Paraísos fiscales
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Lo que los Indignados españoles, los Occupy Wall Street en Norteamérica y los Yo Soy 132 en México señalaron hace tres años, es lo que el partido español Podemos y el candidato demócrata estadunidense Bernie Sanders han convertido en su plataforma político-electoral: la desigualdad actual en la tribu humana es abismal, es injusta y ha destruido a las democracias. Lo mismo, por cierto, que ha venido diciendo el Papa Francisco, sin el amago de un efecto real, como Sanders y Podemos sí.
¿Y dónde está el dinero en el que se cifra esa desigualdad abismal entre el 1% de la población y el 99%? En gran medida en los paraísos fiscales, donde descansa y se multiplica 30% del dinero de la economía mundial. Hay que repetirlo porque el dato es colosal: casi una tercera parte del dinero del planeta.
Visto nacionalmente: del dinero que los mexicanos tenemos, 417 mil millones de dólares se encuentran en paraísos fiscales. Una cifra que representa el doble de la reserva actual del país, que es de 158 mil millones.
Dinero ilícito, para empezar porque no paga impuestos. Dinero doblemente ilícito a menudo, porque es en su mayor parte fruto del crimen. Del tráfico de armas, del tráfico de drogas, del tráfico de piedras preciosas, de la trata de blancas, y de manera principal de la corrupción. De lo que los políticos extraen de los presupuestos públicos de sus países y del tráfico ilegal que hacen de sus influencias.
Los paraísos fiscales son una incitación al crimen financiero, porque si no existieran, los malos robarían igual, pero los frutos del hurto serían fácilmente detectables y podrían serles expropiados. ¿Cómo esconder 4 mil millones de euros –lo que robó la familia Pujol en Cataluña– sin recurrir a comprar enormes porciones de tierra y haciendo inversiones tremendas en bancos? ¿Cómo esconder 36 mil millones de pesos, que es lo que presuntamente tomó del erario de Coahuila Humberto Moreira?
Lo dicho, en los paraísos fiscales. Las cajas secretas de los pillos. La explicación secreta de por qué las economías han venido declinando y han forzado a programas de austeridad que consisten en que las clases medias pagan impuestos y reciben de los gobiernos servicios sociales a cuentagotas, los pobres se mueren de hambre y todo mientras los ricos no pagan impuestos.
Pero entonces, preguntará un cándido lector, ¿por qué los gobiernos no cierran los paraísos fiscales? ¿Por qué los mandatarios mundiales no coordinan sus esfuerzos para transparentar sus cuentas? ¿No es de hecho lo que cada año prometen al unísono en Davos los hombres fuertes del mundo?
Se lo pregunto, transformada de pronto en ese cándido lector hipotético, a Juan Carlos Galindo, experto español en crímenes fiscales, y me responde verídicamente indignado. “Davos es un canto de sirenas. Un engaño masivo, una gran estafa. Ya está bien de que aguantemos estas reuniones que nos cuestan un montón de dinero cuando (todas las medidas que ahí se toman) son medidas de salón”.
Y ese engaño, por una razón sencilla. Porque gran parte de los señores que hoy mandan en los gobiernos del mundo, mandan los frutos de su corrupción a los paraísos fiscales; por ello no tienen el menor interés de cerrarlos.
De ahí que suene tan irrelevante hoy hablar de izquierda o de derecha, cuando uno alude al cambio que las democracias requieren para regresar al rumbo de la igualdad. La coordenada que realmente importa es la que va de la corrupción a la honestidad.
Lo que requerimos es un pacto entre los decentes y contra los pillos. Entre los que pagamos impuestos y contra los que roban nuestros impuestos y/o no cumplen con sus impuestos. Eso en nuestro país como en otras democracias envenenadas de crimen. Un “hasta acá han llegado”. O para citar a Bernie Sanders, un “ha sido suficiente” de estos 30 años de pillaje del 1%.