'Cuando muere un sabio” (Ihcuac centetl tlamatini ye miqui…)

sábado, 12 de octubre de 2019 · 10:29
Doctor en letras por la Universidad de París, si bien naturalizado mexicano, el autor de este artículo fue destacadísimo alumno de Miguel León-Portilla a lo largo de cuatro décadas, y desde 1979 miembro del Instituto ?de Investigaciones Históricas de la UNAM, así como de la Academia Mexicana de la Lengua. Justo la semana pasada entregó a Proceso el artículo “El lenguaje incluyente y las lenguas”, y ahora, solicitado por este semanario, la semblanza que se lee a continuación. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Entre las últimas creaciones de Miguel León-Portilla, como nahuatlato e incansable defensor y promotor de las lenguas originarias de México, figura el poema “Ihcuac tlahtolli ye miqui” (“Cuando muere una lengua”), elegía que expresa en cinco estrofas cómo se empobrece la humanidad cuando una manera de hablar, de pensar, de sentir, llega a su fin. Este verso, anafóricamente reiterado, enmarca la expresión poética de lo que desaparece cuando muere una lengua. Al parafrasear el verso de mi maestro en el título de este breve texto que lo evoca, quiero que su voz, presa en la línea, se escuche de alguna manera y que, si bien es verdad que se pierde mucho cuando muere una lengua, la pérdida es inmensa cuando fallece un sabio humanista como Miguel León-Portilla. Las aportaciones de Miguel León-Portilla son innumerables. Evocaré brevemente dos vertientes de su obra: la que concierne al mundo prehispánico, y su lucha en defensa de los derechos indígenas. Asimismo, para dejar entrever algunos aspectos de su formación y de su personalidad, contrastaré su obra con la de otro gigante de la historia cultural de México: fray Bernardino de Sahagún. Vidas paralelas Siguiendo el modelo que el ilustre queronense Plutarco estableció en su celebérrima obra Vidas paralelas, podemos trazar un paralelismo revelador entre ambos humanistas. La primera similitud, a cinco siglos de “equidistancia”, radica en el perfil humanístico de los personajes. Ambos abrevaron al manantial de la antigüedad greco-latina, en sus respectivas universidades: la Universidad de Salamanca y la Universidad Nacional Autónoma de México. Los testimonios y textos de la oralidad náhuatl, reunidos, transcritos y traducidos por Sahagún, si bien permitieron a los frailes conocer al otro indígena para evangelizarlo mejor, dieron de él una imagen viva y expresaron “sintomáticamente” la grandeza de su cultura. Asimismo, León-Portilla, como historiador, filólogo, lingüista, filósofo, nahuatlato y más generalmente humanista, fue, de alguna manera, “renacentista”; tomó al pie de la letra el aforismo de Protágoras: “El hombre es la medida de todas las cosas”, y lo aplicó al indígena cuya cultura y valores renacieron en su obra, una obra paralela a la de Sahagún, que enaltece al indígena y engrandece a la humanidad. Sahagún captó la voz indígena en su lengua, la transcribió antes de interpretarla. León-Portilla, además de analizar e interpretar, desde una perspectiva distinta, los textos recopilados por el franciscano y otros, dio la palabra al indígena y le abrió un horizonte de expresión con el proyecto Yancuic tlahtolli (“la nueva palabra”), para que manifestara su visión de los hechos que le atañen. Imbuido de letras clásicas, hablante del francés, del inglés y el alemán, León-Portilla tenía un profundo conocimiento de la lengua náhuatl. Como lo hiciera Sahagún en su momento, estudió el pensamiento indígena en la lengua misma que lo entraña. Convencido de que la idea tenía que “colarse” en un molde formal afín al pensamiento de los nativos para ser debidamente aprehendida, el franciscano había expresado el mensaje evangélico en la lengua y en frases indígenas. En otro contexto, León-Portilla expresó sus ideas y sentimientos propios en la lengua de Nezahualcóyotl. Ambos humanistas se enfrentaron a detractores, quienes tenían razones distintas pero una virulencia equiparable. Sahagún tuvo que defenderse de los que estimaban que su obra propiciaba el resurgimiento de la idolatría; León-Portilla se opuso a intelectuales que consideraban que el indígena, al no tener una escritura