Un asunto de perspectiva
REPUBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA (Proceso).– Hace 35 años inició aquí aquello que hoy se considera como la mayor revolución musical que el planeta ha presenciado en las últimas centurias. En su trascendencia es comparable al movimiento educativo que se gestó entre los siglos XVII y XVIII en la Republica di Venezia, cuando a miles de huérfanos y desposeídos se les instruyó para que hicieran música en modo ejemplar. Digamos que las orquestas de los hospicios venecianos trastocaron la creencia de que el gran arte sonoro era un fruto nacido dentro de, y para consumo exclusivo de las élites. Invariables, los testimonios de la época nos lo confirman: el esplendor musical de los Ospedali superaba al de las Cortes, poniendo en claro que se lograba más con un trabajo bien dirigido que con la mera aplicación de recursos materiales.
A diferencia de lo acontecido en la urbe del adriático, el caso venezolano es aún más sorprendente porque no fue producto de una acertada política estatal, sino de la visión y tenacidad de un solo individuo que supo rodearse de un equipo con una mística afín. Hablamos de José Antonio Abreu, cuyo nombre, huelga subrayarlo, se ha convertido en su propio elogio. Los múltiples reconocimientos que ha recibido por su labor no bastarían para catar la envergadura de su apostolado ni el calibre de sus logros. No sería exagerado anotar que el prócer ha encarrilado a su patria en una vía para revertir el deterioro social que la aqueja a través de la formación de sus niños y jóvenes.
Contundentes son las cifras: el sistema de orquestas concebido por Abreu cuenta ya con 400 mil miembros, entre infantes y adolescentes, y la meta prefijada es llegar a un millón. Se enuncia rápido, pero lo que hay detrás es una fe inquebrantable en los beneficios que la buena música le confiere al ser humano. Tal como lo postularon los griegos: merced a ella el hombre y sus sociedades pueden armonizar los desajustes que hay en su interior. Si esto no se hace es porque, lo sabemos, resulta peligroso para la subsistencia de tiranías y dictaduras.
Deslumbrantes por su simplicidad fueron las premisas del maestro Abreu: en la práctica orquestal se cultiva el trabajo en equipo y se fortalecen los valores de la convivencia y la solidaridad, pero lo más relevante es que se enseña a escuchar de una manera utópicamente perfecta, es decir, aprendiendo a escuchar a los demás y entendiendo que la propia voz es tan valiosa como cualquiera. Naturalmente, los comienzos fueron arduos, tanto como la magnitud de lo que se ponía en juego, mas la perseverancia del músico traspuso uno a uno los escollos. Supo imponer la veracidad de su discurso frente el descreimiento de su medio cultural y ante la demagogia de sus políticos. Por supuesto, cuenta con credenciales para acomodar sus palabras frente a aliados y mecenas, ya que siempre antepone la resonancia de su cometido antes que su interés personal. (Quizá estribe en esto la matriz de su éxito). Además de ser organista, director de orquesta y compositor, ostenta un doctorado en economía.
El eslabón inaugural de la larga cadena de triunfos consistió en la creación de la Orquesta Juvenil Simón Bolívar con sede en Caracas. Cuentan con orgullo algunos de sus fundadores que los primeros ensayos debían llevarse a cabo en estacionamientos y que no había sueldos pactados. Se pensaba en un avenir consecuente con la cuantía del entusiasmo invertido. Abreu hablaba de giras por el mundo y la convicción de sus decires amoldaba la precariedad de los medios. Cuando fue necesario crear alianzas, el sabio economista llamó a músicos de renombre que pudieran aportarle algo al proyecto. Entre éstos figuraron Carlos Chávez y Eduardo Mata. Para el primero, dirigir a una orquesta de novatos no representó aliciente alguno, salvo por la oportunidad de ejercer sus modales de autócrata sin cortapisa. Para el segundo, conducir a una agrupación sin trayectoria tampoco significó incentivo suficiente, rehusándose con tesón a aceptar la titularidad. Solamente al final de su vida vislumbró que en el destino de la orquesta brillaba un arcoiris cuajado de promisión. Mata grabó algunos discos con ella, poco antes de estrellarse con su avioneta.
