Mientras las plazas que controlaban Los Zetas en Tamaulipas, Nuevo León, Veracruz o Zacatecas padecían encarnizados embates del Cártel del Golfo, La Familia Michoacana o el Cártel de Sinaloa, en el norte de Coahuila los líderes de esa mafia han disfrutado en paz y tranquilidad por lo menos durante la última década, pues compraron a las autoridades. Los dichos de un testigo –en el juicio a un sicario en Texas, que concluyó la semana pasada– revelan detalles de esa impunidad lograda a base de sobornos que incluso habrían llegado hasta el palacio de gobierno.
SAN ANTONIO TEXAS (Proceso).- “Era la madrugada del sábado y acababa de llegar a mi casa y me preparaba a dormir”, contó Adolfo Efrén Tavira Alvarado el pasado jueves 14, sentado en el banquillo de los testigos de la Sala Tres de la Corte Federal de Estados Unidos, División San Antonio.
“De repente sonó el portón de la casa. Cuando me asomé vi que entraron tres personas armadas. ‘Vienen por mí’, le dije a mi esposa”. En su domicilio dormían sus dos hijos menores. El mayor había salido con sus amigos.
“Le dije a mi esposa que escondiera a nuestros hijos, cuando gritaron mi nombre y entró Gustavo (Ramón Martínez), mi amigo”.
Éste dijo: “¡Compadre vámonos, apúrate!” Enseguida entró Marciano Millán Vázquez, Chano, ordenando: “¡Vámonos ya, rápido!” El tercer hombre se apostó a la entrada. Se cubría la mitad del rostro con una máscara de calavera.
Gustavo tomó a los hijos de Tavira, que ya lo conocían, y los escondió en un clóset junto con su esposa, para que Chano no se los llevara.
Gustavo me preguntó: “¿Qué hiciste?” “No he hecho nada”, respondió. Lo sacaron de su casa y lo tiraron en el piso de una camioneta. Lo trasladaron a un lugar al cual tardaron unos 15 minutos en llegar. Durante el trayecto sólo se escuchaban radios informando que ya lo llevaban. Arribaron a un gran terreno bardeado en el extremo oeste de Piedras Negras.
Ahí Chano lo bajó y lo esposó. Lo llevó a otra camioneta. Era una noche oscura, pero Tavira logró ver que en el sitio había muchos vehículos y decenas de sicarios armados. En un lugar del terreno alcanzó a ver a más de 30 personas de rodillas, con las manos amarradas a la espalda.
En la camioneta lo esperaban los hermanos Miguel Ángel y Óscar Omar Treviño Morales, Z-40 y Z-42.
“Fue la primera vez que los vi”, dijo Tavira en el juicio.
“Éste es Tavira, el que trabaja con Poncho”, le dijo David Alejandro Loreto Mejorado, El Comandante Enano, a Z-40. Éste le preguntó: “¿Dónde está Poncho?”
“Le dije que hacía tiempo que no lo veía”, contó el testigo.
En ese momento llegó otro zeta, Daniel Menera –con un teléfono en la mano–, y le dijo a Z-40: “Comandante, ¿me permite? Tavira trabaja para nosotros, ya no trabaja para Cuéllar” y le entregó el celular. Z-100 llamaba.
Tras tomar la llamada, Z-40 dijo: “Ok, está bien. ¿Por qué no me habían dicho? En este momento lo dejo ir, pero cualquier cosa que haga, tú me respondes”, le comentó a Menera.
Menera lo subió a un auto y salieron del terreno. En el trayecto pasaron junto a las personas hincadas entre las cuales alcanzó a ver a un amigo suyo de la secundaria, Víctor Cruz, con su esposa y su hijo. Eran amigos de Alfonso Poncho Cuéllar.
“Ya que estaba en el carro”… Tavira interrumpió su testimonio y rompió a llorar. Se hizo un gran silencio en la sala. Después de una pausa agregó: “Se comenzaron a oír disparos”.
Horas antes, al filo de las 17:30 del viernes 18 de marzo de 2011, habían llegado a Allende 42 camionetas con unos 200 hombres armados, escoltadas por cuatro patrullas de la Policía Municipal. Esa tarde los sicarios se llevaron a más de 150 personas rumbo a un rancho sobre la carretera a Villa Unión.
La escena se repitió varios días en municipios de Cinco Manantiales, de la Región Carbonífera y Ciudad Acuña...
Fragmento del reportaje que se publica en la edición 2073 de la revista Proceso, ya en circulación.