Los gobiernos de Kim Jong-un y Donald Trump están inmersos en un juego muy peligroso. Cada uno utiliza las amenazas y provocaciones del otro como excusa para las suyas. Al parecer, a ambos les convienen las bravatas: el primero subraya de esta manera sus logros ante su pueblo; el segundo, justifica el incremento en el presupuesto de Defensa y el despliegue militar en el patio trasero de China. Pero la situación puede quedar fuera de control. Ni Jong-un ni Trump son famosos por su autocontrol ni por su habilidad política.
PYONGYANG (Proceso).- El pasado sábado 15 el escenario para el desastre estaba dispuesto después de días de fricciones y amenazas. Pyongyang había multiplicado el movimiento de tropas y camiones en su principal lugar de ensayos nucleares y Washington había informado que enviaba a las costas de la península coreana una flota de ataque con un portaaviones y buques cargados con misiles.
Pero la jornada transcurrió tranquila, sin más noticias que el tradicional desfile militar del Día del Sol. No hubo ensayo nuclear y aquella amenazante flota norteamericana se desvió y estacionó cerca de Australia.
En la tensión actual convive el riesgo de una guerra termonuclear con el sainete. Corea del Norte y Estados Unidos juegan una partida de póker en la que ambos farolean y ponen a competir egos desaforados, ambiciones nacionales y armas de destrucción masiva. Cualquier roce involuntario podría precipitar la debacle nuclear. En estos días sólo China ofrece sensatez, pero sus tozudas llamadas a la calma son desoídas. Esta competencia de irresponsabilidades y gesticulaciones de machos conduce inexorablemente a un choque frontal, ha alertado Beijing.
El pequeño y empobrecido país leninista del extremo oriente ha sido una permanente piedra en el zapato del Tío Sam desde hace siete décadas, pero nunca el riesgo de enfrentamiento había sido mayor. Donald Trump ha dado un giro de 180 grados a su política electoral de “Estados Unidos primero”. Entonces sugería a Toquio y Seúl que se defendieran por sí mismas y amenazaba con retirar sus tropas, ignoraba la retahíla de violaciones de derechos humanos en Corea del Norte, admiraba las agallas de su líder, Kim Jong-un, por haberse impuesto a los militares tras la muerte de su padre y no descartaba compartir una hamburguesa con él.
En las últimas semanas Trump abonó a la línea dura, amenazó con resolver el problema incluso sin la ayuda china y sugirió un ataque preventivo. Japón y Corea del Sur agradecen las frecuentes visitas de sus representantes para honrar sus alianzas de defensa. El vicepresidente estadunidense, Mike Pence, enterró el lunes 17 en Seúl la “estrategia de la paciencia” del anterior inquilino de la Casa Blanca, Barack Obama.
Aquella combinación de presión diplomática y ahogo económico fue ciertamente estéril: el régimen de Pyongyang está más fuerte que nunca, sólo la población sufre las sanciones y el ritmo de lanzamientos de misiles se ha disparado. Pero no ha sido peor que el resto de políticas estadunidenses desde que un armisticio –nunca refrendado por un tratado de paz– cerrara en falso la guerra de Corea en 1953. Y aquella política se antoja menos ingenua que pretender que Pyongyang entregue sus armas forzado por una colección de amenazas. Los misiles estadunidenses recientemente lanzados sobre Siria acabaron de convencer a los líderes norcoreanos de que sólo su programa nuclear les separa del destino de tiranos como Muamar El Gadafi o Sadam Husein.
“Estados Unidos y Corea del Norte están inmersos en un juego muy peligroso. Cada parte utiliza las amenazas y provocaciones ajenas como excusa para las suyas. Esto sólo puede acabar mal”, señala Peter Kuznick, historiador de la American University. “¿Quién sabe en qué está pensando Trump? Dice que todas las opciones están sobre la mesa, lo que incluye la nuclear. La situación se agrava cada hora. Ni Kim Jong-un ni Trump son famosos por su autocontrol ni por su habilidad política”, añade.
