Manuel Rojas recuerda a Víctor Hugo Rascón Banda

domingo, 5 de agosto de 2018 · 09:38
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El sábado 4 de agosto, en el Teatro de los Héroes de la capital chihuahuense, el escritor tapatío Manuel Rojas rindió homenaje a su amigo Víctor Hugo Rascón Banda, dramaturgo, abogado y cronista teatral de la revista Proceso, nacido en Uruachi, Chihuahua, 6 de agosto de 1948 y fallecido hace una década en la Ciudad de México, el 31 de julio de 2008. Los municipios de Chihuahua, Uruachi y Juárez, son las sede de las “Jornadas Víctor Hugo Rascón Banda 2018”, que se vienen realizando con el propósito de rendir homenaje y reconocer el legado del famoso dramaturgo chihuahuense desde el pasado martes 31 de julio y hasta el próximo lunes 6 de agosto. https://youtu.be/vj2lar4BhQI A continuación, ofrecemos para nuestros lectores el texto íntegro que leyó el sociólogo Rojas, autor de Apaches. Fantasmas de la Sierra Madre Víctor Hugo, el gran ausente Era 1977 y me ganaba la vida o sobrevivía trabajando en el entonces Distrito Federal, como reportero cultural del diario El Nacional, donde a veces tenía un plus colaborando en el suplemento “Revista Mexicana de Cultura” que dirigía Alberto Dallal. Adicionalmente, trabajaba en la revista Casa del Tiempo de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) donde escuché por vez primera el nombre de Víctor Hugo Rascón Banda, promocionado con otros jóvenes autores como Alejandro Licona y Oscar Villegas en el ciclo de presentaciones “Nueva Dramaturgia Mexicana”, a sugerencia de los consagrados ya Emilio Carballido y Vicente Leñero, éste último mentor casual de Víctor Hugo. A hurtadillas y robándole tiempo al tiempo, asistía a la escuela de Arte Teatral del INBA y a un Taller de Narrativa con Gustavo Sáinz (Gazapo y Compadre Lobo, entre otras novelas). Estuve residiendo en la capital hasta fines del 78 y regresé al norte, específicamente a Mexicali y Hermosillo, tomando un curso de dictaminador en inafectibilidad agrícola y ganadera en octubre de 1979, llevando de la ciudad capital mi nombramiento como delegado de la Sogem (Sociedad General de Escritores de México) en Baja California, por encargo de José María Fernández Unsaín (a quien traté personalmente desde 1971 como director del Taller de Teatro de la Universidad Autónoma de Baja California –UABC-, por intermediación de Carmen Castiñeira, argentina también y jefa de la sección de Teatro de la propia Sogem). Siendo subjefe de Teatro Foráneo del INBA y en ocasión de la II Muestra Nacional de Teatro, creada por cierto por mi jefe, el maestro Alejandro Bichir Batres, me trasladé a la ciudad de Aguascalientes, sede de la Muestra en el Teatro Morelos y ahí trabé de inmediato una buena amistad con Jorge Galván, director de la Casa de la Cultura (y años después destacado actor cinematográfico en la Ciudad de México, con quien me reencontré en tertulias dominicales de café), teniendo de compañeros de mesa a Jorge Fons, Jaime Humberto Hermosillo, dos periodistas que no recuerdo, además de Alejandro Bichir, director de cultura de la delegación Coyoacán, donde me jaló, para variar, como segundo de a bordo. Para entonces (2003-2004), Víctor Hugo era toda una celebridad y gozaba de un enorme prestigio no sólo como escritor, sino por ser un hábil negociador al frente de la Sogem, a la que hizo brillar como nunca pues la recibió prácticamente en bancarrota y la rehabilitó con mucha pulcritud y honestidad, haciéndola operar con números negros, teniendo el aval moral de los grandes dramaturgos Carballido, Leñero y Hugo Arguelles, entre muchos otros. Logró un ambiente de gran armonía, lo cual no es fácil en un estanque autoral de famas y egos eventualmente encontrados. A invitación expresa y en calidad de “colado” -como decimos en Mexicali-, me tocó asistir a dos comidas del consejo directivo “en el piso de arriba”, ahí mismo en las oficinas de José María Velasco número 53, colonia San José Insurgentes, donde me inhibían las miradas de dos o tres “monstruos” libretistas de la rama de televisión como Roberto Gómez Bolaños, Chespirito, por