Doble homenaje a Wagner
MÉXICO, D.F. (Proceso).- La importancia de Richard Wagner (1813-1883) dentro de la historia de la música es inmensa. Grande entre los grandes, puede hablarse de un antes y un después de Wagner. Todos los autores posteriores se vieron afectados por su legado, incluso para proceder en sentido contrario.
El domingo 10 el INBA homenajeó doblemente al compositor con motivo del bicentenario de su natalicio. A las 12:00 horas en el Conservatorio Nacional de Música se presentó la Orquesta de Cámara de Bellas Artes (OCBA) reforzada con cinco alientos madera y dos cornos, e interpretó Wesendonck lieder, canciones con letra y música suyas, y poemas de Mathilde Wesendonck, esposa de su mecenas. La solista fue Cassandra Zoé Velasco, mezzosoprano, quien a sus 23 años ya se ha dado el lujo de ganar varios concursos nacionales e internacionales, y encarnar una media docena de personajes principales en diversas óperas. Los próximos compromisos de Cassandra serán en Oklahoma, Los Ángeles y Bruselas. Con esta obra nada fácil se estrena como liederista.
Wagner escribió Wesendonck lieder para canto y piano, pero el 3 de enero pudimos apreciar una magnífica orquestación de Andreas N. Tarkmann. Para complementar el programa la OCBA interpretó bajo la batuta experta de su director, José Luis Castillo, el Idilio de Sigfrido, obra orquestal del periodo maduro del autor.
El mismo domingo, a las 17:00 horas en el Palacio de Bellas Artes, la Ópera del INBA presentó su “Celebración a Richard Wagner”, con el coro y la orquesta del propio palacio. Es una pena que no hayan invitado solistas, hay varios cantantes nacionales cuyas voces llenan cómodamente los requerimientos wagnerianos. Lo que ofrecieron fue un concierto orquestal con esporádicas intervenciones del coro, lo cual es un contrasentido pues Wagner escribió casi toda su obra para la voz solista y lo mejor de su música está precisamente ahí.
Hubo momentos magníficos, como el inicio del programa cuando la orquesta, dirigida (otra vez) por Nikza Bareza, tocó la obertura de El holandés errante. De la misma obra se interpretaron dos coros: el de las hilanderas y el de los marineros. Esta selección fue el clímax de la gala, casi todo lo demás se elaboró a base de sublimes movimientos lentos que provocaron los bostezos de algunas personas.
Hubo –no obstante el mal planeado programa– momentos de mucha calidad, como el preludio y la muerte de Tristán e Isolda (tal vez la más grande ópera jamás escrita) o el coro de los peregrinos de Tanhäuser.
Sin duda las óperas wagnerianas son difíciles de montar y requieren voces de acero, pero se puede y ya se ha hecho; prueba de ello es, como lo señala Octavio Sosa en su magnífica investigación de la obra del compositor en el Palacio de Bellas Artes, que en el año de 1971 se presentaron Lohengrin, Tanhäuser y El holandés errante, entre el 24 de agosto y el 7 de septiembre. Las tres bajo la batuta de Luis Herrera de la Fuente y con un elenco donde los principales cantantes eran extranjeros, y los comprimarios talento local.