[caption id="attachment_483952" align="aligncenter" width="702"] Un tanque surcoreano durante ejercicios militares con EU en la frontera con Corea del Norte. Foto: AP / Ahn Young-joon[/caption]
El gran salto
El desfile del sábado 15 sirvió para subrayar el peso del ejército en un país con problemas serios para alimentar a su gente. El acto es una versión postmoderna asiática de la Roma clásica en la que Kim Jong-un recibe la pleitesía de tropas y pueblo, satisfechos con la simple visión lejana de su César y en trance si les dedica un leve saludo. Cualquier aspirante a tirano debería estudiar esta clase intensiva de escenografía totalitaria. Los gritos de “mansae, mansae, mansae” o “larga vida” resonaron sin pausa en medio de la sobriedad y gigantismo soviéticos de la Plaza de Kim Il Sung.
El “paso de la oca” de sus tropas es ya una imagen de marca nacional. La televisión descubre su sincronía perfecta, pero es necesaria la presencia cercana para comprender su dimensión. Las miles de enérgicas patadas al suelo provocan vibraciones y levantan una nube de polvo en lo que parecía una plaza impoluta.
El desfile también sirve como escaparate del arsenal norcoreano y para comprobar si sus avances se corresponden con sus amenazas. La atención se centró en los 56 misiles de 10 tipos diferentes. Entre las novedades figuró un nuevo misil intercontinental (ICBM) más largo de los ya conocidos pero nunca utilizados, KN-08 y KN-14. El cambio de actitud de Trump responde al temor de que Corea del Norte desarrolle durante su mandato un misil capaz de descargar una bomba nuclear en su territorio.
Las exhibiciones norcoreanas también buscan al público interno. “Estoy emocionado. Estas armas demuestran que no tenemos que temer que Trump nos declare la guerra. Este es el cuarto año que asisto y puedo asegurarte que nuestro ejército avanza mucho y muy rápido. Nuestras armas son mucho mejores que las suyas”, señaló un joven de 26 años.
La prensa nacional dedicó portadas y maratones televisivos al desfile, pero a la mañana siguiente imperó el silencio después de que un misil recién lanzado estallara “cuatro o cinco segundos” tras su despegue, según observadores internacionales. El altavoz propagandístico es tan fragoroso en los puntuales logros como silencioso en los rutinarios descalabros. Los norcoreanos consultados por este corresponsal están convencidos de que su ejército obtendrá una aplastante victoria ante Estados Unidos. Pero tal certeza descansa en la ignorancia. Desconocen el largo listado de reveses misilísticos que ha sufrido Pyongyang; desconocen igualmente que el presupuesto de Defensa de Estados Unidos es el más grande del mundo –equivalente a la suma de los siete países que le siguen– y que con Trump crecerá aún más.
Tanto los diarios norcoreanos como los estadunidenses incluyen gráficos, nombres abstrusos de misiles norcoreanos y órbitas que cruzan el planeta hasta golpear la costa estadunidense. La idea es que la amenaza es real, pero un examen más templado requiere relativizar esa interesada certeza de Pyongyang y Washington. El primero necesita subrayar sus logros ante su pueblo. El segundo requiere justificar los aumentos en el presupuesto de Defensa y el despliegue en el patio trasero chino.
“La pretensión de Trump de subir el presupuesto militar en 54 mil millones de dólares puede parecer ridícula cuando el país tiene tantas necesidades, pero si puede asustar a los estadunidenses con un posible ataque nuclear norcoreano, recibirá bastante apoyo”, señala Kuznick.
En Norcorea, los avances armamentísticos son ciertamente notables para un país ahogado por las sanciones internacionales. Esa nación emprendió la aventura nuclear en los noventa con la ayuda de ingenieros llegados de la extinta Unión Soviética. En el desfile, además del nuevo ICBM fue presentado un misil que puede ser lanzado desde submarinos –lo que dificultaría su detección. Este año Corea del Norte ha lanzado con éxito proyectiles con combustible sólido, que no requieren de una carga de varias horas y permiten el lanzamiento inmediato. Todos esos avances sugieren que Corea del Norte dio el gran salto adelante en 2016.
