Francisco

jueves, 21 de marzo de 2013 · 20:27
MÉXICO, D.F. (Proceso).- De la chimenea más famosa del planeta, la de la Basílica de San Pedro, emerge el humo blanco. Una hora esperan las televisoras del mundo hasta que al balcón central del edificio emerge el sacerdote vestido de rojo para anunciar Habemus papam. Cinco minutos más tarde emerge al balcón, vestido de blanco, Francisco. Primer Papa que asume el nombre del santo que se casó con la pobreza, Francisco de Asís. Primer Papa nacido en América. Primer Papa que ocupará el trono vaticano mientras otro Papa vive. Primer Papa que no menciona al Espíritu Santo como su elector, sino a los cardenales que votaron por él en el cónclave recién cerrado. Por fin, entre sus primicias, primer Papa que antes de bendecir a la multitud pide la bendición “del pueblo”. Novedades significativas o no, lo dirá el futuro, según correspondan o no a acciones novedosas del nuevo Papa. Sus retos pueden separarse en dos grupos. El primer grupo lo ha dejado definido su antecesor. Limpiar la curia, el cuerpo de burócratas y jerarcas de la Iglesia católica. “El jardín de jabalíes y cuervos”, los llamó sin gentileza Benedicto XVI. Limpiar “la hipocresía de los obispos”, lo llamó también. Para más señas, como filtró un obispo allegado al pontífice que se retira, reconociéndose insuficiente para la hazaña, enfrentar a “los transgresores del séptimo y el noveno mandamientos”, es decir a los sacerdotes que fornican y roban. Pero el reto de limpiar por dentro a la Iglesia católica es por mucho menor al reto externo que enfrenta Francisco. Como lo definieron los obispos brasileños: “El enemigo es la secularización del mundo”. El reto es el creciente número de ateos para los que el Viejo Relato Religioso carece de credibilidad o relevancia. El reto es un Occidente, el lugar donde la Iglesia católica hunde sus raíces, en el que ese relato formado de metáforas y alegorías, milagros y ángeles, mandamientos y ritos milenarios provoca, en la mayoría de las poblaciones de las democracias capitalistas, una pura indiferencia. ¿Cuándo dejó de importarle a Occidente ese Viejo Relato Religioso? El desprendimiento de la conciencia de Occidente de Dios tiene fecha. La publicación de un libro El Origen de las Especies, de Charles Darwin, en 1859, en la Inglaterra por entonces anglicana. Desde su publicación, El Origen fue reconocido por muchos como el Nuevo Relato de la Vida para una especie que dejaba atrás el lenguaje metafórico y avanzaba a explicarse la vida con un lenguaje puramente nominativo y científico. Durante un siglo y medio la influencia del Nuevo Relato Científico no ha dejado de expandir su narrativa, de conquistar conciencias y de alargar sus implicaciones prácticas. Hoy en Occidente, aún quien nunca leyó El Origen piensa la vida desde su óptica. Incluso los que se declaran personas religiosas, viven su cotidianidad de acuerdo al Nuevo Relato de la Vida y no al Relato Religioso, porque su contexto así lo hace. El Nuevo Relato no sólo descarta al Génesis bíblico y da de la aparición de las formas vivas una mejor narración, por verificable. Descarta la idea de que el mundo es perfecto. Descarta que hay un plan divino que enlaza nuestro pasado y nuestro porvenir de especie. Descarta que el ser humano sea algo más que un animal que ha evolucionado de forma gradual. Y descarta por fin a Dios, un controlador sobrenatural de la realidad. Fragmento del análisis que se publica en la edición 1898 de la revista Proceso, ya en circulación.

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