Rosario Murillo

Rosario Murillo en las memorias de Ernesto Cardenal

En las últimas semanas Nicaragua ha vivido una convulsión pues algunos de los excombatientes del FSLN que formaron parte del gobierno están siendo encarcelados.
domingo, 11 de julio de 2021 · 16:31

Ernesto Cardenal 

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– En las últimas semanas Nicaragua ha vivido una convulsión pues algunos de los excombatientes del FSLN que formaron parte del gobierno están siendo encarcelados. El poeta y sacerdote Ernesto Cardenal (1925-2020), exministro de Cultura al inicio de la revolución sandinista, alude en el tomo III de sus memorias a los desencuentros con la señora Rosario Murillo, esposa del presidente Daniel Ortega. Con autorización del Fondo de Cultura Económica se reproducen algunos fragmentos de La revolución perdida (Colección Tierra Firme, 2005).

I.- Viviendo en la casa de Somoza

Cuando se perdieron las elecciones ya no había Ministerio de Cultura, porque la Rosario Murillo había acabado con él. Ella siempre había querido ser ministro de Cultura, pero siendo su marido presidente era bastante feo. Logró que dejara de haber Ministerio de Cultura y en vez de él hubiera un Instituto de Cultura, y eso ya lo pudo dirigir. Yo estaba en el Japón en una visita oficial cuando me llamaron por teléfono desde mi oficina para decirme que la Casa de Gobierno había notificado que ya no había más Ministerio; así que yo ya no era ministro. Lo informé al gobierno del Japón porque era en calidad de ministro que me habían invitado, pero parece que no les importó, y las atenciones siguieron siendo iguales.

En realidad se creó para mí otro cargo en el que supuestamente yo seguía rectoreando la cultura de Nicaragua, y ese cargo fue el de presidente del Consejo Nacional de Cultura, pero fue más que todo honorífico. Yo lo acepté sin molestia porque me liberaban de ese cargo burocrático, y ya entonces pude dedicar casi todo mi tiempo a terminar el Cántico Cósmico.

A la primera viceministro que tuve, la poeta Daisy Zamora, Rosario le hizo la guerra y no descansó hasta lograr que la des­tituyeran. Fue nombrado Viceministro Francisco Lacayo, un educador y un modelo de funcionario, que intentó una concertación entre el Ministerio y la mujer de Daniel, pero no le fue posible. Ella también le hizo la guerra, logró que lo quitaran también; y Daniel no me volvió a poner viceministro, tal vez para evitar conflictos con ella. Yo tuve que nombrar mi vice por mi propia cuenta, Vida Luz Meneses, porque debía haber alguien que pudiera hacer mis veces, especialmente cuando viajaba, y yo viajaba tanto.

II.- Cuando Nicaragua

se encontró a sí misma

Muchos de los murales fueron de internacionalistas (latinoamericanos, norteamericanos, europeos) con ayudantes de aquí; pero también hubo murales de nicaragüenses. Hubo algunos extranjeros que vinieron a pintar unos cuantos murales, y se quedaron en el país. Sé de uno que vino a pintar sólo un mural, y ya se quedó aquí. Los que venían, venían con todos sus materiales, y sin que aquí les pagara nadie. Con asesoría y financiamiento italiano establecimos la Escuela de Arte Público Monumental donde habían estado las caballerizas de Somoza. Bastantes murales fueron encargados por el ejército, que se interesaba mucho por la cultura. Pero la Rosario Murillo, la esposa de Daniel Ortega, era enemiga de los murales, y en su revista literaria Ventana les hacía la guerra.