mencionarles uno; los que cotizaban fuerte y me veían como intruso y acá entre nos, como Dios a los conejos (¡así de chiquito!). Ya para 2004 la Sogem era una Institución de prestigio internacional, codiciada como posible trampolín a cargos gubernamentales de la esfera cultural y por ello, cuando a Víctor Hugo se le diagnosticó enfermo terminal, algunos asociados pululaban cual aves negras al acecho. Con una entereza como pocos, desde 2006 y hasta mediar el 2008, mi amigo ejemplar en muchos sentidos acudía a la oficina en silla de ruedas y con tanque de oxígeno, dando muestra de su temple serrano y de su origen allá, por las cumbres de su añorada Santa Rosa, la quinta esencia de Uruachi. “Teatro de Vivencias” Hago una pausa y vuelvo la vista atrás para contestar una pregunta que intuyo, bulle en sus mentes de audiencia o lectores según sea el caso. ¿En qué momento nos hicimos amigos? Recorro el tiempo y digo que allá por los ochentas leí dos obras suyas que me impresionaron: El baile de los montañeses y Contrabando; opté por la segunda y la puse en escena sin permiso del dramaturgo y con el pecado adicional de no ser ya delegado de Sogem en Baja California. Aun así, la escenifiqué en Mexicali, Tijuana y Ensenada, además de San Luis Río Colorado, Sonora, con mi compañía Teatro de Vivencias. En 1988 decidí concursar con mi primer obra escrita, la pieza didáctica Épica de Joaquín Murrieta, en el Premio Nacional de Teatro Histórico convocado por el IMSS, la SEP, y el desaparecido Programa Cultural de las Fronteras, otorgándome el primer lugar por Baja California y Sonora una triada de jurados integrada por Rafael Solana, Xavier Rojas y… Víctor Hugo Rascón Banda. Ahí, durante la ceremonia y una abundante cena en un amplio salón del hotel contiguo al Zócalo, un mesero me pasó una tarjeta de Hugo, quien me invitó a su mesa donde Solana (todavía vivo y crítico de la revista Siempre!) me presentó a Xavier Rojas, director de la Academia Andrés Soler de la ANDA. ¡Me sentaron ni más ni menos que con los famosísimos jurados! La “chorcha” o conversación se puso buena y fue por vez primera que Víctor Hugo me tendió su mano amiga, pues me habló de Uruachi, de Santa Rosa, y de los guerrilleros de Madera (éste último tema que bien conocía yo por otras razones). Aquello sucedió por 1988, y no me reencontré con él sino hasta el 2002, cuando sin previo aviso lo abordé en su oficina diciéndole como Raphael “Yo soy aquel”… y soltó la risa, pues sí se acordó del evento de 14 años atrás. (https://www.youtube.com/watch?v=uE_MpQhgtQ8) Víctor Hugo, “rocker” Le expliqué que el motivo de mi visita obedecía a solicitarle a gratuidad el Teatro Wilberto Cantón para presentar, vía concierto con música en vivo y bailarinas a go-gó, la primera edición de mi libro La cicatriz, el rock de la última frontera. No batallé mucho para convencerlo y el evento fue un exitazo a sala llena. A telón cerrado, él mismo me hizo el honor de presentar el acto amenizado por Los Rockin’ Devils, la Baby Bátiz y los Five Fingers. Previo al concierto y con su clásica vestimenta de traje y corbata, me advirtió que se iría a TV Azteca, unos cinco minutos después del inicio, pues tenía una junta con los ejecutivos para la “firma de convenio”. Obvio, apechugué y le di las gracias, diciéndole que no se preocupara, que yo entendía su agenda y responsabilidades. El evento abrió con “Wolly Bully” en inglés y con una cantante emergente, Tony Navarro, exprofeso de Lodi, California, en sustitución de Frankie Estrada (vocalista original de los Rockin’), quien no pudo trasladarse de Tijuana, igual que su cuñado Miguel, el bajista. Siguió el conjunto con “Caperucita roja”, cover igual de Sam The Sham & The Pharaos, y la sorpresa mayúscula fue que en la interpretación de “Gloria”, al final, Víctor Hugo seguía en la sala de teatro; lo detecté en las butacas de la última fila, pero sin saco y corbata y, aunque no lo crean, ¡baile y baile! Jamás, lo confieso, me imaginé que fuera rocker, Víctor Hugo no se fue y al cierre del telón felicitó efusivamente a mis bailarinas y músicos, conviviendo en el backstage con otros