La templada noche de Sting en Morelos

domingo, 11 de octubre de 2015 · 17:39
TEQUESQUITENGO, Mor. (proceso.com.mx).- El sábado 10 de octubre, la vida para el taxista Abel Flores como para miles de morelenses, significó algo más que fuegos artificiales y reflectores desde el escenario de la Arena Tequesquitengo, con el quinteto de Sting -a quien vagamente conocen-. Para ellos, hubo buena chamba, ingresos extras y dinamismo: viajes charter de líneas cuautlenses, desde Jojutla, y por supuesto, de la capital en el Estado custodiados fuertemente por fuerzas del Mando Único, federales y estatales. Y desde el enorme estacionamiento de la pradera que rodea este hermoso Lago de Tequesquitengo, lleno de autos último modelo, las cerca de ocho mil almas que vitorearon al ex bajista de The Police, pudiendo sentirse protegidas en una noche de alardes técnicos, arreglos jazzísticos, remembranza vital y el cariño del tiempo. [gallery type="rectangular" ids="417862,417863"] Y es que Sting no suena viejo: suena vintage, y eso no es casual: el bajista inglés ha sabido rodear y rodearse de buenos amigos y grandes músicos: Vincenzo Vinnie Colaiuta (Frank Zappa, Jeff Beck, Gustavo Cerati) es el maestro de la percusión, quien desde su Yamaha y sus Paiste rescribe con lenguaje propio la tarea impuesta en su momento por Stuart Copeland. El guitarrista Dominic Miller (Level 42, Manu Katché, Youssou N’Dour, Manu Dibango), puntea y a veces también usa plumilla, pero se ve que goza los arpegios y solos nítidos de esa Stratocaster sesentera, tan despostillada como precisa en afinación y trémolos, y que ya pasó por el sonido africano para darle color y envoltura armónica a las entonaciones, y el roído bajo Precision de Gordon Summers, también enfatizadas con el toque jazzístico de su inseparable tecladista David Sancious. La experimentación, notas altas, coros y el vuelo melódico lo agrega la bella Jo Lawry. En ciertos momentos, cuando se permiten mayor experimentación, ella y Sting concilian algún aullido cósmico, pleno de reverberaciones y oscilaciones dilatadas, en un dueto que hace unísono al corear los temas. Si el tiempo es el gran creador de paradojas, el clima puede entonces ser buen escenario de parábolas, para saberlas traducir en nuestro idioma: Sting se comunica, agradece y presenta sus temas durante todo el concierto, siempre en español: “Ahora yo digo Heavy Cloud y ustedes dicen No Rain”, y mira al cielo en este otoño que le otorga un clima templado de veintidós centígrados de casi eterna primavera.” El entusiasta público, mayoritariamente cuarenta y cincuentón, ya sobrepasó las crestas y las modas: se sabe especialista de las décadas de Sting, cantando todo, coreando con enjundia y hasta bailando en la plancha ensillada, y que ocasionalmente les ilumine el rostro los reflectores para el registro en video, al que nunca ingresan las imágenes del drone que quizá sólo está ahí ahuyentando a los mosquitos. Una vez arrancada la fiesta, y mientras los pudientes van sobreponiendo ya vacíos sus cuartos de yarda de plástico coleccionable (a cien pesos cada cerveza; hay quienes salen con más de seis…),  fluyen los temas setenta y ochenteros del también actor. Los de su trío primigenio entremezcladas con las de su etapa como solista, arrancan todo tipo de nostalgia: “So Lonely”, “Message in a Bottle”, “Walking on the Moon”, “Wrapped Around your Finger”, “Roxanne”, “Do Do Do Da Da Da”, “King of Pain”; pero desde luego “Every Breath You Take”, uno de los temas con que finalizará la noche, es la favorita, y Sting lo sabe; las administra lentamente, sin prisas, con el tiempo aletargado. Su repertorio fue siempre ése, y las aceleraciones, los arrancones, no son lo propio de los modelos clásicos. También deambulan sus destinos viajeros: “Englishman in New York”, las extensiones Mojave de “Desert Rose”: sólo vintage music del gentleman. Rola por Ayotzinapa Pero es “Fields of Gold” el tema que dedica a los desaparecidos en su castellano con acento británico, mismo que le ovacionara su público de pie. Diríase que este concierto concebido por Sting y el gobierno estatal (que ha tenido el tino de colocar en la dirección de música al talentoso Celso Duarte), para atraer recursos y mejorar la percepción turística, puede leerse como un episodio retro: un páramo inglés de clima templado, en medio de los asedios que grupos violentos le perpetran desde hace dos décadas. Frente al crimen (des) organizado, un concierto bien organizado, sin escatimar recursos, prístino, de producción someramente elegante, todo bajo control. Así, como Sting, el englishman en Tequesquitengo, caballero de fina estampa, que acudió vestido de negro, barba entrecana y cabello hirsuto, y quien finaliza su show guitarra en ristre con “Fragile”, ese tema de color cereza y riff evocador, de electroacústica profundidad, agregando algo de calidez a la noche musical que ya cae entre las evocaciones de una etapa anterior a la desventura. Gordon Matthew Thomas Summer, el pacifista que concilia esa aspiración, se aleja agradeciendo que al menos su música persista, convoque y aún provoque suspiros. Todo un visitante di-Sting-uido. @BenjaAnaya

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