40, Javier Moreno Valle, se negó. Un grupo de anunciantes, a cuya cabeza figuraba la panificadora Bimbo, demandó lo mismo que el secretario particular del presidente Zedillo. No logaron su objetivo y el programa estremeció al no muy amplio pero sí bien calificado auditorio que veía en el Canal 40 la posibilidad de una televisión distinta de la ofrecida durante décadas por Televisa, a cuya vulgaridad cada día se asemejaba más –hasta después superarla con creces– TV Azteca, apenas un poco antes llegada dizque a competir con el consorcio Azcárraga.
Fallidas las presiones, vino el castigo. Bimbo había contratado publicidad por muchos millones de pesos, que eran una bendición para un canal que a pesar de sus bajos costos apenas lograba mantenerse a flote, y la canceló… Otras empresas, de menor importancia individual pero igualmente relevantes en su conjunto, procedieron de igual manera. Y el 40 comenzó a expiar el pecado de exhibir a Maciel en la voz viva de sus víctimas.
Acorralado por los acreedores, Moreno Valle creyó encontrar en una alianza con TV Azteca el remedio para sus males. Pronto supo con quién trataba, cuando la empresa de Ricardo Salinas Pliego regateó los pagos que correspondían a Televisora del Valle de México y a Corporación de Noticias e Información (CNI) por la comercialización de espacios cedidos para su venta a la televisora del Ajusco. Denunció el convenio y supuso posible encontrar un socio que inyectara dinero fresco a un proyecto cuyos programas periodísticos y noticiarios, pese a la limitación de recursos, eran una apetecible alternativa ante la rutina y adocenamiento de las dos empresas dominantes.
Después de muchos ires y venires, TV Azteca entró en franco litigio con Moreno Valle. Consiguió un juez que considerara que un acreedor prendario –es decir, un titular de un crédito garantizado por valores como el 51% de las acciones– es en realidad un accionista, cuando lo más que hace es mantener físicamente en su poder esos títulos de propiedad, que son ajenos. Y de ese modo ha tomado decisiones sobre la concesión. Contó para ello con la complicidad gubernamental. La Secretaría de Comunicaciones y Transportes bendijo a la postre la maniobra de la televisora del Ajusco, que se inició con un verdadero asalto a la planta de transmisión del 40, en el Cerro del Chiquihuite, en diciembre de 2002. En suma, Salinas Pliego se apoderó de un canal ajeno, lo opera como si se tratara de una posesión legítima, cuenta con el cinismo social que termina cohonestando las acciones más ruines si son las que llevan las de ganar. Todo a partir de la virtual quiebra a que condujo a la Televisora del Valle de México el boicot de anunciantes, a cuya cabeza figuró la empresa fundada por don Lorenzo Servitje.
Este es un raro ejemplo de empresario dotado al mismo tiempo del instinto pragmático necesario para los negocios y de una suerte de desasimiento de lo material que le permite una vida interior notoriamente impregnada de espiritualidad profunda. Conservador en extremo, propaga su propia idea de moralidad y busca hacerla practicar por quienes quedan subyugados por el poder económico de sus empresas. En ellas padece una grave contradicción: las conduce conforme a las reglas de la responsabilidad social, con trato digno a sus trabajadores y austeridad en los directores, pero al mismo tiempo acrecienta sus ganancias con la elaboración de productos chatarra carentes de valor nutritivo y causantes de la obesidad infantil que se ha tornado en el gran desafío de la salud pública en México.
Guiado por su afán de hacer el bien, ideó una iniciativa para modelar las emisiones de la pobrísima televisión, cuya consagración a la violencia y al consumismo realmente requieren una regulación producto de la deliberación de órganos públicos especialmente calificados. Don Lorenzo se inclinó por dar un sentido positivo a aquella iniciativa y la bautizó como A favor de lo mejor, es decir, como un mecanismo de estímulo a la buena programación… Se quedó, sin embargo, a medio camino, y fue más relevante su esfuerzo en contra de lo peor, que en su opinión eran no sólo emisiones como Big Brother sino probablemente también Círculo Rojo.
No hay en este caso un nexo causal directo que permita atribuir a esa cruzada el cese de las transmisiones de Círculo Rojo, un programa de debate conducido durante un año en el canal 2 de Televisa por Carmen Aristegui y Javier Solórzano. El hecho es que, con disgusto de la Legión de Cristo, ellos presentaron en dos emisiones, el 15 y 17 de abril de 2002, nuevos y más contundentes elementos de juicio sobre la conducta de Maciel. Es de suponerse que ese acto de autonomía periodística contó entre los factores que en octubre siguiente condujeron a la terminación del contrato respectivo, no obstante el éxito que Círculo Rojo tenía (paradoja que se repitió años más tarde en perjuicio de Carmen Aristegui, cuando XEW prescindió de un programa conducido por ella que era el primero entre los más atendidos por el público mañanero).
La perseverancia y valentía de víctimas de Maciel como Juan José Baca y José Barba, entre otros; el apoyo que recibieron de verdaderos hombres de Dios como el finado Antonio Roqueñí y Alberto Athié (felizmente entre nosotros), y el interés mantenido por la propia Carmen Aristegui, abrieron paso a indagaciones sobre Maciel que lo llevaron primero a recibir una sanción leve si se juzga la enormidad de sus faltas: se le retiró de la dirección de la obra fundada por él mismo, y se le confinó al ejercicio de su ministerio sacerdotal en privado.
Pero el surgimiento de nuevas evidencias obligó al Papa Benedicto XVI a encargar una investigación sobre Maciel, y su resultado fue abrumador para las buenas conciencias. Maciel era, como lo ha calificado su mayor estudioso, el doctor Fernando González, pederasta, morfinómano, simulador y voraz empresario educativo (cito de memoria). Al reconocerlo así, aunque no en esos términos, el Vaticano tuvo también, en su comunicado del 1 de mayo, una palabra, insuficiente pero indicativa, de reconocimiento a quienes se mantuvieron firmes en sus denuncias a pesar de los denuestos y la persecución que sufrieron por ellas.
En mayo de 1997 don Lorenzo Servitje explicó que había retirado la publicidad de Bimbo del Canal 40 (y encabezado el boicot que fue secuela de su decisión), convencido de que “la miseria humana no debe exhibirse”. Al Vaticano no le quedó alternativa, más que exhibir la miseria humana de Maciel. ¿No será esta la ocasión para que don Lorenzo Servitje, tan escuchado y tan respetado en tan vastos ámbitos, haga en voz alta una reflexión sobre su conducta de entonces? No basta con que la jerarquía condene al pederasta simulador. Es preciso que también los fieles como Servitje, como quienes generaron males creyendo que practicaban el bien, revisen su conciencia. Don Lorenzo dio una lección a los empresarios al hacer pública su definición partidaria. Con la autoridad que actitudes así le han provisto, hoy puede y debe valorar lo hecho hace 13 años y comunicar a todos el resultado de su cavilación.