La pequeña victoria de Fahrad

viernes, 31 de marzo de 2017 · 21:23
PARÍS (apro).- Fahrad acaba de obtener una victoria; una victoria pequeña, frágil y quizás efímera... pero victoria al fin y al cabo. El pasado 13 de marzo, dos policías lo subieron a fuerza a un avión de la compañía aérea Air France con destino a Oslo, en cumplimiento de una sentencia de expulsión del país dictada en su contra. Esposado y con los tobillos atados fue en realidad arrastrado y cargado hacia un asiento de la parte trasera de la aeronave. Pero gracias a la solidaridad de unos pasajeros y del comandante del vuelo, quien rehusó despegar en semejantes condiciones, Fahrad se salvó. Este episodio dramático es tan solo el más reciente de la vida atormentada de ese afgano de 24 años que se desempeñó como intérprete de delegados la ONU durante las elecciones presidenciales de Afganistán en 2014. El pasado 14 de marzo el diario electrónico francés Streetpress publicó su testimonio que dista de honrar a la cuna de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Cuenta Fahrad: “Primero dos policías uniformados me esposaron y me amarraron los tobillos con cintas adhesivas. Luego me subieron al avión que todavía estaba vacío. Nos alcanzaron dos policías más vestidos de civil. “Yo les decía en inglés que no quería volver a Noruega. Sólo me contestaban, también en inglés: ‘quédate tranquilo. Quédate tranquilo. Y sobre todo no hables con la gente’. “Entonces les dije también que no tenía nada contra ellos, que entendía que estaban haciendo su trabajo y que obedecían órdenes, pero les advertí que de ninguna manera me iría a Noruega. “No les gustó y me amenazaron. Me dijeron que me golpearían si no me quedaba quieto. Me sentaron al fondo del avión. Los dos policías de civil se sentaron a mi lado. “Les seguí hablando: les conté que Noruega había rechazado mi solicitud de asilo y que se me deportaría a Afganistán a los tres días de llegar a Oslo”. Los policías, por supuesto, no le contestaban. Llegó la tripulación. Fahrad probó suerte. Llamó al auxiliar de vuelo y le explicó la situación. Los policías se pusieron nerviosos. El auxiliar de vuelo se mostró compasivo, pero confesó que nada podía hacer. Renació la esperanza de Fahrad cuando los primeros pasajeros empezaron a subirse al avión. Recuerda: “Levanté la voz y les grité en inglés. ‘¡Por favor, ayúdenme! ¡Digan algo! Ustedes tienen el derecho de oponerse al despegue del avión. Me expulsan hacia Noruega que a su vez me deportará a Afganistán. ¡Por favor, impidan el despegue del avión!’”. “Pero la gente se sentaba. No reaccionaba. Probablemente no sabía qué hacer. Entonces los policías se desataron. Me estrangularon, me golpearon en las mandíbulas, en la cabeza, en las costillas. Pero yo seguía gritando: ‘¡Por favor! Ayúdenme. Hagan algo. ¡Auxilio!’ “Los policías me taparon el rostro con un casco. Me siguieron golpeando. Me dieron codazos y rodillazos en las costillas. Luego uno me apretó la manzana de Adán con su antebrazo. Apretó muy duro para impedir que hablara, pero eso también me impidió respirar. Sentí que me sofocaba. No dejaban de repetir: ‘¡Quédate tranquilo! ¡Quédate tranquilo!’. Fue una mujer la que, de repente, salió en su defensa. “Una pasajera se levantó y empezó a hablar con los policías, pero no entendía lo que se decían porque no hablo francés. Vi que estaba muy enojada. Subió el tono y se armó una discusión fuerte. La mujer se apartó y los policías aprovecharon para apretarme otra vez el cuello. De nuevo me sofoqué. Tosía mucho. No podía parar de toser. Me gritaban: ’¡Cállate! ¡Cállate! ¡No hables!’. Me quitaron el casco porque se dieron cuenta que no podía respirar, pero me siguieron golpeando. Pedí agua. Tosía. Me sentía muy mal”. Unos pasajeros acabaron por avisar al comandante del vuelo que salió de la cabina de pilotos para hablar con los policías. Les advirtió que no despegaría mientras Fahrad estuviera a bordo. Los policías insistieron, argumentaron, pero el comandante se mostró inflexible. Los policías tuvieron que capitular. Sigue el relato de Fahrad: “Me llevaron a una delegación policiaca cerca del aeropuerto. Me confiscaron la botella de agua que me había logrado entregar el auxiliar de vuelo y la vaciaron diciéndome que no merecía beber. Me siguieron maltratando. Y se la pasaban diciéndome que no me iba a salvar así tan fácil y que de todos modos acabaría en Afganistán, me gustara o no”. De regreso al centro de retención, Fahrad exigió consultar a un médico. Se le negó ese derecho. Sólo pudo ser atendido al día siguiente. Asesorado por una asociación de defensa de los migrantes, interpuso una demanda judicial contra los policías por “violencias perpetradas deliberadamente por personas depositarias de la autoridad pública”. Acoso previo Las desgracias del joven afgano empezaron en 2013 en su ciudad natal de Ghorband, ubicada a 50 kilómetros de Kabul, cuando su padre y su tío, comerciantes acomodados, empezaron a ser extorsionados por los talibanes. Su padre resistió y llovieron amenazas contra su familia. En lugar de optar por un perfil bajo, como se lo aconsejaban sus padres, Fahrad participó en marchas de protesta contra los talibanes. Fue detenido y torturado. Salió de la cárcel con la piel de todo el cuerpo lacerada a cuchillazos. “Me dijeron que ese castigo era su última advertencia. Huí de Ghorband y me refugie en Kabul donde trabajé como traductor para Naciones Unidas”, dice. Considerado como un traidor por los talibanes, recibió amenazas de muerte. Su familia, aterrada, le rogó salir cuanto antes del país. Se fue a Rusia y de ahí, a Noruega, donde pidió asilo político. “Las autoridades noruegas me pidieron muchos documentos. Por supuesto, querían comprobar que había trabajado para la ONU. Pero salí tan precipitadamente de Kabul que no tuve tiempo de llevarme gran cosa. No me dieron tiempo de juntar pruebas. No me dieron chance de nada. Rechazaron mi solicitud”. Fahrad salió entonces para Alemania, luego para Francia, con la idea de probar suerte en Gran Bretaña. Su periplo duro varios meses. Sobrevivió como pudo en París durmiendo en la calle en pleno invierno. Acabó en el puerto de Calais buscando a coyotes para pasar a Inglaterra. Fue detenido el pasado 26 de febrero. Hoy sigue encerrado en el centro de retención de Mesnil-Amelot. Espera comparecer de nuevo ante un juez. El caso de Fahrad dista de ser excepcional. En 2016 Francia procedió a la expulsión forzada de seis mil 539 migrantes. Esa cifra, aunque alta, no es “nada” comparada con las expulsiones masivas que se propone llevar a cabo Marine Le Pen, candidata presidencial de ultraderecha, si llega al Palacio del Eliseo. Pero antes debe ganar las elecciones galas que se celebrarán los próximos 23 de abril y 7 de mayo.

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