*

El realismo socialista habrá hecho mucho daño en los países socialistas. En Nicaragua nos hizo daño de otra manera. Fue un arma que usaban contra nosotros los enemigos que teníamos dentro de la revolución, especialmente la Rosario Murillo. Se atacaba lo que hacíamos diciendo que era realismo socialista. Una estupenda “Cantata a Sandino” de los hermanos Mejía Godoy, después que se estrenó en el Teatro Popular Rubén Darío, con grandes aplausos, fue prohibida por Daniel influenciado por la Rosario su esposa. Se condenó la obra por ser supuestamente realismo socialista. Y para nada lo era. Lo que pasaba era que la Rosario les tenía inquina a los Mejía Godoy, como se la tenía al Ministerio de Cultura. Después de la inauguración, que fue sólo para invitados especiales, el pueblo tenía grandes deseos de ver la obra, y no se le permitió. El poeta Coronel, que la había visto, exclamó indignado golpeando con su bastón: “Yo no conozco el realismo socialista, pero si eso es realismo socialista, el realismo socialista es bueno”.

La revista que diseñamos fue de una exquisita belleza, con un cuadro de un pintor nicaragüense (no primitivista) en cada carátula. Era una revista casi coqueta, y [Julio] Cortázar dijo que era la revista literaria más linda de América. Sin embargo lo que me dijo la Rosario Murillo cuando salió fue que era muy fea, que parecía un “texto de geografía”. Pocos días después me tocó ver a Daniel Ortega, y el comentario que me hizo de la revista fue que parecía un “texto de geografía”. Allí me di cuenta de hasta qué punto era la dependencia que Daniel Ortega tenía de su esposa. Porque había sido muy peregrino lo que dijo ella del texto de geografía; habrá querido decir que le parecía un texto escolar, lo que tampoco tenía sentido (sería lo que primero se le ocurrió en el momento), pero lo absurdo era que un dicho absurdo de ella lo repitiera como una opinión propia su marido.

Otra muestra de esta dependencia fue el regaño que Daniel me hizo por teléfono la primera vez que vino Julio Cortázar. Me reprendió por haberlo traído sin que hubiera sido antes solidario con Nicaragua (según él). Le dije que no lo había traído yo, sino el comandante Tomás Borge, quien le había enviado el avión presidencial a Panamá. Daniel era el jefe de la Junta de Gobierno y era también uno de los nueve de la Dirección Nacional que era el poder máximo y el que había puesto a la Junta de Gobierno. Pero Tomás era otro de los nueve, y como ministro del Interior mantenía una especie de poder paralelo al de Daniel, y había antagonismo entre los dos y cierta pugna de poder. Percibí en el teléfono que lo había desarmado. Todavía me reclamó, con menos fuerza, por la fiesta que se le había dado en el Ministerio de Cultura y porque se le hubiera brindado el Teatro Popular Rubén Darío. Le dije que las dos cosas me las había ordenado hacer Sergio Ramírez. Sergio era también de la Junta de Gobierno, y entre las áreas que supervisaba estaba la de cultura. Y Daniel ya no reclamó más. Se veía que la autora de esas críticas contra Cortázar era la Rosario. Aunque en realidad la verdadera inquina no era contra Cortázar, sino contra mí, porque ella quería estar sobre mí y el Ministerio y mangonear toda la cultura.

Había sucedido que Julio Cortázar y su esposa venían para Nicaragua, y al pasar por Panamá les robaron en la calle sus pasaportes y pasajes. Omar Torrijos les dio pasaportes panameños y llamó a Tomás Borge, que les envió el avión de la Junta de Gobierno que antes había sido el de Somoza y aún era llamado el avión presidencial. Después de este primer viaje, Cortázar se encariñó mucho con la revolución de Nicaragua; ningún otro escritor extranjero fue tan solidario con ella como él, y estuvo viniendo muchas veces, y a veces era de incógnito que venía para disfrutar del país sin protocolos ni entrevistas; y cuando se estaba muriendo en París aún soñaba con otro viaje a Nicaragua. Nunca le conté la llamada de Daniel. Sí la comenté con Sergio, y él me dijo: “Son locuras de la Rosario”.

