A tiro de piedra, la ópera prima de Hiriart

viernes, 15 de julio de 2011 · 14:54
<iframe width="560" height="349" src="http://www.youtube.com/embed/WChKezs6W8c" frameborder="0" allowfullscreen></iframe> MÉXICO, D.F. (Proceso).- Con apenas tres o cuatro copias salió A tiro de piedra (2010), una de las películas mexicanas más interesantes en cartelera en lo que va del año. Es la ópera prima de Sebastián Hiriart; una road movie que traduce la inquietud de un joven cineasta por encontrar un lenguaje personal al interior de un género, el de indocumentados, sin ocultarse bajo el discurso de lo políticamente correcto. Joaquín (Gabino Rodríguez), pastor de cabras en algún lugar del desierto potosino, sueña paisajes nevados en medio del polvo y los cactus; un día decide viajar de ilegal cuando encuentra un llavero metálico con una imagen gravada de Sprague River, Oregon. Así emprende la larga travesía llena de peligro y desencanto que sigue todo emigrante indocumentado, dormir a la intemperie, encuentros casuales, aventones, tratos con polleros, abusos. La diferencia aquí es que el recorrido se convierte en un rito de pasaje del niño al adulto. Basado libremente en un cuento de Las mil y una noches, El hombre que soñó, el viaje de Joaquín no recurre a la magia o a sucesos espectaculares para ilustrar su fábula. La fotografía, a cargo del mismo Hiriart, solamente retrata lo que está ahí, con el naturalismo propio al género; hoteles y fondas de paso, gente buena y mala que el viajero va encontrando por donde pasa, los Estados del norte, Chihuahua, Arizona, las calles de San Diego o el Puente de San Francisco. Pero si el fotógrafo Sebastián Hiriart retrata la realidad objetiva, el director en él descubre el lenguaje de las cosas; la bicicleta en la que da vueltas Joaquín que quiere irse ya, o el tren que pasa cada vez más cerca invitando al soñador a que se trepe en él; el muro interminable, descomunal, que separa y conecta al viajero con su sueño. Seguramente porque el director se identifica tanto con su personaje, riesgo de todo narrador en ciernes, la vida interior de Joaquín es tan palpable; emblemas de opresión y desprecio como el muro fronterizo añaden un nuevo significado al tema. El muro aquí es ya la certeza de la meta, la señal más segura del camino. Pensar que Joaquín anhela viajar a Estados Unidos porque se aburre en su trabajo de cabrero es pasar por alto que el impulso más auténtico de este personaje es crecer, para ello tiene que irse. Tampoco es determinante, en este caso, lo económico, sino la ingenuidad y la inexperiencia del niño en el mundo real. El desierto potosino es tan alucinante como la nieve interminable del invierno en los bosques de Oregon, queda claro que si Jacinto hubiese nacido ahí, su obsesión habría sido el viaje a la tierra de las cactáceas. ¿Por qué alguien de Sprague River dejó un llavero cerca de Matehuala? Personajes como Penélope (Montserrat Ángeles Peralta), muy a tono con la Odisea, o los primos norteños son tan extraños e impredecibles como los estadunidenses que encuentra del otro lado. Si el equipo de filmación invitaba a gente que encontraba al azar en el camino a participar en la película, ¡que hallazgo ese tipo medio tuerto que hace las veces de Polifemo!  

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