alfabética, no podía haber pensado en términos filosóficos como lo afirmaba el autor. Paralelas a la Historia General de las Cosas de Nueva España de Sahagún, La filosofía náhuatl y Visión de los vencidos, entre otras obras, fueron textos-clave que permitieron una aproximación veraz a la cultura náhuatl prehispánica. El tema de la conversión genera otro paralelismo: el franciscano convirtió a los indígenas y les inculcó el dogma cristiano del dios único, a la vez que convencía a sus hermanos de religión de la dignidad de sus catecúmenos. León-Portilla, indigenista militante, realizó un verdadero apostolado cultural, convenció a los mexicanos de la grandeza de su pasado prehispánico, de la necesidad impostergable de reconocer a los herederos indígenas de este pasado, de legitimar jurídicamente su derecho a vivir según su tradición ancestral, estableciendo asimismo un nuevo credo cultural. A la ferviente y piadosa espiritualidad que caracterizó la obra antropológica del religioso, corresponde el misticismo filosófico de León-Portilla quien vio acertadamente en la poesía náhuatl, por él traducida y analizada, una elevación de espíritu, una resignada, sabia, y florida ideología en relación con la existencia del hombre en la tierra. Indigenismo militante Miguel León-Portilla, en una obra esencialmente orientada hacia el pasado prehispánico, rescató y revalorizó las manifestaciones del pensamiento indígena presentes en las fuentes. Como historiador, filósofo y filólogo, dio a conocer una cultura prehispánica cuyos protagonistas habían escogido una manera de ser en la tierra, una vida cuyos paradigmas culturales revelaba una grandeza de espíritu y una opción existencial válida. Ponía a los indígenas contemporáneos “en posesión” de un pasado del que habían sido despojados, del cual podían estar orgullosos, y que constituía, en muchos aspectos, los fundamentos de lo que podría ser su existencia hoy en día. Este conocimiento de sí mismo propiciaba su emancipación cultural. En este contexto histórico, León-Portilla, reveló ser un humanista sublevado en contra del olvido y de la inercia, con las armas culturales contundentes y a veces punzo-cortantes de sus libros, sus artículos en periódicos y revistas, o sus intervenciones ante diferentes instancias políticas de la nación; a favor de los indígenas y para bien de México. La obra indigenista de Miguel León-Portilla representó una verdadera cruzada intelectual y mediática para que los indígenas recuperaran un pasado prehispánico dignificado y pudieran tomar las riendas de su propio destino. Asimismo los proyectos de investigación sobre distintos aspectos de las culturas indígenas, la traducción de documentos antiguos, la organización de eventos, la creación de organismos y de espacios de expresión para la voz nativa de México sirvieron a la causa indígena. El indigenismo de Miguel León-Portilla fue un indigenismo militante, activo: consideró ante todo al hombre nativo de México provisto de los atributos culturales de su razón de ser, desde los tiempos precolombinos hasta nuestros días. Pugnó para que la dignidad dejara de ser un concepto vago, abstracto e ideológicamente manipulable, y se concretara en derechos constitucionales; para que la piedad y la conmiseración condescendientes que despierta, en el mejor de los casos, la condición de los indígenas, se convirtiera en un reconocimiento que enaltece. Estuve durante cuarenta años al lado de mi maestro quien, además de contribuir a mi formación como investigador del mundo prehispánico, definió el rumbo de mi existencia. Para expresar la tristeza que hoy me embarga, y embarga a su familia, a sus amigos, y más generalmente a todos los que lo conocieron, terminaré con un verso inspirado de un texto indígena, contenido en la Psalmodia Cristiana de Sahagún, el cual sublimaba poéticamente la pérdida irreparable del ser que se había ido: Onteuxiuh ahuachpixahui onquetzalmaquiztzetzelihui tochoquiz, totlaocol. “Como llovizna de turquesa, como pulsera de quetzal, se esparce nuestro llanto, nuestra tristeza.” Este texto se publicó el 6 de octubre de 2019 en la edición 2240 de la revista Proceso

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