“Soy aún muy escéptico acerca de un ICBM golpeando Estados Unidos”, señala Markus Schiller, experto en armamento. “Corea del Norte se ha esforzado mucho últimamente en convencer al mundo de que su programa es algo más que un farol, que son peligrosos y que van en camino de conseguir un ICBM. Pero no deberíamos tomarnos las cosas como Corea del Norte quiere”, añade.[caption id="attachment_481700" align="aligncenter" width="702"] Trump en Florida. Foto: AP / Alex Brandon[/caption]
Carrera armamentista
La única certeza es que Corea del Norte cuenta con uranio y plutonio para sus bombas, pero detonarlas en un túnel es mucho más fácil que trasladarlas a la otra punta del mundo. Para ello son imprescindibles dos elementos: el primero es una ojiva que pueda ser calzada en un misil. Eso exige miniaturizar la bomba hasta los 60 centímetros de diámetro y 700 kilos. Kim Jong-un intentó vencer el escepticismo generalizado fotografiándose el pasado año junto a una supuesta ojiva con aspecto de bola de discoteca.
El segundo es un ICBM. Requiere múltiples motores para las diferentes fases de vuelo y protección contra las vibraciones del despegue y el calor. Y aún queda pendiente la puntería.
Corea del Norte ha puesto en órbita satélites con misiles que requerirían mucho trabajo para reconvertirlos en ICBM. No es lo mismo lanzarlo al espacio que hacerlo bajar y guiarlo hacia un objetivo.
Los expertos independientes matizan el triunfalismo norcoreano y las advertencias apocalípticas estadunidenses. “Los motores con combustible sólido en los ICBM son muy complicados. La experiencia muestra que China o Francia, cuando ya disponían de misiles de medio alcance con esa tecnología, necesitaron décadas para trasladarla a un ICBM fiable. Es posible que Corea del Norte reciba alguna ayuda, pero no lo conseguirá en años sino en décadas”, juzga David Wright, codirector de la Asociación de Científicos Preocupados.
Las cifras desmienten el riesgo de un próximo ataque norcoreano a Estados Unidos. Sólo uno de los ocho misiles de medio alcance Musudan fue lanzado con éxito el año pasado. Si Corea del Norte tiene problemas insalvables para hacer volar los misiles de medio alcance vacíos, parece quimérico que acierte con un ICBM cargado de una ojiva. Algunos Musudan han caído al mar tras un breve vuelo gallináceo y otros han matado a operarios al estallar en la misma plataforma de lanzamiento. No cuesta imaginar su pánico antes de apretar el botón de un ICBM atómico.
“Hace ya cinco años que los primeros ICBM fueron mostrados en un desfile en Pyongyang y aún no los hemos visto volar. Veremos si eso cambia en los próximos años”, finaliza Schiller.
Las crónicas periodísticas se empeñan en presentar a Kim Jong-un como un lunático impredecible cuando todo su comportamiento se puede explicar desde el más predecible de los impulsos humanos: el de la supervivencia.
La saga de los Kim acumula décadas sublimando esa escalada de tensiones de la que se retira en el último minuto a cambio de prebendas. Evitar la guerra con Estados Unidos es prioritario en esa lógica elemental de salvar el pellejo. Los observadores colocan el riesgo en Trump, quien no parece disgustado con un ataque preventivo que sus predecesores desestimaron por sentido común. Corea del Norte no es Siria: los ICBM atómicos son ciencia ficción pero sus miles de misiles ordinarios son una amenaza muy tangible para Seúl (a 50 kilómetros de la frontera), Tokio o las bases estadunidenses en el Pacífico.
Kim busca un arsenal nuclear disuasorio sólo para evitar que Washington le declare la guerra, confirma Tong Zhao, experto del Centro de Política Global Carnegie-Tsinghua. “El problema es que los presidentes estadunidenses, y no sólo Trump, sólo se han esforzado en resolver los síntomas del problema –la carrera nuclear–, pero no han mostrado interés serio en el problema en sí, que es la sensación de amenaza que siente Corea del Norte”, explica.
La lógica sugiere que las coacciones de Washington sólo estimularán la carrera armamentista de Pyongyang. “La voluntad de Trump de usar la opción militar sin entender las consecuencias potencialmente espantosas de una guerra total con Corea del Norte es muy peligrosa”, opina.
Este reportaje se publicó en la edición 2112 de la revista Proceso del 23 de abril de 2017.