Tokio 2020

Cómo filmar estos Juegos Olímpicos

Del 23 de julio al 8 de agosto de este año se programó la Olimpiada cancelada por la pandemia en 2020 en Tokio, Japón. Este artículo gira en torno a qué tanto hoy podría sostenerse el ideal griego con el cual el barón Pierre de Coubertin reestableció los juegos en la era moderna.
domingo, 1 de agosto de 2021 · 11:36

Del 23 de julio al 8 de agosto de este año se programó la Olimpiada cancelada por la pandemia en 2020 en Tokio, Japón. Este artículo gira en torno a qué tanto hoy podría sostenerse el ideal griego con el cual el barón Pierre de Coubertin reestableció los juegos en la era moderna, con base en la mirada de dos cineastas que los capturaron en su momento, Leni Riefenstahl, en Berlín 1936, y Kon Ichikawa, en Tokio 1964.

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Documentales sobre las Olimpiadas ha habido muchos, buenos y mejores, siempre interesantes en tanto que reportaje, reseña y testimonio de un acontecimiento grandioso que se celebra cada cuatro años; ejemplos destacados: Un día en septiembre (Kevin Macdonald, 1999), sobre el secuestro y la masacre de los atletas israelíes durante los Juegos Olímpicos en Munich 1972, o el monumental trabajo de Alberto Isaac sobre la Olimpíada en México durante el crucial año de 1968, documental mexicano nominado al Óscar.

Debido al contexto en que fueron realizadas y a las innovaciones cinematográficas, ha sido difícil superar, sin embargo, dos obras magnas: Olimpia (1936), documental concebido por la controvertida Leni Riefenstahl, y La Olimpiada en Tokio 1964, de Kon Ichikawa.

Las condiciones actuales en las que se celebran los juegos de Tokio 2020 (crisis sanitaria que podría resultar devastadora, luchas políticas, intereses económicos multibillonarios que, sin embargo, no logran extinguir del todo la llama olímpica) sugieren la oportunidad de que surja un talento capaz de inventar el culto lenguaje cinematográfico apropiado para captar el espíritu de la época, culto a la celebridad, ansiedad y desasosiego colectivo.

La Olimpiada de Tokio en 1964, primera celebrada en Asia y a sólo 19 años de la derrota en la segunda Guerra Mundial, representó un triunfo enorme para la nación pulverizada por los bombardeos del ejército estadunidense; Japón resurgía, literalmente, de sus cenizas, y Tokio se revelaba internacionalmente como ciudad modelo de progreso y orden. La suspensión del año pasado, Tokio 2020, a causa de la pandemia, y posteriormente la determinación del gobierno de celebrar la olimpiada este verano de 2021 frente a la incertidumbre y el recelo por parte de la población y de círculos políticos de oposición, parece tener una carga ominosa, sobre todo si se recuerda que ya en 1940 se cancelaron los juegos que iban a celebrarse precisamente en Tokio.

Las Olimpiadas se inventaron y comenzaron a celebrarse desde el año 776 a. de C., con el fin de abrir un corredor de luz y oxígeno, precisamente, en medio de guerras y catástrofes naturales y sociales; 12 siglos más tarde el emperador cristiano Teodosio las prohibió por considerarlas paganas. Muchos siglos después, el ideal del Barón Pierre de Coubertin, fundador de las Olimpiadas modernas (1896) para fomentar la salud y la paz, suena un tanto cursi, pero no debería; ojalá que las dificultades y restricciones de Tokio 2020, en medio de la peor crisis de salud, sirvan para recuperar algo del espíritu original, más allá del mero espectáculo y la comercialización.

No hay manera de justificar la posición política de Leni Riefenstahl, manchada por el apoyo de Hitler y del régimen nazi, como ocurrió con tantos otros talentos de la época, sólo hay que apuntar que fue absuelta por los tribunales más severos antinazis de los Aliados después de la guerra, y pagó luego el precio de vivir en el ostracismo, sin trabajo ni reconocimiento. La cineasta se reinventó, posteriormente, como fotógrafa de la tribu africana de los Nuba, y más tarde, nonagenaria ya, aprendió a bucear para dedicarse a la fotografía submarina.

Con Olimpia Riefenstahl creó, para las Olimpiadas de Berlín 1936, un lenguaje total, mismo que ha sido copiado con puntos y comas, hasta el cansancio, por admiradores y detractores; las tomas en contra-picada, por mencionar un ejemplo, de los atletas con fondo de cielo que los hacen aparecer como esculturas gigantescas, inspiraron a Orson Wells la visión del Ciudadano Kane (1941). Con el apoyo de lo último de la tecnología alemana de aquel entonces, Riefenstahl concibió largos desplazamientos para captar la cinemática de las carreras de los atletas, organizó tomas submarinas, vistas aéreas con grúas que parecen volar. Además de los múltiples operadores dispuestos a cumplir el menor de sus caprichos, la señora Riefenstahl contó con un equipo de 38 cámaras e igual número de camarógrafos. El siniestro Goebels, a quien Hitler impuso apoyar a la cineasta, se queja, en una página de sus diarios, de la pesadilla que era trabajar con ella.

¿Cómo podría crearse un nuevo tipo de documental para las Olimpiadas de ahora? 