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La película [Alcino y el cóndor, de Miguel Littin­] era muy buena en opinión de [Gabriel] García Márquez. Fue escogida en Los Ángeles como candidata al Oscar y compitió con un margen muy estrecho con otras tres más. Nuestros amigos norteamericanos cabildearon para ella en Hollywood y Nueva York porque ese Oscar era muy importante para Nicaragua, enfrentada a una guerra que le hacía el actor de cine Reagan. Enviamos a Hollywood al protagonista de la película, un niño campesino de 13 años que no sabía leer y se aprendía los diálogos que un asistente le leía en voz alta, pero decía Littin que se conducía como un profesional. No se obtuvo el Oscar. Y sólo hubo una crítica adversa contra esta película, que fue de la Rosario Murillo en su revista Ventana, precisamente en el momento en que se debatía el premio en Hollywood.

Cada año había más grupos de teatro popular y más espectadores. Aunque, como es natural, ese teatro era atacado por Rosario Murillo en la revista Ventana. Un alemán contó que a pocos kilómetros de la frontera con Honduras unos milicianos combatieron a la contra que tenía su campamento en territorio hondureño, y al día siguiente estaban poniendo en teatro el combate que habían tenido; y los que habían presenciado el combate, veinticuatro horas después estaban presenciando la obra de teatro de ese combate; y el público estallaba en risas al final de la escena, sobre todo los niños, que sentados en semicírculo delante de los milicianos-actores daban palmaditas de alegría.

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Como muchos combatientes eran enviados a las zonas fronterizas por la situación de guerra, el Ministerio de Cultura y la ASTC (los gremios de escritores y artistas) enviaban también allí muchas brigadas artísticas para entretener a los de las milicias y del ejército. Iban grupos de teatro, de música, de danza, pintores, fotógrafos, escritores, trabajadores del circo. El arte llegó a lugares adonde nunca había llegado. Pero les cuento que a esa ASTC de la Rosario Murillo venían muchos escritores y escritoras del extranjero, que casi siempre pedían verse conmigo; y a veces yo estaba fuera del país aunque muchas veces no, y en la ASTC siempre les decían que no estaba. Yo me enteraba por cartas que recibía de algunos después, lamentándose de que no me pudieron ver.

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Una vez coincidieron en Nicaragua tres escritores de afuera, Eduardo Galeano, Juan Gelman y Claribel Alegría. Rosario Murillo en su revista Ventana organizó una mesa redonda con ellos y algunos escritores nicaragüenses. Se les estuvo preguntando qué opinaban de una literatura dirigida, de una poesía uniformada, de imposiciones ideológicas o estilísticas, y naturalmente estas cosas fueron condenadas por ellos; pero después salió publicado como que eran respuestas que daban a preguntas que se les hacían sobre los talleres de poesía de Nicaragua, no habiéndoles mencionado eso. Cuando más tarde Galeano, Claribel y Gelman se dieron cuenta, escribieron a Ventana una carta firmada por los tres desde los distintos países donde estaban, declarando que la conversación no había girado sobre los talleres de poesía, y pidiendo que se publicara la rectificación. Rosario Murillo no lo hizo.

Después recibí de Eduardo Galeano una carta escrita a mano desde Barcelona, la que ahora tengo delante, con una florecita dibujada. Me dice que supone que ya se publicó la rectificación, y que para él fue un episodio muy desagradable: “Yo no estuve en Nicaragua para escupir en el plato de la gente que quiero. Y pase lo que pase, yo te quiero mucho”. Le contesté diciéndole que no habían publicado la rectificación, y habían dicho que no lo harían; y también dijeron que esa carta de los tres habría sido escrita por instigación mía.

Escribí también a los nueve de la Dirección Nacional, dirigiéndome por nombre a cada uno de los nueve, y les conté lo que había pasado, y les dije que de continuar eso así, era mejor que me permitieran renunciar ante la Junta de Gobierno. No se me contestó.