Previsible con la calidad del trabajo realizado, la orquesta diseminó sus semillas al viento y la gestación de los sueños de su artífice acabó de cristalizarse. Aquello que se intuía estalló en sus constataciones. En todos los estados del país se establecieron núcleos sinfónicos de donde brotan talentos que lo único que requieren es su detección y guía. Actualmente, en la capital funcionan cinco sinfónicas que son el reservorio al que acceden los jóvenes más talentosos de toda la nación. A éstos se les beca para que puedan dedicarse en cuerpo y alma a su instrumento. En cuanto a los resultados, puede bastarnos con citar algunos hechos: la disquera Deutsche Gramaphon, considerada como la más exigente del orbe, se desplaza hasta Caracas para grabar a los clásicos germanos interpretados por la Orquesta Simón Bolívar dirigida por Gustavo Dudamel, una de las estrellas paridas por el sistema. La propagación de las mercedes sociales incluye el establecimiento de orquestas en varios reclusorios. Sir Simon Rattle, director de la Filarmónica de Berlín, declaró al conocer de cerca el fenómeno que si todavía existía un lugar donde fuera factible que la música de concierto tuviera algún futuro, éste estaba en Venezuela.
Con un propósito similar al de Rattle, Proceso viajó a esta República Bolivariana para aquilatar su modus operandi. Hay que puntualizar que en México se estableció en concomitancia con el proyecto venezolano otro programa de orquestas y coros juveniles. Lamentablemente, no fue posible entrevistar al maestro Abreu, ya que se encontraba en Escandinavia acompañando otra de las giras de la Orquesta Bolívar; sin embargo, y con deliberación, pudo conocerse cómo se subsanan los inevitables descuidos del sistema y para esto se viajó a dos localidades de los estados de Barquisimeto y Yaracuy, donde se realizan cursos estivos de violín y violonchelo, respectivamente. Los descuidos antedichos tienen que ver con la carencia de una instrucción personalizada, ya que en la masa sinfónica el crecimiento individual tiende a relegarse en pos del florecimiento colectivo, aunque hay que agregar que la tarea prioritaria de don José Antonio consistió, tácitamente, en mitigar desigualdad y marginación a través de la música. Jamás intentó centrarse en la formación de solistas; eso ha sido un añadido espontáneo que, incluso, genera desbalances.
Con temperaturas que rondan los 40 grados centígrados y en condiciones de inocultable labilidad, los cursos cumplieron a plenitud las demandas que la excelencia musical impone. Actividad febril desde las siete de la mañana hasta las 11 de la noche, adobada con conciertos, clases magistrales, lecciones individuales y ensambles de cámara. Dentro del repertorio estudiado podía advertirse que además de las obras señeras de la literatura “universal”, se anexaban piezas autóctonas con la justa entonación de la pertenencia.1 Ciertamente, el nivel de los jóvenes músicos vibraba en sintonía con la devoción pedagógica de esos eminentes maestros que ofrendan sus saberes con la certidumbre de ser parte de un movimiento que transforma su historia.
Y si de transformaciones se trata, vale la pena detenernos un momento en las tres décadas que lleva maniobrando el programa de orquestas y coros mexicano. Cada vez opera con menores presupuestos y no son de culpar los funcionarios que los decretan, pues su resultado, a la luz de lo conseguido en Venezuela, es caricaturesco. Es lícito que cuestionemos: ¿quiénes son los Abreus mexicanos que lo manosean…?
Hubieron de transcurrir siglos para que, desde la perspectiva musical eurocentrísta, el apelativo patrio adquiriera la dignidad negada por los primeros navegantes españoles quienes, al divisar unos burdos palafitos construidos sobre el lago de Maracaibo, les dio la idea de acuñar la burla: una Venecia de tercera o, mejor dicho, una vulgar “Venezuela”. En días recientes se tramitó entre el Istituto Italiano Antonio Vivaldi, con sede en la mítica ciudad lacustre, y la fundación del maestro Abreu el envío de las partituras del egregio veneciano para ser estudiadas por los huérfanos y descamisados de Venezuela; la circunvolución histórica concluye con la angustia de los conservatorios italianos, misma que los está orillando a la importación del sistema tercermundista para revertir los estragos de su ineficacia educativa. El aplauso resuena libre en las manos de aquellos que saben que no puede haber revolución sin música. l
1 Se sugiere la audición del merengue Carmen Amalia de Rafael Andrade y del vals Hermoso Yaracuy de Franklin Sánchez en la interpretación de los alumnos entrenados por el dúo Aldo Parisot bajo la dirección de los maestros Omaira Naranjo y Alejandro Sardá.