espectadores de abolengo rockero, como Los Ovnis, Los Belmont´s y hasta el Armando Molina (de La Máquina del Sonido), uno de los organizadores de Avándaro que se me tiró al piso con “cebollazos”, buscando “pedalearme” una de las bailarinas (misma que lo mandó por un tubo). Apacherías Regresó la añoranza al 2004, cuando SOGEM nos propuso un convenio a la dirección de Cultura de Coyoacán, consistente en abrir nuestros espacios para sus asociados de la narrativa, la que menos cotizaba, muy por debajo de la televisiva, la cinematográfica y la teatral. Accedimos, correspondiendo la Sogem con facilitarnos su espléndida “Casa del Escritor”, una cómoda y bella residencia que nos ahorraría un buen monto por concepto de hospedaje a escritores de California, Nuevo México, Sonora y Baja California Sur, dando brillo a la feria del libro “José Martí” (clausurada nada menos que por el embajador de Cuba, pocos días después del grosero “Comes y te vas”; de Vicente Fox a Fidel Castro). En 2005 me fui a despedir de Víctor Hugo, quien me regaló un ejemplar de su libro Apaches. Mi segunda esposa y mis dos pequeños hijos no aguantaron el trajín y estresante ritmo de vida de la capital. Le comenté, en esa ocasión, que igual tenía en marcha una investigación sobre la apachería en Sonora y Chihuahua, y me pidió tenerlo al tanto, a lo que desde luego me comprometí. En 2006 lo contacté vía telefónica para solicitarle de nuevo el Teatro Wilberto Cantón con el fin de presentar en la Ciudad de México la sexta edición de mi libro Joaquín Murrieta, el patrio, al igual que fuera él comentarista al alimón, con Alejandro Bichir; accedió de inmediato pues conocía mi libro y dos reportajes extensos que me habían publicado el diario La Jornada y la revista Proceso (con fechas 26/07/2001 y 07/08/2005, respectivamente), pues recordemos igual que nuestro añorado personaje colaboró regularmente para Proceso. Tal era su personalidad, dinámica, incansable y generosa, siempre sorprendiéndome pues, debo confesar que me atreví en vida a corregirle la primera escena de su obra Apaches, señalándole que cuando Joaquín Terrazas agonizaba, él situaba entre los fantasmas que rondaban su lecho mortuorio a Gerónimo, y que éste capitancillo, renegado sonorense, seguía “vivito y coleando”: falleció hasta 1909 en Fort Sill, Oklahoma… Con todo; me pidió le mandara el original (mi reporte de investigación) de Apaches. Fantasmas de la Sierra Madre, lo que aproveché para un pequeño chantaje sentimental y lo condicioné diciéndole: “Si te gusta, me escribes el prólogo.” Aceptó y bueno, siendo yo un perfecto desconocido en Chihuahua ante el prestigio de Víctor Hugo, le mandé por mensajería el texto engargolado. Era un lunes y 48 horas después (pueden creerlo o no) y a las cinco de la mañana de Mexicali, las siete en la Ciudad de México, me desperté sobresaltado por el timbre de mi teléfono, con la voz de Víctor Hugo al otro extremo, exclamando: “Lo leí de un tirón. Está bien chingón… La semana próxima te envío el prólogo.” Gracias a ese detallote, mis amigos Fernando Tapia Grijalva y Jorge Carrera, a la sazón directores de cultura de Sonora y Chihuahua respectivamente, hicieron en fast-track vinculado la primera edición. Gracias a Víctor Hugo y a nadie más, Chihuahua me regaló la oportunidad de regocijarme con otros amigos y amigas, hoy entrañables que aquí están presentes, para honrar y glorificar a este gran mexicano, pilar de su dramaturgia contemporáneo y sombra tutelar de muchos vagabundos como yo que tuvimos la dicha de ser amigos suyos. Gracias también a él, la Sala Manuel M. Ponce de Bellas Artes fue conseguida por Sogem para presentar Apaches. Fantasmas de la Sierra Madre el 19 de agosto de 2008, abarrotándose la sala de 280 butacas con 437 personas y en representación de Víctor Hugo, fue el presidente interino Tomás Urtusuástegui. Yo sé, porque lo sentí, que “Ussen”, el Dios de los apaches estuvo ahí, de la mano del Gran Ausente Víctor Hugo Rascón Banda, quien hoy igual e inolvidable vuelve conmigo a este Teatro de Los Héroes. Muchas gracias.

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