La visión pre neoliberal de AMLO

lunes, 1 de junio de 2020 · 11:48
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso). - Dostoievski pensaba que ninguna nación podía existir sin una idea sublime. Lo parafraseo en alusión a las comunidades nacionales que han forjado Estados incluyentes, libres y prósperos. Y agrego que, como escribí alguna vez, solo quien concibe su propia cima de grandeza puede aspirar a escalarla. Pero aclaro: concebirla es mucho más que soñarla. Nadie puede llegar a esas alturas y gobernar sin proyecto y estrategia coherentes, es decir, sin un conjunto de fines y medios planeados y articulados meticulosamente y con visión de largo plazo. Esto es lo que le hace falta al presidente López Obrador. Proyecta en su cuarta transformación un México post neoliberal, pero carece de los planos y el andamiaje estratégico para construirlo. Es difícil, por cierto, elaborarlos a partir de la ambivalencia: en la 4T hace suyos algunos puntos del “consenso de Washington” –la disciplina fiscal y el libre comercio, de entrada– y al mismo tiempo repudia otros, empezando por la privatización, y muy especialmente la del sector energético. Por una parte, descalifica anecdóticamente al neoliberalismo sin explicar qué significa para él y sin confesar que en la praxis adopta algunos de sus postulados, y por otra omite la descripción específica del modelo que reemplazaría al neoliberal. Tampoco precisa, más allá de lo que puede interpretarse de sus decisiones casuísticas y sus acciones cortoplacistas, cómo va a instrumentar una política económica heterodoxa en medio de un sistema financiero global diseñado para castigar el alejamiento de la ortodoxia. El post neoliberalismo de AMLO es tan nebuloso como regresivo. Gasta demasiado dinero en resucitar a Pemex y apuntalar a la CFE, cambia las reglas a las compañías que generan electricidad y de paso se ve obligado a apostar por el petróleo, el combustóleo y el carbón, que además de ser contaminantes ya van de salida. Si hay que reivindicar lo público, ¿por qué no crea una empresa productiva del Estado de energías limpias y renovables, empezando por aquellas en que tenemos ventajas naturales –la solar y la eólica– para que eventualmente compita con las privadas en un esquema similar al de Statoil? AMLO denuncia, sin duda con razón, contratos leoninos y corrupción entre la tecnocracia y el gran capital para debilitar a las paraestatales. Pero a un estadista no lo mueve el revanchismo estéril sino el realismo. ¿El objetivo es desfacer entuertos? Que se enjuicie a Peña y a los exdirectores de Pemex y CFE y se rompa el pacto de impunidad. La estrategia ante el mercado energético no puede ser la misma de antes porque su realidad es muy distinta. Por lo demás, no se trata de abandonar a Pemex sino de levantarla sin hundir a México y en tanto sea útil para los mexicanos. Poco se puede hacer contra el paradigma neoliberal sin una acción internacional concertada. ¿Qué incluye la estrategia de la 4T para contrarrestar la presión de las subastas en reversa para subsidiar inversión extranjera y del otorgamiento del crédito externo en función del criterio de calificadoras, por ejemplo? Ahora bien, en lo que AMLO no requería ayuda del exterior y lo que a mi juicio debió haber sido su primer acto de gobierno es una reforma fiscal progresiva, con la cual hoy tendría menos pleitos afuera y más recursos adentro para su proyecto y para apoyos a las pymes en la pandemia, en vez de una administración pública anémica y miles de damnificados de la “pobreza franciscana”. ¿Detonaría tal reforma enojo en los altos estratos empresariales? Sí, pero sería más provechoso invertir capital político en ese esfuerzo que en cancelar un aeropuerto o modificar regulaciones establecidas. Yo creo que los grandes empresarios prefieren pagar más impuestos a vivir en la incertidumbre en torno a sus inversiones. Si bien en una transformación las pugnas son inevitables, un buen estratega escoge sus batallas. El conflicto debe manejarse con sentido estratégico: cuánto, cuándo, con quién. AMLO se autosabotea. La polarización que ha provocado –o 4T o neoliberalismo– allana el camino a la derecha para afirmar que los mexicanos estamos condenados a optar por el echeverrismo o el salinismo. Y es que la tierra prometida que AMLO imagina post neoliberal es, en realidad, pre neoliberal, con algunos retoques. Es la que habitaron, entre 1929 y 1982, políticos a los que nunca tacha de corruptos, aunque lo fueron tanto como los tecnócratas. Imposible abrir una tercera opción socialdemócrata moderna sin poner en la agenda temas como el uso de la inteligencia artificial para reducir la desigualdad. Al rechazar la modernidad AMLO renuncia al uso inclusivo de la tecnología, abraza la peligrosa propaganda de la “ciencia neoliberal” y nutre la falacia de signo contrario: el Estado es viejo y malo y el laissez faire es nuevo y bueno. Así no podrá gestar una sociedad de avanzada, emprendedora y equitativa, pujante y armónica. En 1995, en Puerto Príncipe, el presidente Aristide me dijo algo estremecedor: “mi misión es portentosa: llevar a mi pueblo de la miseria a la pobreza”. Ese era el gran desafío de Haití, pero el de México es mayor. Los mexicanos tenemos que concebir, de cara al futuro, una idea sublime que apunte a una nación de conciencias y cielos limpios, libre de cadenas y abismos, inserta en el progreso que es de todos o no es. Pedir a los pobres que aprendan a ser felices con sus carencias es atarse al pasado como ancla; crear las condiciones para que asciendan a un estadio superior de bienestar es elevarse con la historia a guisa de hélice. Este análisis forma parte del número 2274 de la edición impresa de Proceso, publicado el 31 de mayo de 2020 y cuya versión digitalizada puedes adquirir aquí

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