Más tarde escribí otra carta a la Dirección Nacional denunciando que en Ventana, al publicar un discurso mío de apertura de un Encuentro de Escritores Latinoamericanos que hubo en Nicaragua, habían suprimido un pasaje en el que hablaba de los talleres de poesía. Les volví a decir que de seguir las cosas así sería preferible que yo renunciara; que estaba en ese cargo únicamente por obediencia al Frente Sandinista, y que ellos sabían que era un cargo en el que no deseaba estar.

En realidad la Dirección Nacional no podía hacer nada con respecto a la Rosario Murillo, porque Daniel Ortega su esposo no podía hacer nada, y los ocho restantes tampoco podían hacerlo sin romper la unidad. Yo tuve que aguantar estas cosas por la revolución, que era tan bella.

Al final Rosario Murillo triunfó acabando con los talleres de poesía.

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¿Y saben qué pasó? Cuando estaban a punto de llegar los artistas, la Rosario consiguió que Daniel Ortega, con la aprobación de la Dirección Nacional, diera contraorden, y a través de las embajadas de Nicaragua se les dijera que no llegaran. Se consternaron las embajadas. Con ellas habían sido contactados los artistas. Los embajadores, insistiendo mucho, habían logrado que renunciaran por Nicaragua a los contratos que ya tenían previamente. La razón de cancelar ahora el festival era por la agresión, pero era por la agresión precisamente que se había invitado a los artistas. Y también por los gastos que no podía afrontar una Nicaragua en guerra ¡cuando llegaban a cantar gratuitamente!

Convencí a la Dirección Nacional de que no cancelaran el festival. Lo estaban haciendo porque cuando Daniel propuso la cancelación creyeron que era un proyecto de su mujer, y que el propio marido por razones sensatas pensaba que no se debía hacer. ¡Pero el proyecto era del Ministerio de Cultura, y la Rosario lo quería cancelar por los celos que le tenía a este Ministerio! Hice ver a la Dirección que Nicaragua no tendría gastos, sino más bien ganancias porque los artistas habían cedido los derechos de los discos y estos discos se venderían en toda Europa. Y así celebramos el festival ante miles de personas en la Plaza de la Revolución. El querer impedir que aquellos cantores llegaran a defender Nicaragua en peligro de invasión ¿no era traición a la patria?

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Cuando perdimos las elecciones la Rosario Murillo se apropió del Museo de Arte Latinoamericano, y fundó con él una asociación ficticia manejada a su antojo. Las obras han quedado embodegadas desde entonces, deteriorándose o destruyéndose, y muchas de las más valiosas están desaparecidas. Hay quienes han visto que las llevaban a vender a Guatemala y Panamá.

Algo peor todavía lo que hizo la Rosario Murillo, también cuando se perdieron las elecciones, y fue que se cogió todo el Museo de Sandino, y aún lo tiene ella. ¿Han sabido de alguien que hubiera cogido un museo entero?

III.- “Somos libres ¿y qué?”

Bella fue la revolución y fuimos muchos los que la amamos y la seguimos añorando. Pero una vez me tocó tener un enfrentamiento fuerte con Daniel Ortega, por los desmanes de Rosario Murillo su mujer. Aunque no lo tuve yo solo, sino que fue junto con los demás miembros de la unión de escritores que también éramos militantes del partido y habíamos firmado una carta de protesta contra ella. Fue una sesión tormentosa en el recinto sacrosanto de la Dirección Nacional adonde habíamos sido citados por Daniel, y donde yo antes nunca había puesto los pies, y supongo que los otros tampoco. Parece que la intención de Daniel había sido expulsarnos a todos del partido por la carta que habíamos escrito. Esa vez me tocó mencionarle a Daniel la dependencia que él tenía con respecto a la Rosario, y se enfureció. Creo que nadie se había atrevido a decírselo cara a cara. Todos nos mantuvimos firmes, unos más y otros menos, y al parecer eso hizo que Daniel desistiera de la sanción que antes había decidido imponernos.  

Reportaje publicado el 4 de julio en la edición 2331 de la revista Proceso, cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

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