Una mirada superficial sobre este documental de los Juegos Olímpicos en Berlín 1936 tiende a quedarse en la solemnidad de las ceremonias, el esteticismo de las formas, los desfiles, el esplendor de rostros y cuerpos, la coreografía del movimiento, y el conjunto se descalifica como mero culto a la belleza asociado a la propaganda nazi de la época; y si se menciona que la presencia y la imagen del atleta negro americano Jesse Owen es tratada con respeto y admiración, se explica como mera concesión. Este tipo de comentario pierde de vista, por completo, la clave de la obra, el hecho de que Leni Riefenstahl no hace otra cosa más que continuar la tradición que establece el Barón de Coubertin a partir la celebración de la primera Olimpiada moderna (Atenas, 1896), a quien mueve el adagio de “mente sana en cuerpo sano”, aspiración romántica de paz y cosmopolitismo, claro, pero sobre todo el culto a la belleza, el del ideal griego, al igual que amigos y socios aristócratas que apoyaron la gran propuesta de celebrar las Oimpiadas a gran escala.

A Coubertin está dedicado el documental de Riefenstahl. La herida que nunca curó el barón fue no haber logrado que los Juegos Olímpicos incluyeran eventos y competencias artísticas.

Visto más a fondo, podría afirmarse que con Leni Riefenstahl culmina el ideal del humanismo clásico. Olimpia es el secreto adiós, lo que sigue es guerra y destrucción; los primeros 15 minutos de la edición que rescata Criterion Collection (la versión aceptada americana está mutilada) reviven a dioses y atletas griegos en Olimpia; en forma magistral, la realizadora recurre a la técnica de disolvencia de imágenes, primero en el sitio arqueológico para ilustrar el paso del tiempo, y luego, de manera espacial, para mostrar el viaje de la antorcha olímpica desde Grecia a Berlín. De dioses, diosas y superhombres se halla poblado el Olimpo de este documental de 1936; y por más que se ataque a la realizadora, Hitler aparece demasiado humano, un tipo banal como era, insignificante frente a la grandeza de esos atletas sobrehumanos (esto, gracias también a que se suprimieron ciertas escenas que lo glorificaban).

En Tokyo Olimpics 1964, Kon Ichikawa opta por el camino opuesto: imperios se habían desmoronado, el emperador Hirohito, presente en la ceremonia de inau­guración, había dejado de ser un dios; aunque Ichikawa confiesa su admiración por Leni Riefestahl, y cuenta que cuando le encargaron documentar los juegos, Olimpia se convirtió en el libro de texto que estudiaba a diario; no se libera del lenguaje cinematográfico, de los tropos y de las innovaciones que introdujo la cineasta, pero este gran humanista, compasivo y pacifista auténtico (en El harpa Birmana, de 1956, un soldados deserta para convertirse en monje budista), sólo se interesa por la escala humana, el esfuerzo y padecimiento de los deportistas.

A Kon Ichikawa le interesan más los perdedores que los ganadores, como muestra con el atleta del maratón que llega en último lugar a la meta del estadio sin haber abandonado la carrera, y el público lo ovaciona aún más que a los campeones; es célebre, asimismo, la toma de las plantas de los pies descalzos de los maratonistas, sucios y lastimados. Ichikawa elabora un caleidoscopio de los eventos, se muestra fascinado por la ecuación física del esfuerzo: los récords de juegos, campeones y nacionalidades, casi no se mencionan; mejor vale para él ese atleta africano único enviado del Chad sobre el que pesa la esperanza de todo su pueblo, pero que pierde la competencia y, deprimido, se sienta solo a comer.

En una entrevista en los años noventa, el maestro Ichikawa comenta con humor que las autoridades japonesas y los productores quedaron muy desilusionados con La Olimpiada en Tokio 1964, que lo regañaron porque esperaban un documental, no una obra de arte. Hoy en día, cuando nadie pone en duda el estatus artístico de un documental dentro del Séptimo Arte, sucede lo contrario: la expectativa de ver un reportaje sorprendente resulta abrumadora, paralizante diría yo, para quien acometa el reto de dirigir un documental sobre el tema. En 1964 seguramente nadie imaginaba que después de la Guerra Fría, abajo el Muro de Berlín, la Unión Soviética desmembrada y el capitalismo rojo de China, gracias a capitales ultra billonarios, asociaciones de deportes, agregados olímpicos, la mera ceremonia de inauguración de una Olimpiada (Barcelona, Beijín, Atlanta o Sydney) se convertiría en un espectáculo Blockbuster que intenta deslumbrar al público y superar sistemáticamente anteriores escenificaciones.

Visto dentro de un esquema convencional, se requiere una forma de síntesis que supere la tesis que plantea Riefenstahl­ y frente a la respuesta antitética de Inchikawa, cada uno en momento crítico de la historia del siglo XX.

Reflexionar un poco sobre el espíritu auténtico de la antigua Grecia implica hacerse consciente de la diferencia entre cosmopolitismo y globalización. Porque el derroche y los manejos poco éticos, las directivas económicas, el dopaje, pueden convertir el gran acontecimiento en una infernal Torre de Babel.

Afortunadamente, en 2021, año de pandemia, incertidumbre y Olimpiadas a puerta cerrada, sin espectadores, el documental deportivo, que realizadores como Riefenstahl y Kon Ichikawa elevaron a la categoría de arte, invita a ensayar otra mirada, o miradas, esa voz que deje un testimonio auténtico de esta época, liberada, un tanto del consumismo y de la colección de meras celebridades.  

Reportaje publicado el 25 de julio en la edición 2334 de la revista Proceso cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

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