Cultura

Museo Whitney: Más allá de Los tres grandes

Para Barbara Haskell, la exhibición "Vida Americana: Los muralistas mexicanos rehacen el arte americano, 1925-1945", corrige una histórica omisión al reafirmar la importancia del trabajo de los muralistas en el mundo del arte estadunidense.
sábado, 23 de enero de 2021 · 18:38

Para Barbara Haskell, curadora de Los tres grandes/Vida Americana: Los muralistas mexicanos rehacen el arte americano, 1925-1945, la muestra que concluye este 31 de enero corrige una histórica omisión al rea­firmar la importancia del trabajo de los muralistas en el mundo del arte estadunidense, pues su enorme influencia se había borrado después de la Guerra Fría de los años cincuenta. Colombiana de nacimiento y radicada en Manhattan, la autora de este recorrido personal es editora en lengua española de Idar/e Women’s Media Center. En 2014 entregó a Proceso una entrevista con su compañero generacional de la Columbia University, el escritor Paul Auster.

NUEVA YORK, NY (Proceso).– Los muralistas mexicanos Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros trajeron a Estados Unidos un léxico pictórico desconocido para los artistas del país. Contratados por el gobierno post-revolucionario del presidente Álvaro Obregón (1920-24), se les había encomendado la tarea de producir una narrativa visual para glorificar, contextualizar e informar al pueblo mexicano –mayoritariamente analfabeto– del papel crítico que desempeñaron como agentes de la revolución.

Y así lo hicieron.

Para los artistas estadunidenses que estaban emergiendo de la agitación social provocada por las severas dificultades impuestas por la Gran Depresión, el trabajo de los muralistas resonó. Aquellos ansiaban hacer un arte relevante, y rápidamente reconocieron el poder de las imágenes monumentales que celebraban al hombre y la mujer común en su trabajo y lucha por la justicia social. Ellos también se sintieron motivados a usar su arte para protestar contra la injusticia económica y social y para representar épicas narrativas de la historia nacional.

Las imágenes no eran la única novedad. También las técnicas empleadas por los muralistas para crear sus obras rompían con la tradición figurativa europea, que había tenido una influencia importante. Se hizo evidente que el contenido socialmente comprometido y el high art podían coexistir. Lo que “Los tres grandes” –como se les conoció posteriormente a los muralistas– presentaban no podía pasar inadvertido. El arte no era simplemente para la élite, pertenecía al pueblo.

Barbara Haskell, quien ha trabajado en el Whitney Museum of American Art como curadora durante cuatro décadas junto con Marcela Guerrero, montó Vida Americana: Los muralistas mexicanos rehacen el arte americano, 1925-1945, que se exhibe­ actualmente y hasta el 31 de enero. Para ella esta amplia exhibición corrige una histórica omisión al reafirmar la importancia del trabajo de los muralistas en el mundo del arte estadunidense. Según la curadora, su enorme influencia en los artistas norteamericanos se había borrado de las narrativas críticas y curatoriales después de la Guerra Fría de los años cincuenta, principalmente debido a las simpatías políticas de los propios artistas, consideradas demasiado estrechamente alineadas con el Partido Comunista. Era un momento en que el anticomunismo, el Miedo Rojo, encabezado por el macartismo, estaba en un punto crítico.

La exhibición ofrece “una oportunidad sin precedente para presentar una nueva comprensión de la historia del arte”, declaró para este trabajo el director del museo, Adam Weinberg. “Reconoce la profunda y amplia influencia que los muralistas mexicanos tuvieron en el estilo, la temática y la ideología del arte en los Estados Unidos entre 1925 y 1945... Es un testimonio contundente de que el poder del arte y la cultura no están limitados por fronteras”.

Cuidadosamente me fui desde mi departamento en Harlem hasta el bajo Manhattan, en contra de todos los consejos sobre viajes en estos días de covid, para ver la exposición en el Whitney. Necesitaba un poco de inspiración y me preguntaba si las obras de arte serían relevantes para mí aquí, en Nueva York, décadas después de su ejecución. Al fin y al cabo, nosotros también estamos saliendo de la aberración política que ha sido la administración Trump y su invectiva anti-inmigrante, inicialmente apuntada directamente a los mexicanos. De alguna manera parecía simbólico que Los tres grandes mexicanos estuvieran aquí más allá del último día de Trump en la Casa Blanca.

Entré en los salones con las paredes llenas de color y energía, y la banda sonora de la película inacabada de Sergei Eisenstein ¡Que viva México! llenaba el espacio. Danza en Tehuantepec (1928), la pintura de Diego Rivera de una costumbre popular, abre el paso hacia la exposición. Doscientas obras, 60 artistas, mexicanos y estadunidenses, cuidadosamente yuxtapuestos para ilustrar el impacto de la influencia mexicana. Además de Los tres grandes, otros artistas mexicanos importantes se encuentran en la exposición, entre ellos Miguel Covarrubias, María Izquierdo, Frida Khalo, Mardonio Magaña, Alfredo Ramos Martínez y Rufino Tamayo.

