El legado político y cultural de Mafalda

miércoles, 7 de octubre de 2020 · 16:01
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Sin temor a equivocaciones, se podría afirmar que las tiras de Mafalda --el más famoso de los personajes de Joaquín Lavado Tejón, Quino--, lograron ideologizar, y hasta concientizar, a más lectores de diversas generaciones que las obras de Karl Marx, Antonio Gramsci o Marta Harnecker, quien hizo “digerible” el marxismo. Es cierto que el Manifiesto del Partido Comunista, de Marx y Friedrich Engels, publicado en Londres, Inglaterra, el 21 de febrero de 1848, ha trascendido 172 años, y, según el historiador Enrique Semo, ha sido tan difundido como la Biblia, y alcanzado traducciones a más de 100 idiomas. Quizá la Mafalda de Quino, publicada por primera vez hace 56 años --el 19 de septiembre de 1964 en la revista Primera Plana--, requerirá del paso de más tiempo para convencer, a los que aún no lo están, de su universalidad y trascendencia. Por lo pronto, ya ha sido traducida a más de 30 idiomas, En el libro Mafalda: historia social y política, publicado en 2014 por el Fondo de Cultura Económica de Argentina, su autora, Isabella Cosse, (Montevideo, 1966) refiere que apenas dos años después de su aparición, al ver el éxito de la tira, el editor Jorge Álvarez decidió publicarla en formato libro y “se agotó en un día”. En un mes alcanzó la venta de 25 mil ejemplares. Para 1968, añade, había vendido 130 mil ejemplares. Y seguía publicándose además en diarios de las provincias de Argentina: “Algunos calcularon que, para entonces, era leída diariamente por dos millones de personas. Más allá de la posible exageración, la cifra daba cuenta de que Mafalda se había convertido en un fenómeno social”.
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Seguro a Quino no le importaría pensar si su tira llegará a ser como el Manifiesto o como El Capital, que ahora mismo siguen leyéndose. Si Mafalda ha politizado a millones de lectores en el mundo, insistiría en que no ha sido su propósito. En el libro de Cosse se cita una entrevista que el fallecido periodista argentino Osvaldo Soriano hizo al caricaturista. En ella le confiesa que sus caricaturas no tienen pretensiones políticas sino más bien se refieren a la condición humana. Refiere la autora: “Soriano insistía con que el humor de Quino tenía una ‘ferocidad tremenda contra determinadas formas políticas, contra un sistema de vida’. El dibujante confesaba: ‘No. La ferocidad está dirigida contra la condición humana. La explotación del hombre por el hombre es inherente al ser humano y se ha desarrollado a través de cinco mil años. No veo que pueda cambiar. Por eso creo que el humor no sirve; claro que es lo único que yo tengo. Por lo menos dibujar me divierte, pero pensar no’. Y también: ‘Mi drama es que yo no tengo ideas políticas. Me sentiría muy feliz de poder creer en algo. Hay gente que dice que soy marxista, pero jamás leí a Marx, me da vergüenza decirlo, pero es así. Yo no creo en nada... el ser humano es la única criatura que se perjudica a sí misma’”. Pero, como se dice popularmente, “bajita la mano” Mafalda ha sido el referente ideológico y político de mucha gente en el mundo. Más en América Latina. Daniel Samper Pizano cuenta en el prólogo del libro Todo Mafalda, que, en distintas polémicas públicas con políticos y gobernantes, “mientras ellos disparaban párrafos de Kant y de Churchill”, él citaba a Mafalda. Y sí, ante el humor involuntario de los políticos es fácil recordar la espléndida obra de Quino.

Patrimonio cultural

La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) ha reconocido los valores culturales de la tira y su personaje central. En abril de 2014 presentó en su sede en París, Francia, la exposición Mafalda, una niña de 50 años, con motivo del Día del Libro y del Derecho de Autor. El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) la asumió como su símbolo cuando Quino ilustró, con sus personajes, los diez preceptos de la Convención sobre los Derechos del Niño establecida en 1989. Se diría que Mafalda representa un momento muy concreto de la historia, que va de finales de los años sesenta y parte de los setenta e incluso los ochenta del siglo XX. El apogeo de los Beatles, los movimientos estudiantiles de 1968, los regímenes militarizados en América Latina. Pero leída hoy mantiene su frescura y vigencia. Su humor va lo mismo sobre el mercantilismo que representa Manolito, el hijo del abarrotero; la clase media y sus pretensiones de ascenso a través de la adquisición de bienes que impone la sociedad capitalista y de consumo, como el automóvil, la moda; el trabajo burocrático del oficinista, que encarna su propio padre. Ya Cosse cita una de las primeras tiras de 1964 en donde se da este diálogo entre la niña y el padre: --¿Nosotros somos ricos o pobres? Y él le responde: --Ni ricos, ni pobres... Nosotros venimos a ser clase media. Mafalda le contesta: --¿Venimos? ¡Venimos a ser clase media? Y decime... para ser clase media ¿vale la pena venir?
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No se salva la mamá, pues si Mafalda critica el tradicional rol de la mujer, al que abiertamente aspira su amiga Susanita --quien simboliza también el racismo y clasismo--, es mucho más ácida cuando de su madre se trata. Refiere también Cosse que un día le espeta de frente: “¿Sabés, mamá? ¡Yo quiero ir al jardín de infantes y luego estudiar mucho para no ser el día de mañana una mujer frustrada y mediocre como vos!”. No son burlas. Quino ríe de la misma Mafalda, que es la que pone en la picota a medio mundo. Por eso queda al margen de lo que hoy se considera “políticamente correcto”. Su crítica social, política, “humana” --como el propio Quino la definió-- ha sido incuestionable porque las reflexiones de Mafalda son frescas y atinadas, cierto también que puntillosas e incisivas, pero no malintencionadas. A menos que, hurgándole, la llamada “generación de cristal” le quiera someter a un juicio inquisitorio para exigir esa corrección política. Por lo que representa desde el punto de vista de la historia, al plasmar ciertos momentos de la América Latina (artístico y cultural, político y social), Mafalda es ya, aun antes de la muerte de Quino, parte del patrimonio cultural del mundo. Algún día se le propondrá para estar en la Lista de la Unesco.  

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