Teatro Nacional de Grecia
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Fue emocionantísimo participar como espectador distante en la transmisión de la tragedia griega Los persas, de Esquilo, que presentó Teatro Nacional de Grecia el 25 de julio al atardecer en el emblemático Teatro de Epidauro. En ese espacio abierto observamos, mientras iniciaba la historia, cómo el sol se ocultaba tras las montañas y de un naranja enrojecido llegaba la oscuridad para quedar iluminado, únicamente, el escenario donde hace dos siglos y medio se presentaban las obras de los trágicos griegos.
El Festival de Atenas y Epidauro que se realiza año con año desde 1954, transmitió en vivo Los persas, dirigido por Dimitris Lignadis. En un teatro con capacidad para 13 mil espectadores, se colocaron, en las gradas de piedra, más de 10 mil personas, que difícilmente cumplieron los protocolos establecidos.
Teatro Nacional de Grecia, con su gran experiencia en llevar a escena a sus clásicos, continuó por este camino y trajo al presente Los persas, con una dramaturgia respetuosa de la obra, un vestuario que mezcla leyenda y modernidad, una dirección sobria y dinámica, con movimientos coreografiados de gran belleza, y una exultante interpretación actoral. Aún a distancia y al aire libre pudimos contemplar su energía, su potencia expresiva y la tensión dramática generada a lo largo de toda la tragedia. No había descanso tanto en la intención como en la propuesta estética y de contenidos.
El vestuario de Eva Nathena combina las camisas blancas con letras griegas bordadas de color negro o rojo, según el significado, con las faldas clásicas y las sandalias. La iluminación de Christina Thanasoula es exacta y el ritmo va siempre hacia arriba.
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Esquilo habla en esta obra sobre los persas, los vencidos, donde, a través de la derrota y la compasión, se engrandece a los griegos que han salido triunfantes. Los persas (472, a. C.) es el drama más antiguo que ha sobrevivido en su totalidad hasta nuestros días, y trata sobre la Batalla de Salamina, una guerra en la que el autor participó. A diferencia de las tragedias escritas por los clásicos griegos, esta historia está muy cercana al presente en el que fue escrita, y el día de la función se escucharon momentos en el que el público interrumpía, con sus aplausos, cuando se enaltecía a su pueblo.
En Los persas el coro tiene una predominancia, así como los monólogos de los protagonistas: la reina Atossa, que experimenta un sueño premonitorio del desastre y es madre de Xerxes, el guerrero que pierde la batalla; el mensajero que trae la noticia; el fantasma de su esposo el rey Darío, ya muerto, que señala a la soberbia de su hijo como la principal causa de la derrota, y Xerxes que regresa desgarrado y responde a los cuestionamientos del coro.
Éste no está formado por ancianos, es un grupo de hombres que representa la voz del pueblo. El director crea una coreografía musical y corporal poderosa. Juega con el movimiento grupal del coro y lo contrasta con los individuos; el coro genera sonidos, cantos, voces y movimientos reiterativos amplios o pequeños, con instrumentos musicales clásicos, bastones o camisas al aire, cuya visual es asombrosa.
Fue significativo que el Festival de Atenas y Epidauro, uno de los más antiguos de Europa, decidiera realizar esta transmisión y llevar a un gran público tan excelente espectáculo. El Festival Internacional Cervantino podría aprovechar esta circunstancia, y llenar su plataforma de propuestas internacionales de compañías de envergadura para compartir grandes espectáculos que, de otra forma, sería dificilísimo traer. Ahora es cuando.
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