Algunos críticos de la exposición echan en cara que más de la mitad de los artistas expuestos son estadunidenses o extranjeros que se radicaron en el país, pero para mí esto demuestra el alcance de la influencia de los muralistas mexicanos. Obras de Philip Guston, Eitará Ishi­gaki, Jacob Lawrence, Isamu Noguchi, Jackson Pollock, Ben Shahan, y Charles White se encuentran intercalados con Siqueiros, Orozco y Rivera.

Para recalcar la interrelación de artistas sur/norte, Haskell incluye en la muestra de obras a Zapatistas de Orozco, La marcha revolucionaria de Siqueiros y dos estudios de Rivera para El hombre controlador del universo (1934), el controversial mural creado para Rockefeller Center que luego fue destruido por incluir la imagen de Lenin. Aunque se ha comentado que la proyección usando fotos a gran escala­ para poder incluir obras in situ pierde la textura elemental de los originales, poder apreciar estas obras aun en facsímil sí logran comunicar su fuerza artística y social. Otros murales simulados incluyen América Tropical de Siqueiros (1932), creado para un supuesto mercado mexicano en Los Ángeles, que también sufrió las consecuencias de la censura y fue cubierto con pintura porque denunciaba la explotación de la clase obrera. El ardiente Prometheus (1930) de Orozco, hecho para un comedor en el Pomona College, es otra proyección fotográfica.

De Los tres grandes, Siqueiros es considerado el más radical no sólo por su fuerte compromiso comunista, sino por la novedad de sus técnicas. Escritos sobre él comentan su noción de que el uso de materiales industriales son fundamentales para su práctica ya que, según él, el arte revolucionario requería estilos y técnicas revolucionarias. Se le atribuye haber influido en la técnica de pintura que gotea de Jackson Pollock con la que hizo sus incursiones en la abstracción. El pintor Reuben Kadish, con quien Pollock participó en El taller experimental de Siqueiros, es citado en el catálogo de La vida americana, observando décadas después de que “la llegada de Siqueiros a Los Ángeles significó tanto entonces como los surrealistas que llegaron a Nueva York en los años cuarenta”.

El catálogo contiene ensayos de Mark A. Castro, Dafne Cruz Porchini, Renato González Mello, Marcela Guerrero, Andrew Hemingway, Anna Indych-López, Michael K. Schuessler, Gwendolyn DuBois Shaw, ShiPu Wang, y James Wechsler. El programa del museo se completa con videos y visitas guiadas a través de la página del Museo Whitney. 

Un segmento de la exposición, Historias épicas, se enfoca en algunos pintores afro-estadunidenses y la influencia de los muralistas en la creación de su narrativas redentoras de justicia social, a partir de su propia historia de opresión, resistencia y liberación. El concepto de hacer arte dirigido directamente al pueblo, pasando por alto los modos de abstracción europeos elitistas para crear una nueva identidad colectiva, fue rápidamente adoptado. Obras de Aaron Douglas, Charles White, Hale Woodruf, Jacob Lawrence y Thomas Hart Benton figuran en una de estas salas. Lawrence se dedicó a ilustrar la Gran Migración de 6 millones de afro-estadunidenses de las áreas rurales del sur al norte urbano causado por una economía pobre, las leyes de Jim Crow y la necesidad de mano de obra no calificada en el norte. Diez lienzos de su serie Gran Migración aparecen en la sala junto con cinco lienzos de la serie American Historical Epic (1924-27) de Benton que representa la colonización europea de América como una de violencia y despojo.

Aunque se ha escrito mucho sobre Los tres grandes y las minucias de la interacción con artistas estadunidenses, inesperadamente lo que más me llamó la atención fue cómo el largo alcance de su inspiración está vivo en las calles de la ciudad. El mensaje por excelencia de los muralistas de que el arte pertenece al pueblo es algo común hoy en día. Como observó el graffitero Glace, “el monumento del trabajador es el muro, es una forma de elevarse, de ponerse en la plaza pública. Muchos artistas de graffiti que provienen de comunidades marginadas escriben su nombre una y otra vez, para decir ‘estoy aquí, véame’”. Es un vocabulario pictórico que sigue narrando realidades sociales y políticas actuales.

Salí de la exposición con los ojos más abiertos. En camino de regreso a casa, veo que las imágenes de los muralistas están a mi alrededor: Las mujeres de Rivera de pie en las esquinas de El Barrio con sus ollas humeantes vendiendo tamales calientes y elote; hombres que vuelan en sus bicicletas haciendo entrega de comestibles a domicilio, hoy en día con más frecuencia dada la cantidad de gente secuestrada en sus departamentos; veo los retablos de Orozco vivientes al pasar obras de construcción; y la gente común de Siqueiros en las protestas por los derechos inmigrantes.

Estos mexicanos, trazando ferozmente un espacio para ellos y sus familias aquí y en otras ciudades estadunidenses, ilustran la porosidad de las fronteras, y el carácter temporal de esquemas políticos superpuestos a una realidad orgánica y fluida.

Sí, hace mucho que México está aquí.

Reportaje publicado el 17 de enero en la edición 2307 de la revista Proceso.

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