Antonio Salgado Borge

La mancha de nuestra democracia

Esta parte del discurso de los promotores de la “Marcha por nuestra democracia” es verdadera. Sin embargo, de ello no se sigue que este evento represente o alimente el espíritu democrático en México...
martes, 20 de febrero de 2024 · 05:00

La “Marcha por nuestra democracia” ha sido presentada por sus promotores como un punto de quiebre en el tortuoso proceso democrático mexicano. La idea es que esta marcha representa y alimenta nuestro espíritu democrático frente a la amenaza autoritaria impulsada desde la Presidencia. Este planteamiento es sólo parcialmente cierto.

Un componente de esta narrativa es verdadero. Quienes promueven esta marcha han expresado que su temor se deriva, concretamente, de las reformas planteadas por AMLO a nuestro sistema electoral, a nuestras instituciones y a nuestra constitución.

Que el presidente busca desmantelar o reemplazar los elementos formales de nuestra democracia liberal es aceptado, y hasta celebrado, por los intelectuales que le apoyan incondicionalmente. La verdadera democracia, desde su perspectiva, se manifiesta en un líder y en un partido que representan directamente al pueblo sin contrapesos.

Pero esta forma de entender la democracia, compartida por los populistas autoritarios actuales alrededor del mundo, resulta contradictoria conceptualmente y suicida actualmente. En consecuencia, independientemente de la ideología de quienes nos gobiernan, el aspecto formal o estructural de la democracia es innegociable y buena parte de las reformas impulsadas por el presidente serían contraproducentes.

Lorenzo Córdova / Foto: Eduardo Miranda

Esta parte del discurso de los promotores de la “Marcha por nuestra democracia” es verdadera. Sin embargo, de ello no se sigue que este evento represente o alimente el espíritu democrático en México, como erróneamente se plantea. Por ejemplo, el escritor Enrique Krauze llevó esta idea hasta sus últimas consecuencias afirmado que estamos ante “un capítulo más de la larga lucha del pueblo mexicano por la libertad y por la democracia” tan importante como las marchas de 1968.

A muchos nos daría gusto que este fuera el caso. Pero esto no tiene por qué nublar nuestra aceptación del hecho de que no lo es. La razón principal es la naturaleza simuladora de “Marcha por la democracia”. Un carácter que, visto de cerca, deja ver una de las grandes manchas y amenazas de nuestra democracia.

La naturaleza simuladora de la “Marcha por nuestra democracia” queda en evidencia cuando se considera su promoción como un evento “ciudadano” e “independiente”. Por ejemplo, Lorenzo Córdova aseguró a Reforma que la convocatoria fue “ciudadana y no tiene nada que ver con las campañas”. Para el expresidente del INE, esto ejemplifica el que “los partidos…no agotan el terreno de la acción política.”

El problema es que, por mucho que se declaren apartidistas o independientes, y a pesar de que en esta ocasión han optado por adoptar un perfil más bajo, es evidente que la “Marcha por nuestra democracia” ha sido construida principalmente sobre los hombros de organizaciones o personas que, a través de sus dichos o hechos, defienden incondicionalmente al Frente Opositor y a Xóchitl Gálvez e incluso alientan a votar por ellos. Fuera de este evento quedaron, por ejemplo, quienes apoyan a Movimiento Ciudadano, el otro partido opositor en México.

A ello hay que sumar que gobernadores del PRI y del PAN manosean constantemente y a su conveniencia las constituciones de sus estados y tienen el control total de los tres poderes del sistema electoral y de las instituciones “autónomas” de esas entidades. Tampoco tienen un buen récord en ese sentido la mayoría de las organizaciones que soportaron la marcha. Si estos partidos y las organizaciones que les respaldan verdaderamente quisieran defender la democracia, lo conducente hubiera sido reformarse y abrirse como opciones varadamente democráticas. Pero esto claramente no ocurrió este año.

La simulación de independencia, por parte de algunos, y de defensores de la democracia, por parte de otros, es lo que otorga su naturaleza simuladora a la “Marcha por nuestra democracia”.

Alguien podría alegar que, aunque lo anterior es cierto, lo importante no es quién está detrás de la marcha, sino las ideas que se defendieron en este evento.

Pero a ello se debe responder que, aunque es cierto que las ideas trascienden a las personas y que un movimiento no hereda automáticamente cualidades morales de sus miembros, es falso que sean irrelevantes las posiciones e intereses de quienes organizan o dirigen un movimiento. Por ejemplo, si el Frente Nacional por la Familia formara parte del movimiento más publicitado para defender los derechos de la comunidad LGBTI en México, o si el director del FNF fuera líder de ese movimiento, tendríamos razones de sobra para inferir que estamos ante una defensa simulada.

Algo similar ocurrió en la pasada COP28 organizada por la ONU y celebrada en Arabia Saudita, uno de los principales productores de petróleo en el mundo, y dirigida por el sultán Al Jaber, el presidente de su compañía estatal petrolera. Este movimiento sembró una profunda desconfianza en el activismo contra la emergencia climática.  Y, sorpresa de sorpresas, tuvieron razón. Tal como The Guardian dio a conocer, Arabia aprovechó este evento para bloquear metas ambiciosas, empujar sus intereses petroleros e incluso intentar vender petróleo.

También se podría objetar que, a pesar de todo lo anterior, lo importante aquí es que miles de personas salieron a marchar para oponerse a las reformas de AMLO. Sin embargo, de ello no se sigue que estemos ante un evento que represente y alimente nuestro espíritu democrático. Lo que las masivas movilizaciones del pasado domingo sí demuestran es que el PRI y el PAN han encontrado una respetable veta para mantener a sus bases galvanizadas y unificadas.

La simulación de independencia y liberalismo detrás de la “Marcha por nuestra democracia” es ofensiva para la inteligencia. Pero más allá de susceptibilidades, la naturaleza simuladora de este evento mancha nuestra democracia al reforzar el mantra de que, en el fondo, la independencia de pensamiento y de instituciones es una simple máscara, tal como martilla constante y equivocadamente el presidente. Y confirma el cinismo de parte de las élites políticas y empresariales que ha producido nuestra democracia.

Aunque productiva electoralmente, esta simulación no es inocua. El cinismo percibido en las élites de las democracias liberales y la supuesta imposibilidad de individuos permanentemente críticos e independientes son dos razones que ayudan a explicar que cada vez más personas tomen la erosión democrática con indiferencia. En México AMLO ha aprovechado estas condiciones a la perfección para hacer su iliberalismo vendible y convincente.

México vive la amenaza de un desmantelamiento institucional que representaría una regresión para nuestra democracia fallida e insipiente. En este contexto, es indispensable la presencia de movimientos de resistencia genuinos y de individuos críticos independientes. También se requiere de voluntad de una genuina renovación en nuestra partidocracia y de los sectores en los que se apoya.

La movilización / Foto: Eduardo Miranda

La marcha del pasado domingo no es entonces “un capítulo más de la larga lucha del pueblo mexicano por la libertad y por la democracia”, sino un episodio más en la prolongada serie de simulaciones que sigue manchando a nuestra democracia.

*Profesor Asociado de Filosofía en la Universidad de Nottingham, Reino Unido

X: @asalgadoborge

Facebook: Antonio Salgado Borge

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